¡Qué nerviosos se ponen algunos con la sequía! Y no es para menos. Seguramente es de los fenómenos que más nos sobrecogen: dependemos de la naturaleza para nuestra vida normal
Sin agua no podemos hacer nada. Y llevamos unos años en que parece como si alguien quisiera ponernos en el borde de la máxima preocupación.
El año pasado, por estas fechas, hubo un momento de gran intranquilidad. Teniendo en cuenta la cercanía de la beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri, pensé en pedirle a ella que intercediera por nuestra agua. Hice una novena, nueve días, pidiendo que lloviera. Y llovió, justo al final de la novena. Y llovió mucho, y nevó mucho, que es más importante que la lluvia. Soy consciente de que es un favor patente de Guadalupe, pero nunca útil para una causa de canonización. A pesar de todo siempre se puede escribir algo, pero no lo hice.
Este año hemos vuelto a una cierta inquietud por el agua. Me llamó mucho la atención una noticia en la radio: en Ávila solo tienen agua hasta el 1 de noviembre. ¡Perplejidad! Esta noticia volvió a sugerirme la idea de la novena. Y ese sábado, que se celebraba en la liturgia el Día de Acción de gracias y de Petición, empecé de nuevo una novena a Guadalupe. Las perspectivas de precipitación en las previsiones meteorológicas eran nulas, y quizá eso es lo que más me animó a empezar esos nueve días de oración a la nueva beata.
Terminé la novena un domingo y el lunes llovió. No muchísimo, pero el cambio del tiempo y las predicciones de precipitación ya eran distintas. Entraban frentes, y de hecho ha llovido en diversas partes del país toda la semana. Le agradecí a Guadalupe este nuevo favor. Pero entonces me vino a la cabeza una idea: si hay peligro de sequía y, sobre todo, problemas para llevar agua a las ciudades, quizá la cuestión es que las autoridades hagan algo. Es como si Guadalupe me dijera: vale, van dos, pero esto no va a ser así siempre. ¡Que alguien haga algo! Recordé entonces esa novela ya comentada, Me quedo aquí, que habla de la oposición frontal de unos campesinos en el norte de Italia, en el comienzo del siglo pasado, a la construcción de un embalse. Esto se ha repetido en muchas ocasiones. Hay también otro libro, Distintas formas de mirar el agua, de Julio Llamazares, con la misma temática: la oposición inicial a la destrucción del medio ambiente o de construcciones útiles, para construir un pantano. En este caso español, el autor hace su reflexión y es capaz de olvidar sus propios intereses pensando en un bien importante para tanta gente.
“La gente no sabe muchas veces lo que debajo del agua se oculta ni la historia que se borró para siempre con la demolición del último de los pueblos que aquí existieron. De ahí que algunos exclamen mientras lo contemplan: ¡Qué bonito!... Y qué triste, añado yo”. Es el pensamiento de Llamazares que luego sabe cambiar ante la consideración del bien general, tan importante como es que llegue agua a mucha gente.
Y pensaba yo, ¿por qué no hacen un embalse como Dios manda en Ávila? ¿Por dinero? Pobreza mental si las autoridades no son capaces de una inversión tan crucial. Aunque quizá el problema sean los ecologistas, que seguro que se oponen. Entonces ¿es que hay que estar con una minoría, los ecologistas, contra una inmensa mayoría, los beneficiados, simplemente por la presión mediática que son capaces de desarrollar los primeros?
Dios creo todas las cosas y dijo al hombre: “Creced y multiplicaos y dominad la tierra”. ¿No es esto dominar la tierra?