Como quien apaña una bofetada mientras mira y escucha tan tranquilo el mar o el fuego, o como quien recibe desprevenido un balonazo en la cara, así me pillaron dos frases de ‘El paso siguiente en el baile’
No conocía la novela deTim Gautreaux y me adentré en ella con poco ánimo, porque pensaba que se le veían mucho las costuras. Pero el escritor se fue haciendo conmigo y me encariñé con los bravíos personajes de la pareja protagonista y con el paisaje cajún del golfo de México, poblado por pescadores y jornaleros del petróleo que saben quiénes son ellos y los que con ellos andan por la vida. Gente simple con virtudes robustas, poco ilustradas pero sabias, y defectos elementales, básicos, nada retorcidos, naturales, salvajes incluso. Gente con la que sabes a qué atenerte, qué esperar según lo que hagas o lo que les hagas. Me estaba gustando ese mundo, podía olerlo y tocarlo, porque Gautreaux describe con todos los sentidos y te mete en el río y en el patio de la casa o te obliga a escuchar la gravilla de conchas bajo las ruedas de la camioneta. Pero de pronto, se llevó a los protagonistas a California.
Y ahí estaba el párrafo. Después de una temporada en Los Ángeles, la chica percibe que «la gente era muy agradable de ver, sana y elegante, pero impaciente: parecían no estar satisfechos nunca. La mayoría de la gente que había conocido y con la que había hablado parecía esperar que le sucediera algo». Tortazo con la mano abierta. Qué fácil resulta reconocerse en esa descripción tan precisa de la inanidad: personas impacientes a la espera de que nos suceda algo, no sabemos muy bien qué ni para qué. Algo.