«No hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia a sí mismos». Son palabras de Benedicto XVI que el Prelado del Opus Dei comenta en su carta de septiembre, en la que reflexiona sobre la Cruz de Cristo
Recuerda Mons. Javier Echevarría, al comienzo de la Carta, algunos de los viajes realizados en fechas recientes, y afirma que me ayuda mucho veros, estar con vosotros y palpar la urgencia −siempre actual− de la expansión apostólica. De su visita a Holanda asegura que además de la alegría de ver a las personas de la Prelatura, he revivido parte de la prehistoria de la Obra en esa tierra, acompañando a nuestro Padre y al queridísimo don Álvaro: ¡cuánto rezaron recorriendo sus carreteras y ciudades, pensando en las mujeres y en los hombres que llegarían al Opus Dei, con una esperanza que ahora contemplamos hecha realidad! Vivamos a diario la Comunión de los santos.
Pide oraciones el Prelado por los tres nuevos presbíteros que recibieron la ordenación sacerdotal el pasado día 2, en el Santuario de Torreciudad y por los frutos de las numerosas actividades realizadas durante este tiempo en todo el mundo; y cabe añadir por las Regiones del hemisferio sur que, con su vida ordinaria, nos sostienen a todos.
En el resto de su Carta reflexiona ampliamente sobre la Cruz de Cristo, haciendo referencia a dos festividades: el 14 de septiembre en que volvemos a agradecer a nuestra Madre la Iglesia la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y al día siguiente, el 15, en que conmemoraremos la presencia de la Virgen al pie de la Cruz, sufriendo con Jesús y colaborando con Él en la obra de la redención. Allí se manifestó su nueva maternidad, cuando escuchó aquellas palabras del Señor: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". Entonces nos acogió con entereza y ternura, como verdaderos hijos suyos.
Estas dos fiestas —continúa— constituyen para los cristianos un poderoso reclamo, una llamada imperiosa a abrazar con amor las pequeñas o grandes cruces que se presenten en nuestras vidas, sin quejas ni lamentos, porque todas nos atan a Jesucristo y constituyen una muy especial bendición de Dios. No olvidemos aquel comentario de san Josemaría, a propósito de que mucha gente llama cruz a lo que les contraría, y acaban quitando su representación de las casas y, sobre todo, de su conducta. No admiten que la Santa Cruz, con todas sus manifestaciones, da libertad y fuerzas para combatir la batalla de la nueva evangelización, empezando por la conversión personal de cada uno, y recuerda las palabras que Benedicto XVI en una homilía, en la que afirmaba que «no hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia a sí mismos, de la transformación y purificación del yo por la verdadera libertad. Donde no hay nada por lo que valga la pena sufrir, incluso la vida misma pierde su valor. La Eucaristía, el centro de nuestro ser cristianos, se funda en el sacrificio de Jesús por nosotros, nació del sufrimiento del amor, que en la Cruz alcanzó su culmen. Nosotros vivimos de este amor que se entrega. Este amor nos da la valentía y la fuerza para sufrir con Cristo y por Él en este mundo, sabiendo que precisamente así nuestra vida se hace grande, madura y verdadera…».
Después de considerar algunas enseñanzas de San Josemaría sobre la Cruz invita a ayudar a todas las personas que encontremos, o con las que coincidamos, a considerar el valor del sufrimiento afrontado de esta manera, con paz y también con alegría, afirmando que la receta es fácil de llevar a la práctica, pero presupone el deseo de acompañar a Cristo en el Calvario, sugiriendo para ello que volvamos los ojos a la Santísima Virgen. El hecho de que María permaneciera firme junto a la Cruz, acompañando de cerca a su Hijo, fue sin duda una gracia especial de Dios; pero una gracia a la que respondió con una preparación de años −desde el momento de la Anunciación y aun antes− por la completa apertura de su corazón y de su alma a los requerimientos divinos.
Y ya al final de la Carta: Seguid rezando por mis intenciones, consumados en la unidad, fundidos en la oración, en el sacrificio y en los afanes de servir a la Iglesia, al Romano Pontífice y a todas las almas (…) Acompañemos al Papa durante su viaje pastoral al Líbano, del 14 al 16 de este mes (…) Roguemos por esas tierras que Nuestro Señor santificó con su presencia e imploremos de la Santísima Virgen, Regína pacis, el don de la paz para los pueblos de aquella zona y para la humanidad entera.