Hay una profunda interdependencia entre todos los seres del universo: la riqueza y multiplicidad de sus perfecciones quedan incluidas dentro de un orden admirable
El estudio amplísimo y sumamente diversificado que las ciencias experimentales han realizado y continúan realizando de las realidades materiales, a la par que nos revela su estructura y sus leyes, da lugar también a grandes interrogantes. Estas preguntas, paradójicamente, nos conducen a unas respuestas más allá de la materia.
La revelación cristiana, que no pretende responder a los problemas científicos −no es ésa su finalidad− nos ofrece, sin embargo, interesantes perspectivas. No trata, repito, de abordar soluciones para las que la ciencia humana tiene sus propios métodos y recursos; ya San Agustín afirmaba que la revelación divina, más que enseñarnos cómo es el cielo, lo que busca es encaminarnos a él.
“Dios mismo es quien ha creado el mundo visible en toda su riqueza, su diversidad y su orden. La Escritura presenta la obra del Creador simbólicamente como una secuencia de seis días «de trabajo» divino que terminan en el «reposo» del día séptimo (...). El texto sagrado enseña a propósito de la creación, verdades reveladas por Dios para nuestra salvación (...) que permiten «conocer la naturaleza íntima de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la alabanza divina» (...)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 337).
Todo lo que existe debe su origen a Dios creador; cuando comienza el universo comienza con él también el tiempo, medida de su dinamismo. Cada uno de los seres que constituyen el mundo tiene una peculiar bondad, riqueza y perfección. El Génesis afirma que Dios vio que todo lo que había creado era bueno. “Por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias, y de un orden” (Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 36). Es como si la infinita perfección divina se derramara y multiplicara a través de su reflejo en cada una de las criaturas. “Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias nefastas para los hombres y para su ambiente” (Catecismo..., n. 339).
Hay una profunda interdependencia entre todos los seres del universo: la riqueza y multiplicidad de sus perfecciones quedan incluidas dentro de un orden admirable. “El hombre las descubre progresivamente como leyes de la naturaleza que causan la admiración de los sabios. La belleza de la creación refleja la infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia del hombre y de su voluntad” (Catecismo..., n. 341). El Sabbat del séptimo día expresa, con la imagen del descanso de Dios, la culminación de su obra, y la necesaria ordenación del hombre y de la creación entera al culto y a la adoración de Dios.
En su Cántico de las criaturasSan Francisco de Asís expresa este sentido trascendente del mundo material:
Loado seas por toda criatura, mi Señor y en especial loado por el hermano Sol, que alumbra y abre el día, y es bello en su esplendor y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana tierra que es toda bendición, la hermana madre tierra, que da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores de color, y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!
Servidle con ternura y humilde corazón, agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.
Pero no todo queda ahí: “para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así la obra de la creación culmina con una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera” (Catecismo..., n. 349).