Hay una palabra que cada vez me gusta más, pues en ella radica la primera expresión del amor
Me refiero al respeto, a esa deferencia o consideración hacia las demás personas, los animales y el universo en su conjunto. El respeto empieza en uno mismo, es la humildad de uno mismo, y nace de la convicción de que casi todo lo que somos nos ha venido dado sin merecimiento propio: el lugar de nacimiento, la familia, los talentos. “No puedo concebir mayor pérdida que la pérdida de respeto a uno mismo,” decía Gandhi.
Quien respeta a las personas se acerca a ellas, las mira con veneración, no con sentido de dominación y tampoco de sumisión o temor. Respetar es valorar; dominar es despreciar; someterse es claudicar. La persona respetuosa valora los intereses y las opiniones de los demás, aunque no las comparta: sabe escuchar, callar, tolerar. La persona respetuosa es atenta, pero no idealiza a su prójimo. Quiere aprender de los demás, no imponerse, controlar, porque en modo alguno se cree superior ni con derecho a ello. La persona respetuosa comprende que las diferencias no dividen, sino que enriquecen, abren nuevos e inesperados horizontes. Las expresiones de respeto varían de cultura en cultura, pero las personas respetuosas son capaces de identificarlas y acomodarse pronto a todas ellas porque el respeto, como el amor, tiene un fondo común universal.
Mi sugerencia para hoy es la siguiente: respétate a ti mismo, respeta a los demás seres humanos, sus opiniones e ideas, sus comportamientos, sus intereses; respeta a los animales y a las plantas, y todo cuanto forma parte del universo. Busca de los demás el respeto, no la atención. El respeto no se compra, se gana. Gana en respeto y ganarás en felicidad.
Rafael Domingo Osle es profesor investigador en el Centro de Derecho y Religión de la Universidad de Emory y catedrático de derecho en la Universidad de Navarra