Ya he contado otras veces que aprovecho todas las ideas que me parecen interesantes, y que las copio sin ningún recato, de modo que no puedo acreditar su autoría
De hecho, el primer libro que publiqué, una versión ampliada de mi tesis doctoral, contenía cientos de notas a pie de página, porque entonces yo sabía quién me había regalado las ideas que allí volcaba. Ahora esto me resulta imposible. Por eso, cuando encontré hace unos días unas notas antiguas que había encabezado como «actitudes en la empresa», me dije que las tenía que publicar sin falta. Ahí van, sin mucho orden:
Comprender las convicciones de los otros, aunque no las compartamos o aceptemos. O sea, tener una visión amplia de la vida y entender que otros ven las cosas de modo distinto al nuestro.
Reconocer a los demás como son. Mirarlos con afecto. Eliminar prejuicios. Descubrir lo bueno que tienen, porque cada persona es única.
Aprender a tratar a cada uno como le conviene (que no quiere decir como a él le gustaría que le tratásemos, por ejemplo, elogiando todo lo que hace y pasando por alto sus errores).
Crear armonía en el lugar de trabajo. No ser pasota, ni conflictivo. Afinar en lo propio sin negar lo de los demás… y ¡cambiarán!
Ser afables, pacientes, alegres, optimistas… Que se sientan acogidos -lo que implica que debemos luchar por mejorar nuestra carácter… a cualquier edad.
No ser demasiado categórico al expresar la propia opinión. Distinguir lo que es opinable de lo que no lo es.
Ser sinceros. Nadie se fía del mentiroso.
Compartir los propósitos que tenemos en la vida lleva a hacer amigos, que trabajan uno junto al otro, en la misma dirección.
Aceptar nuestra vulnerabilidad: ofreciendo nuestra amistad corremos el riesgo de no ser comprendidos o aceptados.
Favorecer la espontaneidad, tener iniciativa.
La felicidad no depende de los éxitos o fracasos que tengamos, sino del amor que recibimos y, sobre todo, que damos.
Al llegar a este punto, me doy cuenta de que esos son consejos no solo para la empresa, sino para la vida.