Un modo de agradecer el sacerdocio es pedir que nunca falte en la Iglesia, que surjan muchos jóvenes dispuestos a dar la vida por los demás desde Cristo
El otro día unos municipales pararon a un compañero y le preguntaron a dónde iba. Les respondió que a celebrar misa, una municipal se extrañó y le dijo: “pero si no hay nadie no tendrá que decir misa, ¿no es cómo en el teatro?”. El sacerdote le comentó que en la misa están todos presentes, se pide por todos y le enseñó una de las peticiones que tenía preparada por los sanitarios y agentes del orden. Ella se puso a llorar llena de agradecimiento.
Los sacerdotes estamos al servicio del Pueblo de Dios, de todos los hombres, nuestra función es ser “el amor del corazón de Jesús”. Ser sus manos que bendicen y acarician, que levantan y sostienen, que curan las heridas y señalan el camino. Pronunciar sus palabras que alientan, orientan y perdonan. Ser su corazón que comprende y ama. Sus ojos atentos que descubren las necesidades y todo lo bueno que hay en nuestros corazones. Su fuerte espalda que ayuda a llevar las cruces. Sus atentos oídos que no se cansan de escuchar. Todo eso es el sacerdote de Cristo. Que está en la fiesta y en el duelo, con los pobres y con los ricos, con los niños y con los ancianos.
Otro amigo sacerdote se ha encerrado en una residencia de mayores y está pasando el confinamiento con ellos y las religiosas que les atienden. Han dado varios positivos y bastante personal está de baja, así que, además de la atención pastoral, se está encargando de fregar los platos y dejar limpio el comedor. Le tengo un poco de envidia.
El Jueves Santo asistí al entierro de un bebe recién nacido. Estábamos sólo el padre, una amiga de la familia y yo. Fue un momento muy especial y triste. La madre comentaba que el bautizar a su hijo y el responso rezado en el cementerio le había supuesto un gran alivio. El Señor nos consuela de la mano de sus sacerdotes y podemos con el salmista decir: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”.
Este domingo celebramos el día del Buen Pastor, jornada que la Iglesia dedica a orar por las nuevas vocaciones. Un modo de agradecer el sacerdocio es pedir que nunca falte en la Iglesia, que surjan muchos jóvenes dispuestos a dar la vida por los demás desde Cristo. El sacerdocio es un servicio, estamos para servir, como decía el Papa hace poco; pero como Cristo y en Cristo, no somos asistentes sociales, algo estupendo, pero que no es el sacerdocio. Decía Benedicto XVI: “No es tan importante lo que haces como lo que eres en nuestro compromiso sacerdotal. Sin duda tenemos que hacer muchas cosas y no ceder a la pereza, pero todo nuestro empeño da fruto solamente si es expresión de lo que somos, si en nuestro actuar aparece nuestra unión profunda con Cristo −instrumentos de Cristo, boca por la que Cristo habla, mano por la que Cristo actúa−. El ser convence y el hacer sólo convence en cuanto realmente es fruto y expresión del ser”.
Es una meta alta, inalcanzable con nuestras solas fuerzas, pero podemos decir como San Pablo: “Estando confiado de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”, el que da la vocación da la gracia para vivirla. De esto podemos dar testimonio todos los sacerdotes, Él actúa en nuestra flaqueza. Por eso hay que atreverse a seguir su llamada. Hacen falta aventureros, corazones enamorados.
Son muchas las voces que están apoyando a los sacerdotes, que nos piden nuestro servicio, que oran por nosotros y nos tratan con inmenso cariño. Estos días de confinamiento he podido seguir celebrando la Eucaristía, atender las confesiones, escuchar y consolar. Doy gracias a Dios porque siempre me han tratado muy bien y aunque he tenido que reducir mi actividad en la calle he predicado online; el whatsapp y el teléfono han sido muy buena ayuda para llegar a la gente. He rezado ante el sagrario por los que no podían hacerlo. También en estos casos se puede ser buen pastor. Doy gracias a los periódicos que me han permitido dar palabras de aliento y de esperanza.
Otros sacerdotes han dado sus vidas, la han ofrecido por otros, se han puesto en peligro atendiendo a los contagiados en los hospitales, son muchos los fallecidos en España. Otros han tenido que vivir en un estrecho confinamiento uniéndose a los demás con la oración y el sacrificio. Muchos han puesto las Cáritas parroquiales al servicio de los necesitados. El alcalde de Madrid agradece en su carta la “silenciosa y heroica labor” que están realizando los sacerdotes con los enfermos de coronavirus y con sus familiares, llevándoles “los sacramentos y consuelo espiritual”, y “dicen el último adiós, muchas veces en nombre de los familiares y amigos que no pueden asistir, a sus seres queridos”.
El confinamiento nos ha ayudado a rezar, nos ha regalado horas serenas para meditar, para plantearnos el sentido de la vida. Me ha dado mucha alegría que varios chicos se han planteado en serio su vocación. Uno de ellos me decía que estos días han supuesto una maduración en su camino vocacional, que el próximo curso entrará en el semanario. “Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande obreros”, es el mismo Señor quien nos quiere enviar muchas vocaciones.