Son momentos duros; pero, precisamente estos momentos duros son, a la vez, los momentos de la fe. Momentos para demostrar con hechos reales que nuestra fe no es una mera cuestión cultural
Ha pasado ya una semana de la irrupción, probablemente ilegal y anticonstitucional, de la policía en la Catedral de Granada y en algunos otros templos de la ciudad.
En un primer momento no quise decir nada, porque cuando uno está enfadado es mejor callarse y dejar pasar un poco de tiempo. Pienso que ha llegado el momento de hacer algún comentario.
El despropósito de esa irrupción de la policía arranca de una visión de la jugada radicalmente diferente. Para una autoridad no cristiana o con una fe floja, un templo es un lugar de reunión, muy poco distinto a lo que pueda ser un bar, un estadio, o una sala de cine. Desde este punto de vista es coherente que, si los otros lugares de reunión están cerrados, también deberían cerrarse las iglesias.
El problema estriba en que hay un error de bulto en el planteamiento. Una iglesia no es un lugar de reunión, sino la casa de Dios: un lugar al que, una persona con fe, tiene derecho −amparado por la Constitución− de acudir cuando lo necesite, para hablar con Dios, o adorarle como mejor sepa y quiera. Derecho que ha sido respetado por el Real Decreto del estado de alarma del 14 de marzo, en su artículo número 11, que admite incluso la asistencia a la Santa Misa con el único requisito de que se cuiden las medidas de prudencia necesarias para evitar los contagios: separación suficiente, etc.
Me parece que este conflicto debería hacernos reflexionar a los cristianos. ¿No será que, con nuestra actuación, hemos dado la impresión de que nuestras iglesias son un lugar de reunión social, en vez de la casa de Dios? ¿A qué vamos a las iglesias? ¿Cuando estamos en una boda, en un funeral o unas primeras comuniones… estamos adorando y hablando con Dios?, ¿o estamos más bien hablando con los de al lado? Hay un gran número de cristianos, es evidente, que saben estar en el templo con la reverencia debida al Dios escondido en el sagrario; pero no son pocos los que han perdido ese sentido de la trascendencia.
Si los cristianos, en nuestros templos, no sabemos comportarnos de un modo que deje claro que no son lugares de encuentro social, sino sitios para adorar y tratar a Dios… ¿cómo pretender que las personas sin fe no los consideren simplemente como un lugar más de reunión?
Y, con todo respeto a quienes puedan opinar de modo distinto, pienso que, en la situación de pandemia en la que nos encontramos, nuestros templos deberían estar abiertos todo el día. Pienso −repito que es una opinión personal− que la Iglesia debería dar un fuerte ejemplo de fe real y práctica. Y ese ejemplo debería pasar, entre otras cosas, por abrir las puertas de los templos de par en par.
Aunque venga poquísima gente. Pero que nunca, nadie, pueda decir que ha ido a una iglesia en un tiempo de necesidad como este… y se la ha encontrado cerrada. Si nuestras iglesias son la casa de Dios, no podemos cerrar las puertas a nadie, y menos en un momento de dolor y sufrimiento como el actual.
Estamos en unos momentos muy angustiosos para muchas personas, y es tarea de los sacerdotes ofrecerles la posibilidad de rezar delante del sagrario, así como de escucharles cuando tengan necesidad. Y también, lógicamente, de ayudar a resolver las numerosas situaciones de extrema penuria económica que están dándose estos días. Las parroquias abiertas estamos recibiendo un auténtico aluvión de personas desesperadas, que no tienen donde dormir o qué comer. Con la iglesia cerrada es imposible ayudar a nadie.
Evidentemente, con la prudencia necesaria para evitar contagios. No estoy proponiendo una vuelta masiva a Misa, sino que las iglesias no estén cerradas. Además, es mucho más fácil evitar la infección en una iglesia, que en un supermercado o en un lugar de trabajo. No hay ningún peligro de contagio cuando en un templo como la catedral de Granada, donde caben miles de personas, acuden a misa una veintena: están más separadas y con menos contacto que en un supermercado o en la cola de la farmacia.
En resumen: son momentos duros; pero, precisamente estos momentos duros son, a la vez, los momentos de la fe. Momentos para demostrar con hechos reales que nuestra fe no es una mera cuestión cultural.
Y esa demostración pasa, entre otras muchas cosas, por defender, entre todos, nuestro derecho a rezar en las iglesias. Nuestros templos no son bares ni estadios de fútbol.
Jorge Ordeig Corsini es doctor en Filosofía e Ingeniero de Telecomunicaciones Párroco de la iglesia de San Ildefonso, de Granada