En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María
“Que la fiesta de la Madre nos ayude a hacer de toda nuestra vida un sí a Dios, un sí hecho de adoración a Él y de gestos cotidianos de amor y de servicio”, dijo ayer el Papa en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus del 8 de diciembre, II Domingo de Adviento, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María.
Hoy celebramos la solemnidad de María Inmaculada, que se sitúa en el contexto del Adviento, tiempo de espera: Dios cumplirá lo que ha prometido. Pero en la fiesta de hoy se nos anuncia que algo ya se ha cumplido, en la persona y en la vida de la Virgen María. De ese cumplimiento hoy consideramos el inicio, que es aún anterior al nacimiento de la Madre del Señor. Pues su inmaculada concepción nos lleva a aquel preciso momento en que la vida de María comenzó a palpitar en el seno de su madre: ya allí estaba presente el amor santificante de Dios, preservándola del contagio del mal que es común herencia de la familia humana.
En el Evangelio de hoy resuena el saludo del Ángel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Dios la pensó y la quiso desde siempre, en su inescrutable designio, como una criatura llena de gracia, es decir colmada de su amor. Pero para ser colmados hay que dejar sitio, vaciarse, hacerse a un lado. Justo como hizo María, que supo ponerse en escucha de la Palabra de Dios y fiarse totalmente de su voluntad, acogiéndola sin reservas en su vida. Tanto que en Ella la Palabra se hizo carne. Eso fue posible gracias a su “sí”. Al Ángel que le pregunta su disponibilidad para ser la madre de Jesús, María responde: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (v. 38).
María no se pierde en tantos razonamientos, no pone obstáculos al Señor, sino que con prontitud se fía y deja sitio a la acción del Espíritu Santo. Enseguida pone a disposición de Dios todo su ser y su historia personal, para que sean la Palabra y la voluntad de Dios la que la plasmen y la lleven a cumplimiento. Así, correspondiendo perfectamente al proyecto de Dios sobre Ella, María se vuelve la “toda hermosa”, la “toda santa”, y sin la mínima sombra de autocomplacencia. Es humilde. Ella es una obra maestra, pero permaneciendo humilde, pequeña, pobre. En Ella se refleja la belleza de Dios que es todo amor, gracia, don de sí.
También me gusta subrayar la palabra con que María se define en su entrega a Dios: se profesa «la esclava del Señor». El “sí” de María a Dios asume desde el inicio la actitud del servicio, de la atención a las necesidades ajenas. Lo demuestra concretamente la visita a Isabel, que sigue inmediatamente a la Anunciación. La disponibilidad hacia Dios se demuestra en la disponibilidad para hacerse cargo de las necesidades del prójimo. Todo esto sin clamores ni ostentaciones, sin buscar puestos de honor, sin publicidad, porque la caridad y las obras de misericordia no necesitan ser exhibidas como un trofeo. Las obras de misericordia se hacen en silencio, a escondidas, sin alardear de hacerlas. También en nuestras comunidades, estamos llamados a seguir el ejemplo de María, practicando el estilo de la discreción y del pasar ocultos.
Que la fiesta de nuestra Madre nos ayude a hacer de toda nuestra vida un “sí” a Dios, un “sí” hecho de adoración a Él y de gestos diarios de amor y de servicio.
Queridos hermanos y hermanas, ayer en Huehuetenango, Guatemala, fue beatificado Santiago Miller, religioso de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, asesinado por odio a la fe en 1982, en el contexto de la guerra civil. Que el martirio de este ejemplar educador de jóvenes, que pagó con su vida su servicio al pueblo y a la Iglesia guatemalteca, refuerce en aquella querida Nación caminos de justicia, de paz e de solidaridad. ¡Un aplauso al nuevo Beato!
Mañana tendrá lugar en Paris un encuentro de los Presidentes de Ucrania, Rusia y Francia y de la Canciller Federal de Alemania −conocido como “Cuarteto de Normandía”− para buscar soluciones al doloroso conflicto en marcha ya desde hace años en Ucrania oriental. Acompaño el encuentro con la oración, una oración intensa, porque allí hace falta la paz, y os invito a hacer lo mismo, para que dicha iniciativa de diálogo político contribuya a dar frutos de paz y justicia a aquel territorio y a su población.
Saludo con afecto a todos, peregrinos de Italia y de otros países, en particular a los fieles polacos de Varsovia y Lublin, a los policías irlandeses y a los jóvenes de Sorbara (Módena). Un saludo especial a las Hijas de la Cruz, recientemente reconocidas como Asociación Pública por el Cardenal Vicario. En esta fiesta de la Inmaculada, en las parroquias italianas se renueva la adhesión a la Acción Católica. Deseo a todos los socios y grupos un buen camino de formación, de servicio y de testimonio. Bendigo a los fieles de Rocca di Papa y la antorcha con la que encenderán la gran estrella sobre la Fortaleza de la ciudad, en honor de María Inmaculada. Y mi pensamiento va también al Santuario de Loreto, donde hoy se abrirá la Puerta Santa para el Jubileo Lauretano: que esté lleno de gracia para los peregrinos de la Santa Casa.
