Os presento el testimonio de primera mano de Teresa Robles, promoción 16, quien al tocar la muerte la vida quiso que otra vez, se viera abandonada a lo que de verdad importa
Impresionantes palabras, sobrecogedoras y llenas de valentía, pues cuando la vida te da una segunda oportunidad, ¡hay que contarlo!
Me llamo María Teresa Robles y soy AA de Montealto. Estoy casada y tengo 7 hijos.
Durante los últimos días de febrero y primeros de marzo todos en España tuvimos una idea algo difuminada de lo que podría ser el coronavirus (covid-19) que asolaba China e Italia y por supuesto no teníamos ni idea de la transcendencia de lo que nos iba a pasar en España y en nuestras vidas. Pero si tenía claro que en mi familia lo cuidaríamos más de lo normal por la situación de mi pequeño José María.
José María es el pequeño de mi casa, tiene 8 años recién cumplidos y síndrome de down y desde el 2016 esta diagnosticado de leucemia. Por un tratamiento que recibe no es posible que genere anticuerpos que luchen con covid-19. Con esta realidad en nuestras vidas nos enfrentábamos a la pandemia, sin saberlo todavía. (Los puedes seguir en @ponundownentuvida)
El día 10 de marzo me acerqué al médico porque no me encontraba bien, me hicieron la famosa PCR, cuyo resultado me dieron 5 días después. Mientras, me mandaron a casa aislada por un posible positivo en coronavirus. Al día siguiente el Presidente del Gobierno declaró el estado de Alerta en España. Nuestras vidas quedaron congeladas.
Esto suponía un cambio radical en la vida de todos. Hijos en casa, padres teletrabajando y en mi caso madre aislada en una habitación, con miedo de poder contagiar a nuestro pequeño José María.
Mi familia me cuidaba con mucho cariño, sin tocarme ni besarme. Empecé a empeorar y el 16 de marzo ingresé en el hospital con una neumonía bilateral grave.
Cuando me llevó mi marido al hospital no pesé que me iba a quedar ingresada. Me dejó en la puerta de urgencias ya que él no podía entrar. No nos despedimos porque pensamos que me volvería a casa. Pero no fue así.
Cuando te ingresan lo más duro es la soledad. Estaba en una habitación sola. Nadie me consolaba, ni me tocaba, ni me daba conversación. Lo primero que me dijeron es que intentarían pasar lo menos posible para evitar contagios. En la televisión cada día aumentaban por centenares el número de contagios y el número de fallecidos no bajaba de 800. Esto se agravaba por la falta de medios de los sanitarios para atendernos.
Siendo enfermo te crea una doble sensación, no quieres ser tú la causa de su contagio y por otro lado, el momento de relación con el equipo que atiende era un momento muy esperado. Os aseguro que se necesita como el respirar. Además eran puro cariño.
Mi situación cada vez empeoraba más. No me salía casi la voz e intentaba guardar lo poquito que tenía, para mi familia. No quería preocuparles.
La soledad tiene algo bueno. No tienes más remedio que pensar. Y con la vida tan rápida que llevamos es muy difícil. Llevaba tiempo pidiéndole a Dios que parara el mundo que yo no llegaba. Siempre iba por detrás de todo y de todos. Necesitaba ese tiempo. Nunca pensé que se lo tomaría de manera literal.
Un día, vino la médico que me atendía (que fue un ángel para mí) y me dijo:
Teresa, ya no podemos hacer nada más por ti en planta. Te tenemos que bajar a la UCI para sedarte y darte la ayuda que necesitas. Llama a tu familia y despídete.
En ese momento, me di cuenta de la gravedad de la situación. Había visto suficientes telediarios para saber que la mayoría, en ese momento, no salían adelante.
El terror se apoderó de mí. En pocos minutos pensé en que no me había despedido, que no les había dicho a cada uno que les quería y lo mucho que me importaban. Y que me parecían un regalo en mi vida. No les había mirado a los ojos para llegar a su alma.
Ese miedo debió traspasar la mascarilla, debió verse reflejado en mis ojos de tal manera que la médico, mirándome con mucho cariño propuso probar algo que hacían en la UCI, sin salir de la habitación. Si funcionaba no haría falta sedarme.
Llamé a mi marido y no me cogió; le dejé un mensaje contándole lo que pasaba y que rezara e hiciera rezar. Lancé ese mensaje a varios chat sin explicar mucho mi situación.
