Los "héroes" en esta pandemia están siendo "personas comunes" que, como ha destacado el Papa, han comprendido que nadie se salva solo y dan lo mejor de sí mismos. Éste es el tema de apertura de la revista ‘Palabra’ en mayo
Enfermos y los más vulnerables, miles de médicos, y enfermeras, familias, voluntarios de Cáritas, capellanes y religiosas dan lo mejor de sí mismos.
Junto a acciones más institucionales de la Iglesia, como miles de voluntarios de las Cáritas parroquiales, capellanes o religiosas que se entregan en la atención de enfermos y vulnerables, miles de médicos y enfermeras, camioneros o madres de familia, dan también la vida sirviendo.
Son historias fuertes, valientes, de valores, de virtudes. Gente que está dando lo mejor de sí, hasta la vida, en estas semanas. Son mujeres y hombres que, por cumplimiento del deber, de su vocación profesional, ofrecen un valioso ejemplo a todo el país. La sociedad española reconoce mayoritariamente este esfuerzo a los profesionales sanitarios −médicos, enfermeras, auxiliares y en general, personas relacionadas con el sector sanitario−, y aplaude sin descanso desde ventanas y balcones a los sanitarios a las 20,00 horas.
Por esa cercanía con los enfermos, más de 33.000 profesionales de la sanidad se han contagiado del coronavirus en España desde que comenzó la pandemia, según los datos disponibles al escribir estas líneas. De ellos, habían fallecido al menos 26 médicos hasta el 20 de abril, según fuentes oficiales.
Palabra ha conversado estos días con numerosos profesionales, la mayoría mujeres, y recoge sus testimonios, llenos de valentía y de fe. Por ejemplo, Margarita Díez de los Ríos, médico residente en el Hospital público Virgen de la Salud, de Toledo (en Castilla-La Mancha, una de las comunidades más castigadas por el virus); la doctora Marta Castro, del Servicio de Geriatría del Hospital Universitario de Getafe (Madrid); la enfermera Mónica Sanz, de la UCI de la Fundación Jiménez Díaz; el transportista camionero Rubén Casasola, y otras personas, de las que recogemos algunas de sus impresiones.
Cuando se les pregunta si estas semanas sienten miedo, ansiedad o mucha preocupación, su respuesta coincide sustancialmente con lo que dice Margarita, la joven doctora madrileña que trabaja en Toledo, cuyo abuelo era médico militar: “No hemos tenido ni tiempo de sentir miedo o ansiedad, al menos en mi caso, ni de pensar mucho. Hemos seguido para adelante. Sí es verdad que a todos, porque lo he estado hablando con mis compañeros, nos preocupaba el tema de la familia, que nos ha dado mucho miedo. Muchos médicos están intentado pasar por casa lo mínimo posible, intentar aislarse mucho”.
“Yo también trabajo en Urgencias, aparte de la planta”, añade Margarita, “y creo que es muy importante establecer desde el primer momento un canal de comunicación de confianza, para dar buenas noticias y para dar malas noticias. Ahí te das cuenta que hay que tener vocación realmente, porque dar buenas noticias es más fácil, pero al dar malas noticias está en juego mucho, y te planteas muchas cosas”. “Lo más duro, añade, es dar la noticia a la familia de que el paciente está muy muy grave, y que muchas veces no pueden pasar. Darles la noticia y decirles que se tienen que ir a su casa, eso es duro”.
Marta, que está en contacto con el colectivo más castigado por el Covid-19, mayores y ancianos, confiesa: “El miedo lo trato de gestionar con más conocimientos sobre el virus y sus vías de contagio y sigo todas las recomendaciones de forma estricta (cuando nuestras equipaciones nos lo permiten, claro); la ansiedad ha ido cediendo poco a poco cuando he empezado a luchar batallas de un solo día: camino del Hospital, cada mañana, pienso sólo en lo positivo que voy a hacer ese día; la preocupación por saber que puedo infectar a mi familia sigue ahí cada minuto y por eso vivo aislada en mi habitación desde que todo esto empezó”. Y a continuación añade: “Llevo sin besar o abrazar a mi marido y a mis hijos desde el 6 de marzo, cuando empecé a tener pacientes Covid confirmados. A mis padres no les veo desde febrero”.