Esta tarde acudiré a Santa María Mayor a rezar a la Virgen, y luego a la Plaza de España para el tradicional acto de homenaje a los pies del monumento a la Inmaculada. Os pido que os unáis espiritualmente a mí en ese gesto, que expresa la devoción filial a nuestra Madre celestial.
A todos deseo feliz fiesta y buen camino de Adviento hacia la Navidad, con la guía de la Virgen María. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen provecho y hasta la vista!
* * *
Por la tarde el Santo Padre rindió un homenaje a la Virgen María en la Piazza España. Como es tradición, rezó frente al monumento y dejó un ramo de flores en la base de la columna.
Oh María Inmaculada,
nos reunimos una vez más en torno a ti.
Cuanto más andamos en la vida
más aumenta nuestro agradecimiento a Dios
por habernos dado como madre, que somos pecadores,
a ti, que eres la Inmaculada.
Entre todos los seres humanos, tú eres la única
preservada del pecado, en cuanto madre de Jesús,
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Pero ese singular privilegio tuyo
te fue dado por el bien de todos nosotros, tus hijos.
En efecto, mirándote, vemos la victoria de Cristo,
la victoria del amor de Dios sobre el mal:
donde abundaba el pecado, o sea en el corazón humano,
sobreabundó la gracia,
por el manso poder de la Sangre de Jesús.
Tú, Madre, nos recuerdas que somos pecadores,
¡pero ya no somos esclavos del pecado!
Tu Hijo, con su Sacrificio,
derrotó el dominio del mal, venció al mundo.
Eso narra a todas las generaciones tu corazón
terso como cielo donde el viento ha despejado toda nube.
Y así tú nos recuerdas que no es lo mismo
ser pecadores que ser corruptos: es muy diferente.
Una cosa es caer, pero luego, arrepentidos,
levantarse con la ayuda de la misericordia de Dios.
Otra cosa es la connivencia hipócrita con el mal,
la corrupción del corazón, que fuera se muestra impecable,
pero dentro está lleno de malas intenciones y egoísmos mezquinos.
Tu pureza límpida nos recuerda la sinceridad,
la transparencia, la sencillez.
¡Cuánta necesidad tenemos de ser liberados
De la corrupción del corazón, que es el peligro más grave!
Esto nos parece imposible, tan adictos somos,
pero en cambio está al alcance de la mano. Basta alzar la mirada
a tu sonrisa de Madre, a tu belleza incontaminada,
para sentir nuevamente que no somos hechos para el mal,
sino para el bien, para el amor, para Dios!
Por eso, oh Virgen María,
hoy yo te encomiendo a todos los que, en esta ciudad
y en el mundo entero, están oprimidos por la desconfianza,
por el desánimo a causa del pecado;
cuantos piensan que por ellos ya no hay esperanza,
que sus culpas son demasiadas y muy grandes,
y que Dios no tiene tiempo que perder con ellos.
Los encomiendo a ti, porque tú no solo eres madre
y como tal nunca dejas de amar a tus hijos,
sino que también eres la Inmaculada, la llena de gracia,
y puedes reflejar incluso en las tinieblas más espesas
un rayo de la luz de Cristo Resucitado.
Él, y solo Él, rompe las cadenas del mal,
libera de las dependencias más agresivas,
disuelve los lazos más criminales,
enternece los corazones más endurecidos.
Y si eso pasa dentro de las personas,
¡cómo cambia el rostro de la ciudad!
En los pequeños gestos y en las grandes decisiones,
los círculos viciosos se vuelven a poco a poco virtuosos,
la calidad de la vida se hace mejor
y el clima social más respirable.
Te damos las gracias, Madre Inmaculada,
por recordarnos que, por el amor de Jesucristo,
ya no somos esclavos del pecado,
sino libres, libres de amar, de querernos,
de ayudarnos como hermanos, aunque seamos diferentes entre nosotros
¡gracias a Dios, diferentes entre nosotros!
Gracias porque, con tu candor, nos animas
a no avergonzarnos del bien, sino del mal;
nos ayudas a mantener lejos de nosotros al maligno,
que con el engaño nos atrae a sí, en espirales de muerte;
nos das la dulce memoria de que somos hijos de Dios,
Padre de inmensa bondad,
eterna fuente de vida, de belleza y de amor. Amén.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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