En su nuevo libro, Gregorio Luri, filósofo y gran experto en asuntos educativos, propone un concreto modelo de escuela basado en el esfuerzo, el estudio y la excelencia
La escuela no es un parque de atracciones (Ariel, 2020) es un libro que da más de lo que promete. Y eso que, siendo de Gregorio Luri (Azagra, Navarra, 1955), es muy prometedor; y más si el tema es la enseñanza. ¿La razón? Es un libro que contiene varios libros o propósitos superpuestos.
Para empezar, hace una crítica apacible, pero implacable, de todas las teorías e innovaciones educativas que no han contribuido a mejorar la formación de los alumnos. Luri les da el beneficio de la duda y, por tanto, la crítica resulta, paradójicamente, más contundente. Ante quien le cuenta maravillas de la educación no memorística, le responde «que no entendía lo que quería decir porque, si los métodos no eran memorísticos, ¿dónde se guardaba lo aprendido?, ¿cuál era el lugar alternativo a la memoria en el que se podía acumular? Obviamente este lugar no existe. Hablar de aprendizajes no memorísticos es engañar a la gente». Esta primera parte le tentó a titular el libro como Los pedagogos de Herodes.
A pesar de que hayamos perdido un título tan sarcástico, es mejor que no lo titulase así, porque el libro es mucho más. Gregorio Luri insiste a menudo en que esa defensa de lo obvio es la medida de la madurez intelectual. Sin embargo, el lector de Luri sospecha que no es que defienda lo obvio, sino que hace obvio lo que defiende. Lo logra gracias a su transparencia expositiva, a una exhaustiva información y a la reflexión profunda que hay detrás de cada una de sus sencillas afirmaciones.
Nuestro autor no se conforma con hacer la crítica a las innovaciones que nada más que innovan. Propone un concreto modelo de escuela basado en el esfuerzo, el estudio y la excelencia. Exige, sobre todo, a los responsables políticos y a los profesores, para poder terminar exigiendo a los alumnos.
El libro contiene una pista de cómo ha de leerse, cuando explica que la mejor manera de articular las clases es el backward design, o sea, partir de lo que deseas que tengan muy claro los alumnos al final, y avanzar teniendo en mente esa meta. Luri concluye afirmando que vivimos en un tiempo de «capitalismo cognitivo», donde «el conocimiento es el petróleo del futuro». Por tanto, todo lo demás está en función de esta realidad de nuestra época.
Para que los alumnos logren el necesario conocimiento poderoso el método más eficaz es «la instrucción explícita», que se defiende con tanto rigor como pasión. Su práctica permite un manejo inteligente de la carga cognitiva y el entrenamiento de la atención, que es el nuevo cociente intelectual. ¿Niega valor creativo a las distracciones? En absoluto, pero «para provocar la chispa hay que haber estado concentrado y, para aprovecharla, hay que volver a concentrarse».
Hace de paso una crítica constructiva del pensamiento crítico. Su mejor definición, afirma, la dio Alfonso X el Sabio: «Pensamiento es cuidado con que aprecian los hombres las cosas pasadas, y las de luego y las que han de ser; y dícenle así porque con él pesa el hombre todas las cosas de las que le viene cuidado a su corazón». A bote pronto, la cita parece un afán de epatar al moderno, pero cuando Luri la glosa se entiende su pertinencia y actualidad.
Sigue con una frase propia con densidad de aforismo: «El saber riguroso no puede ser sino crítico, mientras que la crítica sin rigor tiene mucho de pataleta». Estamos ante una de esas obviedades con mucho mar de fondo: «Que la mera instrucción no conduce necesariamente a la adquisición de un pensamiento crítico me parece evidente, pero no es menos evidente que sin instrucción no hay pensamiento crítico».
Tras la crítica y la propuesta, hay un tercer libro superpuesto en La escuela no es un parque de atracciones: un prontuario de buenas prácticas docentes.
Aconseja que el profesor lea en voz alta en clase («Hoy sabemos, además, que los más beneficiados con la lectura en voz alta son los que más dificultad de comprensión lectora presentan, que suelen ser también los que más dificultades tienen para entender el ritmo y entonación de la frase»); recuerda la importancia de que el profesor (no sólo el de Lengua) hable mucho y bien a sus alumnos; y bendice «al maestro que pone en manos de su alumno el libro adecuado en el momento adecuado y sabe transmitirle el deseo de leerlo».
