En la primera frase he puesto que mi madre dio a luz un niño. Lo vieron en seguida. No tuve que esperar unos años y decidir lo que era, porque se veía a la legua
Hace casi 87 años, en plena República, mi madre dio a luz en Zaragoza un niño. Yo. Mis padres se llevaron un alegrón. Llevaban casados 4 años y el niño tardaba en llegar. Mi madre había prometido que si era niña me llamaría Pilar y si era niño, Santiago. Fui niño y por eso en el DNI pone “Leopoldo Santiago”, nacido el 7 de Septiembre de 1933 y con validez −el DNI− hasta el 1 de Enero de 9999, fecha que no me he apuntado en la agenda porque me parece que no hará falta. Y que si me olvido, me olvido. Y ya está.
En la primera frase he puesto que mi madre dio a luz un niño. Lo vieron en seguida. No tuve que esperar unos años y decidir lo que era, porque se veía a la legua.
Era niño y me hice mayor. Unos años más y me empezaron a gustar otros seres, que la gente llamaba ‘niñas’. Unas me parecían más guapas que otras, pero, en general, me gustaban todas. Un día conocí a una, empecé a salir con ella…y me declaré, o sea, “le manifesté mi amor pidiéndole relaciones”. Una vez manifestado, la chica me dijo que necesitaba seis días para contestarme… y seis días más tarde me dijo OK. Realmente, no dijo OK porque en la Zaragoza de 1957 pocos sabían inglés. Pero yo oí OK. Y nos casamos y tuvimos muchos hijos, por el procedimiento convencional, o sea, el basado en la existencia de una mujer y un hombre. Con sus diferencias fisiológicas y −por qué no lo decirlo− en el hecho de que a mí me gustaba mucho aquella chica y, pienso yo, que a ella no le caía yo mal del todo.
Y como base indiscutible, el hecho de que una mujer y un hombre habían nacido mujer y hombre, habían actuado como mujer y hombre y la mujer había dado a luz una niña y después un niño y otro niño y otro niño y otro niño y una niña y… y…
Y así ‘se fabricó’ la familia Abadía-Jordana, que podía haberse llamado Jordana-Abadía sin ningún problema. Lo que pasa es que nunca nos lo planteamos porque nunca le dimos importancia. Quizá por ignorancia o, simplemente, porque no se nos ocurrió.
Lo mismo nos pasó cuando, una vez casados, no nos planteamos nunca quién mandaba en casa. Mandábamos los dos.
Todo basado en que mi mujer era una mujer −nunca lo dudó− y yo era un hombre −nunca lo dudé−. No basado en que nacimos y fuimos ‘entes’ (“lo que es, existe o puede existir”) y, al cabo de unos años, yo dijera: “¡pues yo quiero ser hombre!” Y mi mujer: “pues ya que me dejas el campo libre, yo mujer!. Y como ya hemos definido nuestras preferencias, ¡nos casamos! Y, una vez casados, ¡tenemos hijos!”
No fue así. Fue de un modo que entonces nos parecía natural.
El domingo pasado se celebró el Día de la Mujer. Me parece que su objetivo era conseguir la igualdad de la mujer y el hombre en la sociedad. Porque es verdad que, cuando yo empecé a trabajar en el IESE los profesores éramos hombres y las mujeres eran las secretarías. Y los alumnos eran hombres, hasta que empezaron a llegar las mujeres. No sé los porcentajes actuales de profesoras y alumnas, pero es muy distinto de cuando yo empecé.
En las manifestaciones del otro día no vi a Christine Lagarde, presidenta del BCE después de ser ministra en Francia y directora gerente del Fondo Monetario Internacional. Tampoco vi a Kristalina Gueorguieva, muy ocupada en dirigir el Fondo Monetario Internacional ni a Ursula von der Leyden, médica, jinete hípico y madre de 7 hijos, que, después de ser ministra de unas cuantas cosas ahora es presidenta de la Comisión Europea, o sea, la que, gracias a Dios, manda en España.
Yo ya sé que estas tres señoras son para echarles de comer aparte. Pero lo cierto es que tres de los puestos más importantes del mundo están ocupados por mujeres. Y nos estamos olvidando de Angela Merkel, que está un poco floja de salud y que ha tenido un bajón político por haber admitido en Alemania más de un millón de refugiados.
Ignoramos a estas tres señoras y a otras que tenemos más cerca. No me refiero a nuestras ministras, porque en ese grupo hay algunas que también han de comer aparte, pero no precisamente por su valía. Porque, en confianza, hay cada una…
Está muy bien que para cubrir puestos se piense en mujeres y se piense en hombres. Pero no acabo de entender por qué es un avance para la mujer ser delantera centra o boxeadora.
A mí en casa me educaron de una manera, que quizá hoy será calificada como ‘machista’, de respeto a la mujer, fuera secretaria, señora de la limpieza o presidenta del consejo de administración.
Ahora, como todos somos iguales, sigo haciendo lo mismo, pero a veces veo caras de extrañeza: “¿por qué me deja pasar este viejo?”
Escribí hace tiempo un artículo titulado “¡Las tontas, al poder!”, como podía haber escrito otro, “¡Los bobos, a presidir consejos!”. Me da miedo que, como parece obligatorio cubrir los puestos por sexos, los bobos y las tontas hagan su agosto, pensando que tienen derecho a ocuparlos, porque por algo Dios les hizo así. Y para los que no creen en Dios, un argumento mejor: porque habiendo nacido asexuados, ellos eligieron el sexo que estaba de moda en aquel instante. Ahora, claramente, mujer. Lo que no sé si esa decisión es para siempre o si se admiten cambios según la moda.
Me alegro de que, a mi edad, no tengo que buscar trabajo. Porque me molestaría mucho tener que presentarme pidiendo perdón por cómo me hizo Dios.
PD: la idea del título se la he tomado prestada a mi hijo Carlos, que escribió un magifico libro llamado “Soy concultor (con perdón)” que recomiendo vivamente.
Leopoldo Abadía, en lavanguardia.com.
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