Saber vivir con menos tiene un efecto en las finanzas personales o familiares equivalente a un aumento de los ingresos, si bien con una ventaja: se gana en control de la propia vida
Parece comprobado que uno se adapta a todo, pero se acomoda con más facilidad a cualquier mejora, no solo económica, que a cualquier pérdida, no solo material. Con todo, por lo visto, la diferencia cuando se cambia de nivel adquisitivo no es tremenda. Claro que, en general, nos acostumbramos más rápidamente a tener más que a tener menos. De ahí el dicho sobre el dinero y la felicidad. Aunque por debajo de los mínimos, la felicidad se pone muy difícil. Lo menciono porque acabo de leer esta mañana, en una web sobre mercados, que saber vivir con menos tiene un efecto en las finanzas personales o familiares equivalente a un aumento de los ingresos, si bien con una ventaja: se gana en control de la propia vida.
Sin duda. Porque ese es el efecto preciso e inmediato de la sobriedad, tan necesaria en el desempeño personal como en el social. A la vista quedan noticias escandalosas de esta misma semana para demostrarlo. Mi padre se asombraba con la capacidad de mi madre para multiplicar los ingresos que él conseguía con su pluriempleo a menudo extenuante. Y mi madre no es economista ni bróker ni sabe de dinero. Sabe de querer, que es un presupuesto fundamental para una buena administración. Quizá parezca una cursilería, porque cuando todo se reduce a poder, lo que no ayuda a ganarlo o perderlo se percibe como cursi y débil, de perdedor.
En realidad ocurre todo lo contrario: la persona sobria sale siempre ganadora porque depende menos de las circunstancias y las cosas. Es más libre, más capaz de querer, y puede llegar más lejos, porque va menos cargada. Cuando compramos cosas a los niños sin que las necesiten, para que no sufran al verlas en otros, los empobrecemos.