La cuarta Bienaventuranza tomada del Evangelio de Mateo, ha sido el tema de la catequesis del Papa en la Audiencia general de hoy, que ha sido transmitida desde la Biblioteca Apostólica
Queridos hermanos y hermanas:
Nuestra reflexión de hoy nos lleva a considerar la bienaventuranza: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados», que no se refiere a un deseo genérico sino a una exigencia vital, cotidiana de todo ser humano: la necesidad de nutrirse para sobrevivir.
Pero aquí se habla de hambre y sed de justicia. ¿Qué quiere decir hambre y sed de justicia? No es la sed de venganza, tampoco es sólo el dolor de los pobres y de los oprimidos, que Dios conoce bien y que no le es indiferente. Es una justicia más grande, más grande que el derecho humano a la equidad, la verdad y la justicia social, más grande también que la perfección personal. Se trata de la justicia que viene de Dios: de esa inquietud, de ese anhelo que está presente en lo más hondo del corazón, aún en el corazón del más corrupto y alejado del Señor.
Es la sed de bien, de verdad, que el mal no puede borrar. Es la sed de Dios, suscitada por el Espíritu Santo, que todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser, y que san Agustín nos recuerda cuando escribe: «para ti nos has hecho, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti».
En la audiencia de hoy continuamos meditando la luminosa vía de la felicidad que el Señor nos entregó en las Bienaventuranzas, y llegamos a la cuarta: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque quedarán saciados» (Mt 5,6). Ya hemos encontrado la pobreza de espíritu y el llanto; ahora nos enfrentamos con un ulterior tipo de debilidad, la conectada con el hambre y la sed. Hambre y sed son necesidades primarias, referidas a la supervivencia. Esto hay que subrayarlo: aquí no se trata de un deseo genérico, sino de una exigencia vital y diaria, como el alimento.
¿Pero qué significa tener hambre y sed de justicia? Está claro que no hablamos de los que quieren venganza, es más, en la bienaventuranza anterior hablamos de mansedumbre. Ciertamente las injusticias hieren la humanidad; la sociedad humana tiene urgencia de equidad, de verdad y de justicia social; recordemos que el mal padecido por las mujeres y hombres del mundo llega al corazón de Dios Padre. ¿Qué padre no sufriría por el dolor de sus hijos? Las Escrituras hablan del dolor de los pobres y de los oprimidos que Dios conoce y comparte. Por haber escuchado el grito de opresión elevado por los hijos de Israel −como cuenta el libro del Éxodo (cfr. 3,7-10)− Dios bajó a liberar a su pueblo. Pero el hambre y la sed de justicia de que nos habla el Señor es aún más profunda que la legítima necesidad de justicia humana que cada hombre lleva en su corazón.
En el mismo “sermón de la montaña”, poco más adelante, Jesús habla de una justicia más grande que el derecho humano o la perfección personal, diciendo: «Si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5,20). Y esa es la justicia que viene de Dios (cfr. 1Cor 1,30). En las Escrituras encontramos una sed más profunda que la física, que es un deseo que está en la raíz de nuestro ser. Un Salmo dice: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua» (Sal 63,2). Los Padres de la Iglesia hablan de esa inquietud que habita en el corazón del hombre. San Agustín dice: «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.5). Hay una sed interior, un hambre interior, una inquietud…
En todo corazón, incluso en la persona más corrupta y alejada del bien, está escondido un anhelo hacia la luz, aunque se halle bajo un montón de basura de engaños y errores, pero está siempre la sed de la verdad y del bien, que es la sed de Dios. Es el Espíritu Santo quien suscita esa sed: es Él el agua viva que ha plasmado nuestro polvo, es Él el soplo creador que le dio vida. Por eso la Iglesia está mandada a anunciar a todos la Palabra de Dios, impregnada de Espíritu Santo. Porque el Evangelio de Jesucristo es la justicia más grande que se pueda ofrecer al corazón de la humanidad, que tiene una necesidad vital, aunque no se dé cuenta (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2017: «La gracia del Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios. El Espíritu, uniéndonos por medio de la fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de Cristo, nos hace participar en su vida»).
Por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan tienen la intención de hacer algo grande y hermoso, y si conservan viva esa sed hallarán siempre la senda para seguir adelante, en medio de los problemas, con la ayuda de la gracia. También los jóvenes tienen esa hambre, ¡y no la deben perder! Hay que proteger y alimentar en el corazón de los niños ese deseo de amor, de ternura, de acogida que expresan en sus bríos sinceros y luminosos.
