Durante la Audiencia general de este miércoles, el Santo Padre ha explicado cómo vivir el Triduo Pascual durante la pandemia; Crucifijo y Evangelio
Queridos hermanos y hermanas:
En este tiempo de preocupación por la pandemia que está afectando al mundo, podríamos pensar que Dios está ausente, que no se interesa por nosotros y por nuestro sufrimiento.
Ante estas preguntas que afligen nuestro corazón, nos ayuda la narración de la Pasión de Jesús, que nos acompaña en estos días santos. La Pasión nos habla de un Jesús pacífico, indefenso, no de un Mesías potente y vencedor, como se lo imaginaban sus seguidores que, confundidos y asustados, lo abandonaron. Cuando Jesús muere es el centurión romano, que había sido testigo de sus sufrimientos en la cruz, de su perdón y de su amor infinito, quien declara: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios»: con estas palabras manifiesta que, en esa aparente derrota, Dios está presente verdaderamente.
A Dios no es posible conocerlo y alcanzarlo con nuestro esfuerzo personal. Es Él quien ha venido a nuestro encuentro y se nos ha revelado en el misterio pascual de Jesús. Contemplando a Jesús en la cruz vemos el rostro de Dios, que se revela como es: Omnipotente, pero en el amor, porque Él es amor; que no condena, sino que abre sus brazos para abrazar nuestra fragilidad, y la transforma dándonos vida nueva.
En estas semanas de aprehensión por la pandemia que está haciendo sufrir tanto al mundo, entre las muchas preguntas que nos hacemos, puede haberlas también sobre Dios: ¿qué haces ante nuestro dolor? ¿Dónde está cuando todo se tuerce? ¿Por qué no nos resuelves rápido los problemas? Son preguntas que nos hacemos sobre Dios.
No puede ayudar el relato de la Pasión de Jesús, que nos acompaña en estos días santos. También ahí, en efecto, se concentran tantos interrogantes. La gente, tras haber acogido a Jesús triunfalmente en Jerusalén, se preguntaba si finalmente liberaría al pueblo de sus enemigos (cfr. Lc 24,21). Ellos esperaban un Mesías poderoso, triunfante, con espada. En cambio llega uno manso y humilde de corazón, que llama a la conversión y a la misericordia. Y es precisamente la gente, que primero lo había aclamado, quien grita: «¡Sea crucificado!» (Mt 27,23). Los que lo seguían, confusos y asustados, lo abandonan. Pensaban: si la suerte de Jesús es esta, el Mesías no es Él, porque Dios es fuerte, Dios es invencible.
Pero, si seguimos leyendo el relato de la Pasión, encontramos un hecho sorprendente. Cuando Jesús muere, el centurión romano que no era creyente, no era judío sino pagano, que lo había visto sufrir en la cruz y lo había oído perdonar a todos, que había palpado su amor sin medida, confiesa: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Dice justo lo contrario que los demás. Dice que allí está Dios, que es Dios verdadero.
Podemos preguntarnos hoy: ¿cuál es el verdadero rostro de Dios? Habitualmente proyectamos en Él lo que somos, a la máxima potencia: nuestro éxito, nuestro sentido de justicia, e incluso nuestra indignación. Pero el Evangelio nos dice que Dios no es así. Es distinto y no podemos conocerlo con nuestras fuerzas. Por eso se hizo cercano, vino a nuestro encuentro y precisamente en Pascua se reveló completamente. ¿Y dónde se reveló completamente? En la cruz. Allí aprendemos los rasgos del rostro de Dios. No olvidemos, hermanos y hermanas, que la cruz es la cátedra de Dios. Nos vendrá bien mirar el Crucifijo en silencio y ver quién es nuestro Señor: es Aquel que no señala el dedo contra nadie, ni siquiera contra los que lo están crucificando, sino que abre sus brazos a todos; que no nos aplasta con su gloria, sino que se deja despojar por nosotros; que no nos quiere con palabras, sino que nos da la vida en silencio; que no nos obliga, sino que nos libera; que no nos trata como extraños, sino que carga con nuestro mal, carga con nuestros pecados. Y esto, para liberarnos de los prejuicios sobre Dios, miremos el Crucifijo. Y luego abramos el Evangelio. En estos días, todos en cuarentena y en casa, encerrados, tomemos estas dos cosas en la mano: el Crucifijo, mirémoslo; y abramos el Evangelio. Esa será para nosotros −digamos así− como una gran liturgia doméstica, porque en estos días no podemos ir a la iglesia. ¡Crucifijo y Evangelio!
En el Evangelio leemos que, cuando la gente va a Jesús para hacerlo rey, por ejemplo tras la multiplicación de los panes, Él se va (cfr. Jn 6,15). Y cuando los diablos querían revelar su majestad divina, Él los enmudece (cfr. Mc 1,24-25). ¿Por qué? Porque Jesús no quiere ser malinterpretado, no quiere que la gente confunda al Dios verdadero, que es amor humilde, con un dios falso, un dios mundano que da espectáculo y se impone con la fuerza. No es un ídolo. Es Dios que se ha hecho hombre, como cada uno de nosotros, y se expresa como hombre pero con la fuerza de su divinidad. En cambio, ¿cuándo se proclama solemnemente en el Evangelio la identidad de Jesús? Cuando el centurión dice: “Verdaderamente era Hijo de Dios”. Se dice ahí, recién dada su vida en la cruz, para que ya no nos podamos equivocar: se ve que Dios es omnipotente en el amor, y no de otro modo. Es su naturaleza, porque está hecho así. Él es el Amor.
