Es verdad que tenemos que ser prudentes, pero somos cuerpo, sentimiento y espíritu
En plena crisis del coronavirus estalla la cuestión de por qué quieren ir a misa, ¿es una falta de solidaridad?, ¿es necesario? “Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. Con estas sencillas palabras, que nos recuerdan uno de los momentos más familiares, la reunión entorno a la mesa, san Lucas nos habla de la importancia de la Eucaristía. No fue suficiente el largo paseo juntos, la interesante conversación con el divino caminante en la que les explicaba las Escrituras, para llegar a reconocer al Maestro. Fue necesaria la fracción del pan, repetir el gesto del mayor Amante que ha existido: “Toma y cómeme”.
Hace unos días decía el Papa: «Ustedes recibirán la Eucaristía [dijo a los pocos presentes en la capilla], pero hay gente que está conectada con nosotros, y sólo harán la comunión espiritualmente». «Esta no es la Iglesia. Es la Iglesia en una situación difícil, pero el ideal de la Iglesia es estar juntos, el pueblo con los sacramentos”. Me acordaba de los mártires de Abitina que prefirieron la muerte antes de renunciar a la Eucaristía; ante la prohibición de asistir a la misa dominical, afirmaron que sin ella no podían vivir.
La misa del domingo es la marca, el logotipo, la insignia, el oxígeno, la vida de los cristianos. ¿Cómo podríamos vivir sin él? decía san Ignacio. “Sine dominico non possumus” clamaban los 49 mártires de Abitina (Túnez): “Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir”.
Es verdad que tenemos que ser prudentes y ejemplares; pero vamos al súper a procurarnos alimentos, a la farmacia, algunos al trabajo, los que lo necesitan al médico… y me pregunto si no podríamos pelear más la misa. Somos cuerpo, sentimiento y espíritu. Una unidad compleja y necesitamos ahora no solo comida y medicinas, también un poco de aire, estirar las piernas; contemplar la naturaleza, ese campo precioso en primavera; alimentar el espíritu. No nos podemos atrofiar.
Al menos tendría que haber un clamor, un ansia de poder recibir los sacramentos. No debemos acostumbrarnos. Seamos almas de deseos, pero también de realidades. En Polonia, que está saliendo muy bien parada del coronavirus, la medida que han tomado es duplicar el número de misas para que los fieles tengan más posibilidad de asistir y evitar las aglomeraciones. Es el país europeo con menor incidencia del virus.
La fe nunca es un peligro. Han llegado varias noticias de misas interrumpidas, la causa suele ser denuncias de ciudadanos “celosos” del confinamiento, ven el peligro que suponen esos pocos cristianos que han seguido yendo a los templos. Me comentaba un párroco, que lo que más le ha dolido del cierre de la iglesia, es el conformismo de sus parroquianos, que apenas echan de menos su falta de libertad para poder vivir sus prácticas religiosas. Lo que nos sostiene en tiempos difíciles es el Señor, la fe, la oración. Él es nuestra esperanza y nuestra salvación, es nuestro alimento.
En una de las últimas cartas apostólicas decía san Juan Pablo II: “Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz. Quédate con nosotros, suplicaron, y Él aceptó. Poco después el rostro de Jesús desaparecería, pero el Maestro se había quedado veladamente en el pan partido, ante el cual se habían abierto sus ojos”.
Deseemos el encuentro con Jesús Eucaristía, busquemos el Pan de vida, pidamos al Padre que nunca más nos falte. Valoremos la cercanía del Dios humillado y cercano, del que se esconde en un trozo de pan y dice: “Cómeme”, aliméntate de mí. ¡Qué bonito! “Hay un corazón que mana / Que palpita en el Sagrario / Un corazón solitario / Que se alimenta de amor”.
«Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. “Permaneced en mí, y yo en vosotros”. Esta relación de íntima y recíproca “permanencia” nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás este el mayor anhelo del hombre? ¿No es esto lo que Dios se ha propuesto realizando en la historia su designio de salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el “hambre” de su Palabra, un hambre que solo se satisfará en la plena unión con Él. Se nos da la comunión eucarística para “saciarnos” de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo», nos sigue diciendo el Papa santo. Que de verdad deseemos como el mayor de los bienes poder recibir dignamente a Jesús sacramentado.
Y terminamos con la súplica del gran pontífice a la Virgen: «Que, en este Año de gracia, con la ayuda de María, la Iglesia reciba un nuevo impulso para su misión y reconozca cada vez más en la Eucaristía la fuente y la cumbre de toda su vida». Por eso necesitamos ir a misa.