El Dios vivo es fiel a sus promesas, misericordioso y clemente, a pesar de los olvidos de los hombres
Aunque la inteligencia humana es capaz de alcanzar a Dios por sus solas fuerzas, tal conocimiento es lejano e impersonal: el Primer Motor de Aristóteles, o la Idea de Bien de Platón o el Uno de Plotino nos dejan fríos y distantes. Pero Dios quiso acercarse a los hombres y establecer con ellos una relación personal. “A su pueblo Israel, Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 203).
Progresivamente Dios se fue autorrevelando a su pueblo, y lo hizo especialmente a Moisés, cuando le habló desde una zarza que ardía sin consumirse, diciéndole: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Exodo 3, 6). Es el mismo que había llamado y guiado a los patriarcas, que se compadece de los suyos y viene en su ayuda. “Moisés dijo a Dios: «Si voy a los hijos de Israel y les digo ‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’; cuando me pregunten: ‘¿Cuál es su nombre?’, ¿qué les responderé?». Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy». Y añadió: «Así dirás a los hijos de Israel: ‘Yo soy’ me ha enviado a vosotros... Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación»” (Exodo 3, 13-15).
Dios reveló así su nombre misterioso de YHWH: «Yo soy el que es» o «Yo soy el que soy» o también «Yo soy el que Yo soy». “Este nombre divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un Nombre revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que El es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el “Dios escondido” (Isaías 45, 15), su nombre es inefable (cf. Jueces 13, 18), y es el Dios que se acerca a los hombres” (Catecismo..., n. 206). Sobrecogido por el misterio de Dios, Moisés ante la zarza ardiente se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Exodo 3, 5-6); pero es una presencia alentadora que vale para siempre, para el pasado (“Yo soy el Dios de tus padres”) y para el futuro (“Yo estaré contigo”: Exodo 3, 12).
El Dios vivo es fiel a sus promesas, misericordioso y clemente, a pesar de los olvidos de los hombres. “El Nombre divino «Yo soy» o «El es» expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece, «mantiene su amor por mil generaciones» (Exodo 34, 7). Dios revela que es «rico en misericordia» (Efesios 2, 4) llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que Él mismo lleva el Nombre divino: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy» (Juan 8, 28)” (Catecismo..., n. 211).
A lo largo de los siglos, la fe de Israel se fue enriqueciendo con la comprensión del Nombre divino: el Dios vivo no cambia y es siempre solícito. “Dios es único; fuera de Él no hay dioses” (Isaías 44, 6). Dios trasciende el mundo y la historia. Él es quien ha hecho el cielo y la tierra: «Ellos perecen, mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan... pero tú siempre el mismo, no tienen fin tus años» (Salmo 102, 27-28). En El «no hay cambios ni sombras de rotaciones» (Santiago 1, 17). El es «El que es», desde siempre y para siempre y por eso permanece siempre fiel a sí mismo y a sus promesas” (Catecismo..., n. 212).
Además el Dios vivo nos ha revelado quién es El, en sí mismo: “Dios es la plenitud del Ser y de toda perfección, sin origen y sin fin. Mientras todas las criaturas han recibido de El todo su ser y su poseer. El solo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es” (Catecismo..., n. 213).