Para intentar transmitir esperanza y fortaleza en la UCI, Mónica señala que “al final la clave de nuestra profesión, también en condiciones normales, es que tratamos a los pacientes como si fuesen nuestros propios padres, abuelas, hermanos o tías. El pensamiento que gobierna nuestro trabajo es pensar cómo querríamos que se tratase a algún familiar que estuviese en la misma situación; eso nos lleva a llevar a cabo unos cuidados óptimos para cada uno. Somos conscientes de que somos los únicos rostros que ven, o más bien los únicos ojos por el EPI [equipo de protección integral] que tenemos que llevar, y eso nos hace pararnos, coger la mano y sonreír con los ojos para que se sientan acompañados”.
Palabra también les ha preguntado si tienen fe, y si la confianza en Dios les ayuda en estas circunstancias. “Soy creyente y creo que sí ayuda mucho ser cristiano y tener formación”, contesta Margarita. “Tanto en lo que hemos hablado de situaciones positivas, cuando parece muy fácil todo, y que va sobre ruedas, como en las negativas y tristes, donde ayuda muchísimo”.
Marta añade: “Yo me apoyo en la fe, no me hago demasiadas preguntas sobre los porqués y simplemente me pongo en el lugar del enfermo, por ejemplo pienso que fuese mi padre o mi madre, y les cuido como a mí me gustaría que les estuviesen cuidando a ellos”. “Mis padres son creyentes y rezan por mí”, añade, “y yo les aseguro que hago todo lo posible para protegerme. Están orgullosos de mí, me educaron para servir a los demás. Y mi marido es mi principal soporte, me aporta la paz que a veces necesito y es él quien va descubriendo para mí cómo Dios dirige nuestras vidas cuando yo no lo veo tan claro”.
El caso de Mónica tiene una peculiaridad: “Cuando yo estaba en tercero de la ESO una hermana mía sufrió un accidente de coche del que salió con vida a duras penas. Yo soy creyente y creo firmemente que fue un milagro de Dios, pero también estuvo en su mano poner en nuestro camino a unos profesionales sanitarios magníficos, que trabajaron al 200% para salvar su vida. En ese momento comprendí que yo me quería dedicar a ayudar como ellos ayudaron a mi familia; que en mi vida quería dedicarme a hacer sentir a la gente como nosotros nos sentíamos en ese momento: apoyados, comprendidos y rodeados del mejor equipo sanitario, tanto profesional como personalmente”.
¿Cómo hacen los transportistas y camioneros estos días, para tener fortaleza en medio de la incertidumbre y los nervios? Contesta Rubén Casasola: “Pensando en la familia y en su bienestar”. “Lo más duro es que en el camión hay mucho tiempo para pensar y te puede llegar a angustiar. Siempre es duro estar lejos de la familia y más en estos momentos”. Lo más estimulante es “pensar que a la gente que veo en las colas de los supermercados les hacemos falta. Y que muchas de ellas te miran con agradecimiento”. Este hombre casado, padre de dos hijos, es devoto de “nuestro patrón san Cristóbal”, y destaca que “hay personas que nos están ayudando a que nuestro trabajo sea menos duro, como la Guardia Civil y algunos restaurantes que han decidido estar abiertos para que los camioneros podamos llevarnos un café”.
Otro colectivo de alto riesgo estas semanas ha sido el de los capellanes, médicos del alma, y muchas ocasiones también del cuerpo. Entre los sacerdotes diocesanos y los religiosos con encomienda pastoral que han atendido a enfermos a petición de los ingresados o de sus familias en centros hospitalarios, habían fallecido hasta hace dos semanas “en torno a 70 en tareas de atención pastoral a enfermos Covid”, informó el obispo auxiliar de Valladolid y secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello. El prelado añadió que “muchos otros” de edad avanzada han fallecido en residencias o casas de religiosas.
