La reciente canonización del cardenal J. H. Newman ofrece una oportunidad para descubrir la figura, los escritos y el significado de este gran converso. Encierra, sobre todo, un mensaje para la gente común
La riqueza de la vida y la obra de John Henry Newman está aún por descubrir. Su canonización −junto a tres religiosas y una laica de la India, Brasil, Italia y Suiza− ayuda a difundir la grandeza humana y cristiana de este testigo excepcional de la fe para el mundo anglosajón y para la Iglesia universal. Por lo que toca a España se han dado pasos apreciables en las últimas décadas pero aún estamos lejos de conocer a fondo al nuevo santo. Gracias a la traducción al español de sus obras mayores y a la divulgación de estudios y biografías del cardenal inglés, hoy ya podemos disfrutarlo de primera mano.
En su momento, Joseph Ratzinger había apreciado especialmente la profunda doctrina de Newman sobre la capacidad de la conciencia para reconocer la verdad, así como su aguda explicación del desarrollo de la doctrina cristiana. A esas contribuciones podemos añadir su forma original de explicar la relación entre la fe y la razón, y su pasión educativa. Por limitarnos a esta última, recordemos que el nuevo santo fue un educador entusiasta, ya desde muy joven como tutor en Oxford, luego como profesor y como fundador de la Universidad Católica de Irlanda. En esas tareas vivió intensamente su vocación sacerdotal de educador, que se ampliaba a la catequesis y el servicio pastoral a los más sencillos en las parroquias y después en el Oratorio de Birmingham.
Uno de sus más autorizados biógrafos, Ian Ker, nos presenta algunos rasgos de la extraordinaria personalidad de Newman. Señala el estudioso inglés que “hay cada vez más interés académico sobre Newman y sobre su pensamiento, pero también hay una creciente atracción hacia él por parte de la gente común. En este último caso, no es el trabajo académico lo que los ha atraído, sino la santidad de su vida. Cada día más católicos descubren que le tocó sufrir de todas las maneras posibles: enfermedades, malentendidos, desconfianza, oposición y conflictos −tanto desde los anglicanos como de sus correligionarios católicos−, además de pérdida de amigos, de miembros de su familia y de lugares familiares. Aquellos que sufren pueden verse reflejados en alguien que pasó por algo similar, a pesar de tener realidades distintas, porque saben que se dirigen a alguien que entenderá su dolor” (entrevista de P. Jullian a I. Ker).
Por este motivo, los lectores que, de algún modo, participamos de la doble condición señalada por Ian Ker de estar implicados en las tareas de docencia y −al mismo tiempo− de ser gente “común”, es decir personas que sufrimos y vemos sufrir a otros, según la amplia gama de pruebas que plantea la vida en el orden personal, familiar, laboral, social y político, nos vemos atraídos por esta gran figura.
Newman, prosigue Ker, “tenía una personalidad muy atractiva” y esa personalidad no se puso en juego solo en el mundo académico. Por el contrario, “su ministerio pastoral era su prioridad. Todo lo que hizo en Oxford y más tarde como sacerdote católico fue por las almas. No siguió la academia por el afán de ser un ilustrado académico, sino por el cuidado de las personas; todo lo que escribió fue para cuidar a las personas. Una gran parte de su trabajo es la colección de sermones que pronunció durante su vida para audiencias bien diferentes. Esta dimensión no puede ser dejada de lado porque explica todo su trabajo”.
La visión unitaria que caracteriza la vida pastoral y teológica de Newman puede ser, en algún sentido, un emblema de lo que el papa Francisco llama “Iglesia en salida”. El Papa profundiza las indicaciones que el Vaticano II ofreció a la comunidad cristiana a través de la denominada “índole pastoral” del Concilio. En efecto, la enseñanza conciliar, en sus principales documentos, nos permite superar oposiciones o yuxtaposiciones inútiles entre la dimensión doctrinal y la pastoral de la vida cristiana. En realidad, la doctrina y la disciplina de la Iglesia existen para favorecer el camino del discipulado, del seguimiento de Cristo, Verdad viviente y personal, que caracteriza la respuesta libre y plena del fiel cristiano al Misterio revelado. Subrayar la índole pastoral de la doctrina católica equivale a mostrar su dimensión histórico-salvífica y misionera.
Sobre esta base teológica, el Concilio ha formulado la llamada universal a la santidad, en tanto que dirigida a todo cristiano y a la vida entera de cada cristiano, ya sea a título individual o comunitario. Así lo ha subrayado Francisco en su homilía durante la canonización: “Es la santidad de lo cotidiano, a la que se refiere el santo Cardenal Newman cuando dice: ‘El cristiano tiene una paz profunda, silenciosa y escondida que el mundo no ve. […] El cristiano es alegre, sencillo, amable, dulce, cortés, sincero, sin pretensiones, […] con tan pocas cosas inusuales o llamativas en su porte que a primera vista fácilmente se diría que es un hombre corriente’. Pidamos ser así, ‘luces amables’ en medio de la oscuridad del mundo. Jesús, ‘quédate con nosotros y así comenzaremos a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás’”. A la intercesión de este santo inglés y universal, John Henry Newman, confiamos nuestras tareas educativas y pastorales.
Javier María Prades López Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, Madrid