En su su catequesis de hoy, durante la Audiencia General, el Santo Padre ha explicado el significado de la sexta Bieneventuranza: “Dichosos los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios”
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis reflexionamos sobre la bienaventuranza que dice: «Dichosos los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Esta bienaventuranza nos promete la visión de Dios y tiene como condición la pureza de corazón. ¿Qué quiere decir tener el corazón “puro”? Significa conservar en nuestro interior lo que es digno de una relación auténtica con el Señor, y llevar una vida integra, lineal y sencilla en su Presencia.
Tener un corazón puro es un camino de purificación interior. Hay que reconocer que, con frecuencia, nuestro peor enemigo está escondido dentro de nosotros mismos, y necesitamos convertirnos al Señor. Este proceso implica reconocer la influencia del mal que hay en nosotros, y dejarse conducir con docilidad por el Espíritu Santo; es un camino de maduración que supone renuncia, sinceridad y valentía.
Cuando descubrimos nuestra sed de bien y la misericordia de Dios que nos sostiene, comienza un camino de liberación que dura toda la vida y nos prepara al encuentro definitivo con el Señor. Se trata de un trabajo serio y, sobre todo, de una obra que Dios hace en nosotros a través de las pruebas y las purificaciones de la vida, y que nos lleva, si lo aceptamos, a experimentar una gran alegría y una paz profunda y verdadera.
Hoy leemos juntos la sexta bienaventuranza, que promete la visión de Dios y tiene como condición la pureza del corazón. Dice un Salmo: «Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro» (27,8-9). Este lenguaje manifiesta la sed de una relación personal con Dios, no mecánica, no un poco nebulosa, no: personal, que también el libro de Job expresa como señal de un trato sincero. Dice así, el libro de Job: «Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (Jb 42,5). Y tantas veces pienso que ese es el camino de la vida, en nuestro trato con Dios. Conocemos a Dios de oídas, pero con nuestra experiencia vamos adelante, adelante, adelante y al final lo conocemos directamente, si somos fieles… Y ese es la madurez del Espíritu.
¿Cómo llegar a esa intimidad, a conocer a Dios con los ojos? Se puede pensar en los discípulos de Emaús, por ejemplo, que tienen al Señor Jesús junto a sí, «aunque sus ojos eran incapaces de reconocerle» (Lc 24,16). El Señor abrirá sus ojos al término de un camino que culmina con la fracción del pan y había iniciado con un reproche: «¡Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los Profetas!» (Lc 24,25). Ese es el reproche del inicio. Ese es el origen de su ceguera: su corazón necio y torpe. Y cuando el corazón es necio y torpe, no se ven las cosas. Se ven las cosas como nubladas. Aquí está la sabiduría de esta bienaventuranza: para poder contemplar es necesario entrar dentro de nosotros y dejar sitio a Dios, porque, como dice San Agustín, “Dios es más íntimo a mí que yo mismo” (interior intimo meo: Confesiones, III,6,11). Para ver a Dios no sirve cambiar de gafas o de punto de observación, o cambiar de autores teológicos que enseñen el camino: ¡hay que liberar el corazón de sus engaños! Esa es la única senda.
Esta es una madurez decisiva: cuando nos damos cuenta de que nuestro peor enemigo, a menudo, está escondido en nuestro corazón. La batalla más noble es contra los engaños interiores que generan nuestros pecados. Porque los pecados cambian la visión interior, cambian la valoración de las cosas, hacen ver cosas que no son ciertas, o al menos que no son tan ciertas.
Es pues importante entender qué es la “pureza del corazón”. Para hacerlo hay que recordar que para la Biblia el corazón no consiste solo en los sentimientos, sino que es el lugar más íntimo del ser humano, el espacio interior donde una persona es sí misma. Esto, según la mentalidad bíblica. El mismo Evangelio de Mateo dice: «Si la luz que hay en ti es tinieblas, ¡qué grande será la oscuridad!» (6,23). Esa “luz” es la mirada del corazón, la perspectiva, la síntesis, el punto desde el que se lee la realidad (cfr. Evangelii gaudium, 143).
Pero, ¿qué quiere decir corazón “puro”? El puro de corazón vive en la presencia del Señor, conservando en el corazón lo que es digno de la relación con Él; solo así posee una vida “unificada”, lineal, no tortuosa sino sencilla. El corazón purificado es pues el resultado de un proceso que implica una liberación y una renuncia. El puro de corazón no nace así, ha vivido una simplificación interior, aprendiendo a renegar en sí el mal, cosa que en la Biblia se llama circuncisión del corazón (cfr. Dt 10,16; 30,6; Ez 44,9; Jer 4,4).
Esa purificación interior implica el reconocimiento de esa parte del corazón que está bajo el influjo del mal −“sabe, Padre, yo siento así, pienso así, veo así, y eso es malo”: reconocer la parte fea, la parte que está nublada por el mal− para aprender el arte de dejarse siempre amaestrar y conducir por el Espíritu Santo. El camino del corazón enfermo −del corazón pecador, del corazón que no puede ver bien las cosas porque está en pecado−, a la plenitud de la luz del corazón es obra del Espíritu Santo. Es Él quien nos guía a hacer ese camino. Y, a través de ese camino del corazón, llegamos a “ver a Dios”.
