Se trata de reconocer lo valioso que cada persona tenga y no dejar que eso se contamine por las cosas menos encomiables o más rechazables que también tendrá
Me cuenta una amiga que está muy empalagada por los grandes elogios indiscriminados que se regalan ahora a la mínima de cambio (y que se exigen), tan huecos sonajeros. Son la otra cara de los odios cerrados que vemos crecer a nuestro alrededor. Nos estamos polarizando no sólo en política, sino también en nuestros juicios personales, sociales, artísticos o filosóficos. O todo o nada. O fan o hater. U óptimo u horroroso.
No puedo más que darle la razón y lamentar tanta incapacidad para los matices. Le propongo mi método. Consiste en admirar por compartimentos estancos. Reconocer lo valioso que cada persona tenga y no dejar que eso se contamine por las cosas menos encomiables o más rechazables que también tendrá. El método goza de ventajas de ida y vuelta. Puedes admirar a mucha más gente, sorteando ese tristísimo verso cernudiano: «Bien pocos seres que admirar te quedan». Y, por otro lado, no tienes que hacer la vista gorda con las sombras que todos arrastramos, incluso aquellos más deslumbrantes. Con los compartimentos estancos pasa como con los barcos: producen unas estimas casi insumergibles.
Dante usó el mismo método. Su infierno está sagazmente compartimentalizado, de modo que las almas que penan en uno o en otro de los círculos, cargan con unos pecados concretos, que no se discuten, pero pueden mostrar (pensemos en Francesca y Paolo, en Farinata, en Ulises o en el maravilloso Bruneto Latini) virtudes emocionantes. Dante no las deja de ensalzar. Esto permite admirar muchísimo a gentes en tus antípodas ideológicas o morales. Y quizá su reflejo logre que alguien pueda mirarme con buenos ojos o con un ojo bueno o con un reojo al menos. Me encanta cuando un lector me dice: «No pienso como tú nunca, pero qué bien lo escribes», y tampoco hago ascos al «Un poco embarrullado, aunque la idea de fondo, si la he entendido bien, la he hecho mía». Y aún me conformo cuando el comentario es: «A lo que veo mérito es a que escribas todos los días». Me reconocen una laboriosidad, y menos da una piedra. A algunos esta admiración por compartimentos se les queda corta, y cualquiera les explica que el todo o nada quizá les resultase peor. Yo no voy a renunciar a la compartimentalización porque estoy con Nicolás Gómez Dávila: «Negarse a admirar es la marca de la bestia», y os pienso admirar a todos. O por esto o por aquello, claro, bien delimitado y sellado, sí, pero sin resquicios.