… Y he pensado en mis padres, y en tantos otros matrimonios no de consulta sino de la vida real que han amado y amado y amado. Y por un momento me ha invadido la felicidad que he visto en tantos amigos que aman y amarán para siempre
Hoy no tenía pensado escribir un post, pero me he levantado con un mensaje en Whatsapp de un hermano mío que decía: “Lee La Contra de hoy. Vas a tener trabajo. Tela lo que dice”. Se refería a la entrevista de La Contra de La Vanguardia. Después, he recibido algún mensaje más de amigos míos en el mismo sentido. Alguno me sugería escribir un post.
He leído la entrevista… y aquí estoy, sentado ante el ordenador.
El entrevistado, Walter Riso, terapeuta, hace afirmaciones como las siguientes: “El amor ya no es para siempre y yo me alegro (…) nadie puede prometer amor para siempre a nadie, porque no puedes decidir amar, respetar, sí”; “Puedes prometer ‘te respetaré o te querré o estaré a tu lado siempre’”; “amar no depende de ti”.
Al principio, he pensado que no era más que la clásica confusión entre amor y enamoramiento, pero cuando he seguido leyendo, he descubierto que hay algo más profundo. Sobre todo, cuando evoca, con cierta admiración, la que considera una revolución: “nuestros jóvenes ya no quieren ser hombre o mujer, sino las dos cosas al mismo y confuso tiempo”.
Y, claro, he seguido pensando…
He pensado que el gran riesgo de los terapeutas es extrapolar su consulta, a la que el entrevistado hace constante referencia, a la realidad, y confundir la primera con la segunda, problematizando a toda la sociedad con el pequeño universo de su consulta. Esta fue una de las razones que me llevó a estudiar y escribir sobre temas de amor y de familia: ¡que no son un asunto para expertos, sino para cualquier persona! ¡Todos amamos!
He pensado también que nadie pone en duda el poder de la libertad humana para hacer de sí mismo lo que cada uno quiera, pero que la cuestión no es esa, sino qué decisiones nos acercan a la felicidad y cuáles al infortunio.
He pensado que, cuando naces, te encuentras con un cuerpo de varón o de mujer porque no hay otro modo de ser humano, no hay un ser humano en la abstracción que luego decida quién y cómo es. Y con ese cuerpo de varón o de mujer puedes hacer lo que quieras, nadie puede impedirlo.
He pensado que todo ser humano experimenta una indigencia, una carencia y un fuerte anhelo de unión. Su propio cuerpo, diseñado para ser unido a otro… ¿cuerpo?, ¡no!, a otra persona, le revela un anhelo profundo de darse, de amar y, si lo sabe interpretar bien, llega a comprender que él es un cuerpo y un espíritu inescindiblemente unidos.
He pensado que, entonces, el ser humano comprende que esa unión de cuerpo y espíritu preparado para la unión, para salir de sí, le impulsa a entregarse a los otros enteramente, con todo lo que es. Y siente que no es solo cuerpo, ni solo sentimiento, ni solo inteligencia, ni solo voluntad. Y se ve capaz de amar con lo que siente… pero también con lo que recuerda y con lo que imagina y con lo que comprende y con lo que quiere. Y, si quiere amar, decide hacerlo con todo lo que es: cabeza, corazón, cuerpo, memoria, imaginación, pasado, presente, futuro y vida y muerte y alegría y tristeza y dolor y tiempo…
He pensado que, a fuerza de amar así, con todo lo que eres, lo que has sido y lo que serás, de pronto te ves capaz de amar para siempre y pase lo que pase, y descubres, no sin estremecimiento, que puedes prometer amor para siempre y que ese sentimiento que te invadía al principio y que no buscaste ni decidiste vuelve una y otra vez a tu vida y a tu amor que se prolonga al infinito.
He pensado que, entonces, llegas a amar al otro como a ti mismo, para siempre, y más todavía. He pensado que solo amando al otro para siempre, enamorándote un día tras otro con lucha y con esfuerzo, despertando al sentimiento dormido, es como mejor te amas a ti mismo. Y vuelves a descubrir, porque tu cuerpo, hecho para la unión te lo revela de nuevo, que fuiste creado para amar, y que en el amor está tu ser, tu vida, tu destino y tu felicidad. Y sientes como nunca antes que, si dejas de amar, dejas de amarte.
He pensado que es precisamente ese cuerpo, que no es género líquido y manipulable, el que, con todas sus inclinaciones (promiscuas, perezosas, violentas, narcisistas, pero también leales, diligentes, pacíficas y altruistas) te muestra el camino al amor, al don de sí, al encuentro con el otro, en el cuerpo, en el espíritu o en ambos, y a la entrega total y definitiva que no te alienará sino que te edificará como persona.
Y he pensado de pronto en que ese don de sí para el que estamos hechos, esa entrega, tiene muchos caminos de superación y realización humana en el amor. Y me ha venido a la cabeza Teresa de Calcuta… y me he preguntado, recordando la entrevista de La Contra: ¿Santa Teresa no amó, no pudo decidir amar, se limitó a respetar a sus enfermos, a sus hermanas, a toda la humanidad doliente? ¿O, con su cuerpo pequeño y un sentimiento débil que la abandonó durante años, logró amar como pocas personas lo han hecho en la historia de la humanidad, hasta elevar el sentimiento, sí, también el sentimiento de querer amar a las más altas cotas imaginables?
Y he pensado, por último, en mis padres, y en tantos otros matrimonios no de consulta sino de la vida real que han amado y amado y amado. Y por un momento me ha invadido la felicidad que he visto en tantos amigos que aman y amarán para siempre.
Y he vuelto a amar el amor… y a escribir un post a deshora.
¡Feliz (y amoroso) domingo!
Javier Vidal-Quadras en javiervidalquadras.com.
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