En esa visión beatífica hay una dimensión futura, escatológica, como en todas las Bienaventuranzas: es la alegría del Reino de los Cielos hacia el que vamos. Pero hay también otra dimensión: ver a Dios quiere decir ver los planes de la Providencia en lo que nos pasa, reconocer su presencia en los Sacramentos, su presencia en los hermanos, sobre todo pobres y que sufren, y reconocerlo donde Él se manifiesta (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2519).
Esta bienaventuranza es como el fruto de las anteriores: si hemos escuchado la sed del bien que habita en nosotros y somos conscientes de vivir de misericordia, inicia un camino de liberación que dura toda la vida y conduce al Cielo. Es una labor seria, un trabajo que hace el Espíritu Santo si le damos espacio para que lo haga, si estamos abiertos a la acción del Espíritu Santo. Por eso podemos decir que una obra de Dios en nosotros −en las pruebas y en las purificaciones de la vida, esa obra de Dios y del Espíritu Santo− lleva a una alegría grande, a una paz verdadera. No tengamos miedo, abramos las puertas de nuestro corazón al Espíritu Santo para que nos purifique y nos lleve adelante en este camino hacia la alegría plena.
Saludo cordialmente a las personas de lengua francesa. Hermanos y hermanas, aprovechemos este tiempo de Cuaresma para escuchar esta sed de Dios que habita en nosotros. Continuemos nuestro camino de liberación que, a través de las pruebas y las purificaciones de la vida, nos conduce a la gloria del cielo. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua inglesa conectados a través de los medios de comunicación social en nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la fuerza y la paz que vienen del Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Dirijo un saludo cordial a los fieles de lengua alemana. Contemplamos en este periodo de prueba el rostro del Señor crucificado y muerto por nosotros, para que reconozcamos en su Cruz la fuente de la verdadera esperanza y alegría, a través de la cual Él venció todo mal.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Pidamos al Señor que nos conceda pureza y sencillez de corazón para descubrir su Providencia en los sucesos de la vida cotidiana. Y tengamos presentes, en estos momentos de prueba y oscuridad, a todos nuestros hermanos y hermanas que sufren, y a quienes los ayudan y acompañan con amor y generosidad. Que Dios los bendiga.
Queridos oyentes de lengua portuguesa, os saludo a todos e invito a vivir con toda la Iglesia, de pensamiento y de corazón, la próxima Semana Santa, que presenta a nuestros ojos la Cruz donde Jesús cargó sobre sí y soportó toda tragedia de la humanidad. No podemos olvidar las tragedias de nuestros días, porque la Pasión del Señor continúa en el sufrimiento de los hombres. Que vuestros corazones encuentren, en la Cruz de Cristo, apoyo y consuelo en medio de las tribulaciones de la vida; abrazando la Cruz como Él, con humildad, confianza y abandono filial a la voluntad de Dios, tendréis parte en la gloria de la Resurrección.
Saludo a todos los fieles de lengua árabe. Queridos hermanos y hermanas, para poder ver a Dios debemos purificar y liberar nuestros corazones de nuestros pecados de envidia, de ira, de falsedad, de odio, de egoísmo, de incredulidad... a través de la oración, la caridad y la misericordia. El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre del maligno.
Saludo cordialmente a los polacos. Hermanos y hermanas, el hombre de hoy ve las señales de muerte que se han hecho más presentes en el horizonte de la civilización. Vive cada vez más en el miedo, amenazado en el núcleo mismo de su existencia. Cuando os sintáis en dificultad, que vuestro pensamiento corra entonces a Cristo: sabed que no estáis solos. Él os acompaña y nunca defrauda. En estos días difíciles que estamos viviendo, os animo a encomendaros a la Divina Misericordia y a la intercesión de San Juan Pablo II, en vísperas del 15° aniversario de su muerte. De corazón os bendigo.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua italiana. Mi pensamiento va, en particular, a los grupos que desde hace tiempo se habían apuntado para estar presentes hoy. Entre ellos, los chicos de la profesión de fe de la Diócesis de Milán, conectados a este encuentro por los medios de comunicación. Queridos chicos, aunque vuestra peregrinación a Roma es solo virtual, me parece casi percibir vuestra gozosa y ruidosa presencia, hecha concreta también por tantos mensajes escritos que me habéis enviado: habéis enviado muchos, y son preciosos. Son preciosos, preciosos los mensajes. Muchas gracias. Gracias por esta unión con nosotros. Rezad por mí, no os olvidéis. Os agradezco y os animo a vivir siempre la fe con entusiasmo y a no perder la esperanza en Jesús, el amigo fiel que llena de felicidad nuestra vida, incluso en los momentos difíciles.
Saludo finalmente a los jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados. Que el último tramo del tiempo de Cuaresma que estamos viviendo pueda favorecer una preparación adecuada para la celebración de la Pascua, llevando a cada uno a una cercanía aún más sentida con Cristo. Mi bendición para todos.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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