Mons. Argüello no especificó más datos, pero el goteo es continuo. Al cierre de esta esta edición, fallecían dos sacerdotes más en Navarra, y elevaban a nueve los presbíteros muertos en la diócesis de Pamplona-Tudela, la segunda diócesis más golpeada por el Covid-19. Casi al mismo tiempo, Europa Press informaba de que Madrid es la más afectada, con un total de 100 sacerdotes contagiados de diversa gravedad, de los que 28 habían fallecido en la diócesis, desde el 11 de marzo. La archidiócesis elevaba la cifra hasta 130 el día 23, y ofrecía algunos perfiles de los fallecidos.
El cardenal Osoro ha manifestado su “profundo dolor” y agradecimiento por su “entrega absoluta” en los lugares “donde es necesaria la presencia de Cristo”. Al mismo tiempo, lejos de amilanarse, el arzobispado informaba de la puesta en marcha de un servicio de capellanía en los hoteles medicalizados. El presidente de la CEE, cardenal Omella, respondía así a Efe: “Lamentablemente ya son unos cuantos los sacerdotes, religiosos y religiosas fallecidos por este virus. Esta pandemia nos está recordando la importancia de proteger a nuestros ancianos. Felicito a sanitarios y cuidadores de residencias de ancianos que tan gran servicio prestan a nuestros mayores. Gracias a las familias que cuidan a sus ancianos. Gracias de corazón”.
El Papa Francisco ha rezado en varias ocasiones por “los médicos, enfermeras y sacerdotes involucrados en el cuidado de los enfermos de Covid-19”, y ha calificado su comportamiento como “un ejemplo de heroísmo” (24 de marzo). El Jueves Santo, en la Misa de la Cena del Señor, señaló que “en Italia, casi 60 sacerdotes [más de 100 al escribir estas líneas], murieron atendiendo a los enfermos, en los hospitales, junto a los médicos y enfermeros: son los santos de la puerta de al lado”. Casi simultáneamente, en una entrevista concedida a varios medios, entre ellos The Tablet y ABC, destacó a “los santos de la puerta de al lado en este momento difícil. ¡Son héroes! Médicos, religiosas, sacerdotes, operarios que cumplen con los deberes para que la sociedad funcione. ¡Cuántos médicos y enfermeras han muerto! ¡Cuántos sacerdotes, cuántas religiosas han muerto! Sirviendo”.
El capellán de la madrileña Fundación Jiménez Díaz, José Ignacio Martínez Picazo, lleva 19 años atendiendo a los enfermos del hospital, y en la fiesta de la Pascua de Resurrección estuvo “con una señora de fe, que sabe que quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta. Olga, ayúdeme a felicitar la Pascua a esta buena gente”. Y Olga dice: “Feliz Domingo de Pascua. Y siempre pensando en el Señor, todo nos va a ir bien. Agradezco que hoy haya venido el padre José Ignacio. Para mí eso es muy bonito”.
“Nosotros somos unos privilegiados porque estamos en casa, haciendo lo que nos dice el gobierno”, añade Olga, “pero el sacrificio de todos los sanitarios trabajando y exponiendo su vida, eso no tiene precio. Ellos dan vida a costa de la de ellos”.
Juan Jolín, capellán del hospital instalado en IFEMA ante la avalancha de contagiados, fue entrevistado por Telecinco, y así lo contaron en su web: “En el hospital milagro de IFEMA hay un servicio religioso, y ‘Ya es mediodía’ ha podido hablar con su capellán, Juan Jolín. Nos ha contado cuál es su labor y la de su equipo: ‘Escuchar con cariño’. Este grupo de sacerdotes acude al hospital en varios turnos porque no pueden estar siempre. Una de las experiencias que más le ha emocionado es que son los propios pacientes los que le dan lecciones: te van contando lo que les preocupa, sus familias, la situación que están viviendo, el futuro…, ha contado el padre Juan”.
Rafael Miner, en revistapalabra.es.
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