Última entrega de las audio meditaciones predicadas por Mons. Fernando Ocáriz. "¡La luz de Cristo se abre paso entre las tinieblas del pecado y de la muerte! ¡Jesús ha resucitado!", recuerda
«Lumen Christi!». ¡Luz de Cristo! Estas son las palabras que la Iglesia hace resonar en nuestros oídos al inicio de la Vigilia Pascual, que comienza en la oscuridad de la noche.
«Lumen Christi!». Se repite tres veces, mientras se van encendiendo las velas de los participantes en la celebración litúrgica. ¡La luz de Cristo se abre paso entre las tinieblas del pecado y de la muerte! ¡Jesús ha resucitado! Es el mensaje de gozo que, dentro de unos días, volveremos a recibir.
En días anteriores, hemos meditado en la entrega plena de Jesús por nosotros: desde la institución de la Eucaristía en la Última Cena, hasta la muerte en la Cruz.
Ahora, vemos cómo la oscuridad del Calvario no es la última palabra. Las santas mujeres, que supieron acompañar al Señor en el momento de la Pasión, nos abren paso hacia la luz de la Resurrección. Jesús premia el cariño que las impulsó a querer embalsamar su cuerpo, y las convierte en las primeras portadoras de la alegría de la Pascua.
Como a las santas mujeres, también a nosotros la noticia de la resurrección nos ofrece una nueva luz para nuestras vidas, en estos momentos tan dolorosos de la humanidad. San Pablo recuerda a los Romanos que los cristianos nos unimos a la muerte del Señor “para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rm 6,4).
La Pascua nos anuncia que no estamos atados por nuestros pecados pasados, por el peso de nuestros errores anteriores, por los límites que notamos en nuestra vida, por las circunstancias más o menos difíciles de un momento como el de ahora. Por eso, el Apóstol vuelve a decir: “consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rm 6,11).
Al conmemorar la resurrección de Jesús, queremos responder a la invitación del Señor de caminar en una vida nueva.
Pero, ¿de qué novedad se trata? El ritmo de nuestra vida suele estar marcado por las mismas cosas que se repiten: el trabajo, el lugar, las personas de siempre. Quizá esto lo hemos notado aún más los que en estos días nos vemos obligados por la pandemia a no salir de casa.
¿En qué consiste el sentido de novedad de la Pascua? Consiste en la luz de la fe que se proyecta en nuestra existencia, y que está vivificada por la caridad y sostenida por la esperanza.
Lo señala así san Josemaría: “Esa certeza que nos da la fe hace que miremos lo que nos rodea con una luz nueva, y que, permaneciendo todo igual, advirtamos que todo es distinto, porque todo es expresión del amor de Dios”[1].
Sí, por la fe sabemos que Jesús camina a nuestro lado en la vida cotidiana, haciéndonos descubrir sus auténticos sentido y valor. La fe nos hace encontrar a Jesús que quizá nos espera en la petición que nos hace otro miembro de la familia, en el favor que podemos prestar a un vecino, en la llamada a alguien que se siente solo...
Por la fe, sabemos que el trabajo hecho por amor siempre es valioso, porque se transforma en una ofrenda a nuestro Padre Dios. Quizá ahora estemos notando cómo tantas cosas escapan de nuestro control y que no podemos fiarnos solo de nuestras fuerzas para alcanzar lo que nos hemos propuesto. Se insinúa quizá la tentación del desánimo.
Nos ayudará recordar que Jesús Resucitado está a nuestro lado mientras nos esforzamos por trabajar en circunstancias adversas, pensando en nuestra familia y en todo el mundo. Si trabajamos con Cristo, todos nuestros esfuerzos tienen sentido, incluso cuando no llegan los resultados que esperamos, porque el eco de las obras que se hacen por amor llega siempre al Cielo.
Después de anunciar a las santas mujeres la noticia de la resurrección de Jesús, el ángel añade: “Pero marchaos y decid a sus discípulos y a Pedro que él va delante de vosotros a Galilea: allí le veréis, como os dijo” (Mc 16,7). Los discípulos han de volver a Galilea, al lugar donde todo comenzó, a la tierra que diariamente recorrieron con el Maestro durante los años de su predicación.
También a nosotros se nos dirige la misma llamada: volver a nuestra Galilea, a nuestra vida cotidiana, pero llevando a ella la luz y alegría de la Pascua.
El Papa Francisco lo recordó hace algunos años: “Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas”[2]. Cuánto nos sirve, en los momentos de dificultades, recordar las veces que el Señor se ha hecho presente en nuestra vida, y renovar la confianza en Él.
Acojamos la invitación del Señor. Consideremos muchas veces el sentido de la alegría de la Pascua −una alegría que es compatible con el sufrimiento−, recibamos la luz que Él nos quiere dar y compartámosla en nuestro ambiente.
Como las santas mujeres, anunciemos con gozo la realidad de que Cristo vive. Que esta certeza se refleje en nuestras vidas: en la serenidad, en la esperanza, en la caridad con que queremos llenar nuestros días. Acudamos para esto a la intercesión de Nuestra Señora. En el día de la resurrección, la contemplamos radiante de alegría por la vuelta de su Hijo. También para cada uno de nosotros llegará ese momento, y por la potencia de Dios, si somos fieles, viviremos para siempre en Cristo Jesús.
Fuente: opusdei.org
Enlaces de los episodios anteriores:
El Mandamiento Nuevo del Señor
Cristo, espejo de nuestra fragilidad
[1] Es Cristo que pasa, 144.
[2] Homilía en la Vigilia Pascual, 19-IV-2014.
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
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