Tiempo de reconstruir tantas cosas. Primero nuestras vidas y nuestras familias. Rehacer la sociedad, poner en marchas los trabajos y las empresas, recuperar el tiempo perdido de los estudiantes…todo esto requiere gastarse con alegría
Consuela mucho escuchar de nuevo el ¡Aleluya! al término de esta cuaresma, la más larga que hemos vivido. Es como un anticipo del final de la cuarentena: ¡Aleluya, aleluya, aleluya! ¡Cristo ha resucitado! Hemos resistido y hemos vencido. La vida ha triunfado sobre la muerte. La luz resplandece sobre las tinieblas. El bien sobre el mal. El Evangelio nos dice: "El ángel habló a las mujeres: Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis". El resucitado va por delante de nosotros; si le seguimos le veremos; si estamos con Él viviremos. Tiempo para cantar a la vida. Tiempo de esperanza.
Galilea recuerda a los apóstoles los comienzos, el deslumbramiento del encuentro con Jesús, su conversión, su inocencia. Los largos ratos pasados con el Maestro, embebidos en sus enseñanzas. Los mejores momentos de su vida. Todos tenemos nuestra Galilea: volvamos, recordemos esos instantes de luz, aquellos sueños de ser mejores, de hacer cosas grandes, esas pequeñas victorias sobre nuestro egoísmo. Soñemos de nuevo, recordemos aquellos consejos de la abuela, las oraciones de niño que aprendimos de nuestros padres. Los buenos propósitos.
Me acaba de llegar un whatsapp de un familiar diciendo que su sobrino está mucho mejor, le han desentubado, respira por sí mismo, ha comenzado a comer. Y el colofón: "mi madre siempre nos ha dicho que la Semana Santa es muy milagrosa". Siempre lo es, porque termina con la Pascua, con la resurrección, con la vida. Tiempo de alegría, de ponerse en camino. Tiempo para soñar de nuevo. No podemos desaprovechar esta lección que el dichoso virus nos está dando. Podemos disfrutar de la vida familiar, jugar con los hijos, tener largas tertulias con los nuestros, vivir con menos, quitar el pie del acelerador y respirar, mirar, soñar, cantar. Bajarnos del tren del estrés en el que inconscientemente estamos subidos.
Comentaba Benedicto XVI: "En la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, la Iglesia presenta el misterio de la luz con un símbolo del todo particular y muy humilde: el cirio pascual. Esta es una luz que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma. Da luz dándose a sí misma". Volver a Galilea es ser luz, consumirse como el cirio alumbrando y dando calor. Pero gastándose. Tiempo de reconstruir tantas cosas. Primero nuestras vidas y nuestras familias. Rehacer la sociedad, poner en marchas los trabajos y las empresas, recuperar el tiempo perdido de los estudiantes…todo esto requiere gastarse con alegría. "No temáis". La fe nos dice que Dios no nos abandona nunca. Que "para los que aman a Dios todas las cosas son para bien" como dice san Pablo. Estamos comprometidos en la batalla de la esperanza, de la confianza, de la alegría. Emplazados a cambiar el mundo. Podemos con la gracia de Dios y con nuestro trabajo y dedicación. Quizá nos vendría bien volver a escuchar, a todo volumen, una buena versión del Aleluya de Haendel: "Aleluya, aleluya. Mesías Jesús, reinarás para siempre".