Tú podrías objetar: “¿Que hago con un Dios tan débil, que muere? ¡Preferiría un dios fuerte, un Dios poderoso!”. Pero el poder de este mundo pasa, mientras el amor permanece. Solo el amor conserva la vida que tenemos, porque abraza nuestras fragilidades y las transforma. Es el amor de Dios el que en Pascua cura nuestro pecado con su perdón, el que hace de la muerte un paso de vida, el que cambia nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en esperanza. La Pascua nos dice que Dios puede convertir todo en bien. Que con Él podemos de verdad confiar en que todo irá bien. Y eso no es una ilusión, porque la muerte y resurrección de Jesús no es una ilusión: ¡fue una verdad! Por eso la mañana de Pascua se nos dice: «¡No tengáis miedo!» (cfr. Mt 28,5). Y las angustiosas preguntas sobre el mal no desaparecen de golpe, pero hallan en el Resucitado el fundamento sólido que nos permite no naufragar.
Queridos hermanos y hermanas, Jesús cambió la historia haciéndose cercano a nosotros y la hizo, aunque todavía marcada por el mal, historia de salvación. Ofreciendo su vida en la cruz, Jesús venció también la muerte. Del corazón abierto del Crucificado, el amor de Dios llega a cada uno de nosotros. Podemos cambiar nuestras historias acercándonos a Él, acogiendo la salvación que nos ofrece. Hermanos y hermanas, abrámosle todo el corazón en la oración, esta semana, estos días: con el Crucifijo y con el Evangelio. No lo olvidéis: Crucifijo y Evangelio. La liturgia doméstica será esa. Abrámosle todo el corazón en la oración, dejemos que su mirada se pose sobre nosotros y comprenderemos que no estamos solos, sino amados, porque el Señor no nos abandona y no se olvida de nosotros, jamás. Y con estos pensamientos, os deseo una Santa Semana y una Santa Pascua.
Hermanos y hermanas de lengua francesa, Jesús ha transformado la historia del mal en una historia de salvación. Del corazón abierto del Crucificado, el amor de Dios nos llega en estos momentos de angustia, dificultad y sufrimiento. Que esta Semana Santa, en medio de los dramas y pruebas que vivimos, nuestros corazones estén firmemente unidos a Cristo muerto y resucitado. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua inglesa conectados a través de los medios de comunicación. A todos deseo que esta Semana Santa nos lleve a celebrar la resurrección del Señor Jesús con corazón purificado y renovado por la gracia del Espíritu Santo. Dios os bendiga.
Con afecto saludo a los hermanos y hermanas de lengua alemana. Aunque angustiados por preguntas y preocupaciones, podemos tener confianza: el Señor, a través de su muerte y resurrección, cambió la historia en historia de salvación, a pesar de todo el mal. Nunca estamos solos, sino siempre amados por Dios. Os deseo una Santa Pascua.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. En estos días santos en que conmemoramos la Pasión del Señor Jesús, que con su cruz ha vencido a la muerte y nos ha dado vida, pidámosle con fe que convierta nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en esperanza y nos haga experimentar la cercanía de su amor infinito. Que el Crucificado nos conceda ser cada vez más hermanos y nos sostenga con su presencia. Que Dios los bendiga.
Queridísimos fieles de lengua portuguesa, os saludo de corazón, deseándoos un Triduo Pascual santo de verdad, que os ayude a vivir la Pascua, llenos de alegría, consuelo y, sobre todo, de esperanza, seguros de que la Resurrección de Cristo es también nuestra victoria. ¡Feliz Pascua!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Queridos hermanos y hermanas, estamos viviendo momentos en que puede parecer que Dios esté lejano de nosotros. Pero Él existe. La misma creación continúa. El mismo amor omnipotente continúa. El Dios amoroso es el mismo que no solo está cerca de nosotros, sino en nosotros. Así pues, pongamos en Él nuestras preocupaciones y nuestro miedo. Porque el creyente es confiado incluso en la angustia y confía en que con Dios todo se convertirá en bien nuestro. No tengáis miedo. El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal.!
Queridos hermanos y hermanas polacos, mientras nos acercamos al santo Triduo Pascual, pidamos al Señor que abra nuestros corazones y nos introduzca en el misterio de su amor, que nos demostró muriendo en la cruz para liberarnos del poder del mal y de la muerte, y llevarnos a la vida nueva. En estos días, a los que a causa de la epidemia estamos asustados, llenos de preocupación por nuestros seres queridos, encomendémonos a Cristo, el Señor de la vida. Que su bendición os acompañe siempre y sea fuente de paz y de esperanza.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua italiana. Mi pensamiento va en particular a los grupos que habrían querido estar presentes hoy. Entre ellos, a los universitarios de diversos países que viven virtualmente el UNIV 2020. Queridos estudiantes, espero que esta Semana Santa sea para todos una espléndida ocasión para reforzar vuestro trato personal con Jesús y vuestra fe en Él, crucificado y resucitado.
Saludo finalmente a los jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados. Que la Pasión del Señor, culminante en el triunfo glorioso de la Pascua, constituya para cada uno la fuente de esperanza y de consuelo en los momentos de la prueba. A todos mi bendición.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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