Mi gran miedo era morir sola. Me sentía triste y con un gran vacío.
La gente empezó a rezar y lo pasaron a muchísima gente que sin conocerme pedía mi curación.
Según se fue la medico dejándome todas las indicaciones de lo que tenía que hacer, entraron mi enfermera y auxiliar con una hoja que ponía: ÁNIMO, NO ESTAS SOLA.
Me lo pegaron en la puerta para que lo viera; yo me puse a llorar. Para animarme mientras me consolaban con palabras, la enfermera me cogió la pierna con su mano (con guante) como señal de cariño. Era la primera vez que tocaban. Aun a pesar de todas las protecciones, mascarillas, guantes y demás, sentí el cariño de estas personas.
Gracias a esa muestra de cariño, me vino una frase de manera muy potente: NO ESTOY SOLA, SOY HIJA DE DIOS.
Esa fuerza, me trasladó a los brazos de Jesús. Allí estaba yo, metida mi cara en su pecho mientras me abrazaba y me consolaba. Ya no tenía miedo. Me sentí muy querida.
Sentí el AMOR DE DIOS, como jamás lo había experimentado llegando a los rincones más profundos de mi alma, esos que tenía olvidados porque no quería recordar. No me lo imaginé, no tengo tanta imaginación. Era tan real como el sol. Lloré. Todavía al contarlo lloro de emoción.
Lo sé. Fue un regalo. Un regalazo.
Ya no me importaba morir, no sentía miedo. No quería pero no tenía miedo. Le pedí que me dejara vivir, para poder despedirme, para poder rehacer tantas cosas que tenia que enderezar.
Como veis por lo que escribo, empecé a mejorar, muy despacio, eso sí.
Cuando pasaba alguien a la habitación les agradecía muchísimo lo que hacían, aunque me hicieran daño, porque sabía que se jugaban la vida por mí. Un día en dos folios les escribí : GRACIAS, VUESTRO CARIÑO TAMBIÉN NOS CURA. Y lo pegué en la puerta por la parte del pasillo para que al pasar lo vieran todos. Era la única manera de agradecerles desde mi sitio.
La visión de la vida te cambia por completo. Ya no quería, ni quiero ser la misma. Empecé a rezar con mas cercanía, de amigo a amigo. Pensé, si esto ha sucedido por la cantidad de gente que ha rezado por mí, yo no puedo mirarme el ombligo. A mí me toca rezar por todos los que están sufriendo y de día de noche como habían hecho tantos por mí.
Me dieron el alta hospitalaria, en cuanto respiré sin oxigeno. Pero seguía en positivo de covid y con neumonía.
¡¡Que emocionante llegar a casa!! Me esperaban a tres metros aplaudiéndome, no les podía besar ni abrazar, ni tocar, pero les dije que les quería y les mire a los ojos a cada uno, para acariciar su alma.
Me volví a encerrar en mi habitación. Estuve 1 mes más. Solo oírles me daba la vida. Todavía me encuentro mirándoles y pienso: si yo les quiero así, cómo les querrá Dios.
Todos estaban felices, se notaba en los tonos de voz, en las canciones, se volcaron en detalles de cariño: en las bandejas de comida muchas veces ponían flores hechas con distintos materiales o un corazón o notas de cariño. Al pasar por mi puerta les salía un TE QUIERO que me esponjaba el corazón… y tantos detalles que dejo para la intimidad familiar.
Pese a todos los cuidados, José María se contagió.
Yo en la habitación sin poder salir y mi marido con nuestro pequeño en el hospital una semana entera. Volvió a casa no del todo curado. A los pocos días volvió la fiebre y José María otra vez al hospital. Después de otros veinte días con su UCI incluida, José María ha dado negativo. Todavía tiene neumonía y necesita algo de oxigeno por la noche pero ya está mucho mejor.
Dios le quiere de manera especial. Es su amigo. Por eso me despido, con la confianza que tenemos las Antiguas Alumnas de Montealto, pidiéndoos que lo incluyáis en vuestras oraciones, para que termine de curarse definitivamente.
Gracias a todas.
María Teresa Robles
Gracias a ti Teresa, por tu labor constante y tranquila, pero llena de esperanza. Jose María está en nuestro rezos. Hoy y siempre.
Fuente: montealtoalumni.com.
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