Toda persona está llamada a redescubrir qué cuenta de verdad, qué necesita de verdad, qué hace vivir bien y, al mismo tiempo, qué es secundario, y de qué se puede tranquilamente prescindir.
Jesús anuncia en esta bienaventuranza −hambre y sed de justicia− que hay una sed que no será frustrada; una sed que, si se secunda, será saciada e irá siempre a buen fin, porque corresponde al corazón mismo de Dios, a su Santo Espíritu que es amor, y también a la semilla que el Espíritu Santo ha sembrado en nuestros corazones. Que el Señor nos dé esta gracia: de tener esa sed de justicia que es precisamente las ganas de encontrarlo, de ver a Dios y de hacer el bien a los demás.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Queridos hermanos y hermanas, tenemos una sed que no será defraudada, una sed que será satisfecha porque viene del corazón mismo de Dios, del Espíritu Santo que es amor. Pidamos al Señor la gracia del hambre y la sed de más justicia, amor y fraternidad en nuestro mundo. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua inglesa conectados a través de los medios de comunicación. En nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua, sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Un cordial saludo dirijo a los hermanos y hermanas de lengua alemana. En nuestro corazón debemos tener siempre una “santa inquietud” en la búsqueda del verdadero bien que es Dios. Ayudemos a los demás a sentir la sed de Dios. Es Él quien da paz y felicidad a nuestro corazón. A todos feliz camino cuaresmal.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor Jesús que nunca nos haga faltar el agua viva del Evangelio, única capaz de saciar nuestra sed de Dios, y nos conceda también su Espíritu Santo para poder cumplir la voluntad del Padre, con un corazón lleno del amor de Dios y bien dispuesto al servicio de los hermanos. Que Dios los bendiga.
Saludo a todos los fieles de lengua portuguesa, esperando que aprendáis a saciar vuestra sed de Dios a través de los sacramentos, la oración y las obras de misericordia. Que sobre vosotros y vuestras comunidades descienda la bendición del Señor.
Saludo a los fieles de lengua árabe. Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es una ocasión para ser reforzados en nuestra fe. Por eso no debemos dudar: la fe en Jesús nos refuerza siempre. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre del maligno!
Saludo cordialmente a todos los polacos. La Cuaresma nos anima a contemplar la pasión de Cristo y a fijar la mirada en su cruz. Que una ocasión particular para hacerlo sea para vosotros la participación en los ejercicios espirituales, en las celebraciones del Vía Crucis y en otras funciones cuaresmales. Que esos momentos de espiritualidad os permitan comprender la cruz que cada uno lleva y os ayuden a la conversión y a experimentar la divina misericordia. Sea alabado Jesucristo.
En este momento, quisiera dirigirme a todos los enfermos que tienen el virus y que sufren la enfermedad, y a tantos que sufren incertidumbre por sus enfermedades. Agradezco de corazón al personal hospitalario, médicos, enfermeras y voluntarios que en este momento tan difícil están junto a las personas que sufren. Agradezco a todos los cristianos, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que rezan por este momento, todos unidos, cualquiera que sea la tradición religiosa a la que pertenecen. Gracias de corazón por este esfuerzo. Pero no quisiera que este dolor, esta epidemia tan fuerte nos haga olvidar a los pobres sirios, que están sufriendo en la frontera entre Grecia y Turquía: un pueblo que sufre desde hace años. Deben huir de la guerra, del hambre, de las enfermedades. No olvidemos a los hermanos y hermanas, muchos de ellos niños, que están sufriendo allí.
Saludo con cariño a los queridos hermanos y hermanas de lengua italiana. Os animo a afrontar cada situación, incluso la más difícil, con fortaleza, responsabilidad y esperanza. También quería dar las gracias a la parroquia de la cárcel “Due Palazzi” de Padua: muchas gracias. Ayer recibí el texto del Vía Crucis que habéis hecho para el próximo Viernes Santo. Gracias por haber trabajado todos juntos, toda la comunidad de la cárcel. Gracias por la profundidad de vuestras meditaciones.
Dirijo ahora un particular saludo a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Que podáis vivir este tiempo cuaresmal con la mirada fija en Jesús, que sufrió y resucitó, recibiendo de su Espíritu consuelo y mansedumbre.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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