Aun concreta más. Explica cómo se deberían hacer los exámenes y por qué (para empezar son un excelente entrenamiento de la atención) y qué hay que buscar en los errores y cómo evaluarlos y evaluarse a través de ellos. Llama la atención sobre el valor de la puntualidad. Subraya la relación entre la convivencia en el centro y el grado de aprendizaje. Observa, entre otras cosas, algo que todo profesor en ejercicio sabe: los conflictos se concentran en los cambios de aula. Al gran pensador que es hoy Gregorio Luri no se le caen los anillos por mancharse con la tiza de los hechos concretos y cotidianos de una escuela que, a la larga, terminan pesando más que las grandilocuentes reformas legislativas o que las elaboradas teorías pedagógicas.
Este libro es, además, un manifiesto socio-político. Preocupa a Gregorio Luri que el fracaso de la escuela acabe consolidando una sociedad de castas, aunque la denominemos con una etiqueta más fashion: la smart fraction theory. El parque de atracciones condena a los alumnos más vulnerables a convertirse en un lumpen cognitivo. Destino que puede ser sorteado por los más favorecidos gracias al nivel académico de su familia, mediante clases particulares, acudiendo a la escuela privada o aprovechando los recursos del self-service learning.
Significativamente, las palabras «pobres» y «pobreza» se repiten hasta 59 veces en este ensayo, como un obsesivo estribillo, y todavía en más ocasiones se llama la atención ante el riesgo de fractura social que supone que amplias capas sociales queden fuera del acceso al conocimiento poderoso y, especialmente, de las STEM (ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas). Éstas concentran las mayores ofertas de empleo, los mejores salarios y la máxima potencialidad para el futuro personal y social. Reclama Luri a la escuela la formación de una sólida y amplia clase media cognitiva que sea la guardiana de la cultura común y sirva de puente de comunicación entre los extremos sociales.
De manera análoga a la existencia de la clase media económica en las sociedades desarrolladas, aquí y ahora nos jugamos mucho: «Ningún país que se respete a sí mismo puede ponerse incondicionalmente en manos de una élite cognitiva. Tal cosa podría suponer el fin de la democracia y la sumisión de la ciudadanía a una especie de aristarquía intelectual».
Dándonos cuatro libros en uno, el autor podría haberse dado por satisfecho. Sin embargo, la escuela no cumpliría con su alta misión si desatendiese la parte más esencial del ser humano, sus posibilidades más altas. Es lo que Cicerón llamó la cultura animi: el cuidado del alma personal.
Para Luri, «el maestro consciente de su papel de magister no es el guardián celoso de la autonomía infantil, sino el amante celoso de lo mejor que un niño puede llegar a ser». Por tanto: «En último extremo, la educación es, y no puede dejar de serlo, el medio más juicioso de hacernos, como decía Miguel de Unamuno, con un alma».
A esto obedece el ininterrumpido hilo ético que recurre este libro, y lo unifica. El amor a la verdad, la entrega al estudio, la defensa del débil o el deber moral de ser inteligente son sus baluartes. Especialmente trepidante es la llamada a asumir el peligro de pensar. Cita a Ludwig Wittgenstein para advertir (e incitar): «No se puede pensar decentemente si uno aspira a no hacerse daño», y añade por su cuenta y riesgo: «Pensar es arriesgarse. Es una actividad que exige un gran esfuerzo de concentración, disciplina y voluntad de eludir las conclusiones precipitadas. Cansa. Y, por si fuera poco, sus resultados decepcionan con mucha frecuencia».
No es el caso de este libro. Pone blanco sobre negro lo que nos prometía el filósofo checo Jan Patočka y que, al citarlo, Gregorio Luri asume hasta las últimas consecuencias: «El conocimiento riguroso es la mejor forma que tenemos de cuidar de nuestra alma, porque nos permite proporcionarle experiencias de orden, de límite, de coherencia, de rigor».
Enrique García-Máiquez, en nuevarevista.net.
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