El Papa ha continuado con su ciclo de catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles. Hoy, durante la Audiencia general, ha reflexionado sobre las obras que realizaban los apóstoles en nombre de Jesús, especialmente, en las personas enfermas
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre la figura del apóstol Pedro, que en el pórtico de Salomón realizaba las obras de Jesús, su Maestro. Al mirar su actuar vemos al mismo Cristo. Pedro lleno del Espíritu del Señor, pasa caminando y, sin que él haga nada, su sombra se convierte en caricia sanadora, efusión de la ternura del Resucitado que se inclina sobre los enfermos y restituye dignidad, vida y salvación.
De este modo, Dios manifiesta su cercanía y hace que las llagas de sus hijos se conviertan en lugar teológico de la ternura divina. Así se puede decir que todo en Pedro, incluso su sombra, irradia la vida del Resucitado: los enfermos recobran la salud y el mundo proclama la gloria del Padre.
Y puesto que el primer apóstol es figura de la Iglesia, su sombra evoca la de la Iglesia, que sobre la tierra pone en pie a sus hijos y los destina a los bienes del Cielo, sin temer obedecer a Dios antes que a los hombres.
La comunidad eclesial descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles vive de tanta riqueza que el Señor pone a su disposición −¡el Señor es generoso!−, experimenta el crecimiento numérico y un gran fermento, a pesar de los ataques externos. Para mostrarnos esa vitalidad, Lucas, en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, indica también lugares significativos, por ejemplo el pórtico de Salomón (cfr. Hch 5,12), punto de encuentro para los creyentes. El pórtico (stoà) es una galería abierta que sirve de refugio, pero también de lugar de encuentro y de testimonio. Lucas, de hecho, insiste en los signos y prodigios que acompañan la palabra de los Apóstoles y en la especial atención a los enfermos a la que se dedican.
En el capítulo 5 de los Hechos la Iglesia naciente se muestra como un “hospital de campaña” que acoge a las personas más débiles, o sea, a los enfermos. Su sufrimiento atrae a los Apóstoles, los cuales no poseen «plata ni oro» (Hch 3,6) −así dice Pedro al lisiado− pero son fuertes en el nombre de Jesús. A sus ojos, como a los ojos de los cristianos de todo tiempo, los enfermos son destinatarios privilegiados del alegre anuncio del Reino, son hermanos en los que Cristo está presente de modo particular, para dejarse buscar y encontrar por nosotros (cfr. Mt 25,36.40). Los enfermos son privilegiados para la Iglesia, para el corazón sacerdotal, para todos los fieles. No son para descartar; al contrario, son para curar, para cuidar: son objeto de la preocupación cristiana.
Entre los apóstoles sobresale Pedro, que tiene preminencia en el grupo apostólico por el primado (cfr. Mt 16,18) y la misión recibidos del Resucitado (cfr. Jn 21,15-17). Es él quien da la salida a la predicación del kerygma el día de Pentecostés (cfr. Hch 2,14-41) y quien en el concilio de Jerusalén realizará una función directiva (cfr. Hch 15 y Gal 2,1-10).
Pedro se acerca a las camillas y pasa entre los enfermos, como hizo Jesús, cargando sobre sí las enfermedades y dolencias (cfr. Mt 8,17; Is 53,4). Y Pedro, el pescador de Galilea, pasa, pero deja que sea Otro el que se manifieste: ¡que sea Cristo vivo y operante! El testigo, en efecto, es el que manifiesta a Cristo, ya sea con las palabras o con la presencia corpórea, que le permite relacionarse y ser prolongación del Verbo hecho carne en la historia.
Pedro es el que cumple las obras del Maestro (cfr. Jn 14,12): mirándole con fe, se ve al mismo Cristo. Lleno del Espíritu de su Señor, Pedro pasa y, sin que haga nada, su sombra se vuelve “caricia” sanadora, comunicación de salud, efusión de la ternura del Resucitado que se inclina sobre los enfermos y les devuelve la vida, la salvación, la dignidad. Así manifiesta Dios su proximidad y hace de las llagas de sus hijos «el lugar teológico de su ternura» (Homilía en Santa Marta, 14-XII-2017). En las llagas de los enfermos, en las dolencias que son impedimento para avanzar en la vida, está siempre la presencia de Jesús, la llaga de Jesús. Es Jesús quien llama a cada uno de nosotros a cuidarlos, sostenerlos, curarlos.
La acción sanadora de Pedro suscita el odio y la envidia de los saduceos, que encarcelan a los apóstoles y, asombrados por su misteriosa liberación, les prohíben enseñar. Esa gente veía los milagros que hacían los apóstoles, no por magia sino en nombre de Jesús; pero no querían aceptarlo y los meten en prisión, los golpean. Luego fueron liberados milagrosamente, pero el corazón de los saduceos era tan duro que no querían creer lo que veían. Pedro entonces responde dando una clave de la vida cristiana: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29), porque ellos −los saduceos− dicen: “No podéis ir por ahí con estas cosas, no debéis curar” −“Yo obedezco a Dios antes que a los hombres”: es la gran respuesta cristiana. Eso significa escuchar a Dios sin reservas, sin retrasos, sin cálculos; unirse a Él para ser capaces de alianza con Él y con quienes encontramos en nuestro camino.
Pidamos también nosotros al Espíritu Santo la fuerza de no asustarnos ante quien nos manda callar, nos calumnia e incluso atenta a nuestra vida. Pidámosle que nos fortalezca interiormente para estar seguros de la presencia amorosa y consoladora del Señor a nuestro lado.
Me alegra saludar a los peregrinos de Francia, en particular a los de Rennes, Poissy, Retiers y L'Isle en Dodon, así como a los de los demás países de lengua francesa. Pidamos al Espíritu Santo, por intercesión de Pedro, que nos fortalezca interiormente para estar seguros de la presencia amorosa y consoladora del Señor a nuestro lado. Que el Espíritu Santo nos ayude a manifestarlo a todos, y de modo particular a los enfermos. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra y Estados Unidos de América. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos de los países de lengua alemana. Llenos del Espíritu del Señor, los Apóstoles pudieron continuar la obra de salvación de Cristo en la tierra. Pongámonos completamente a disposición del Señor, porque Él quiera actuar también a través de nosotros y manifestar su proximidad a los hombres de nuestro tempo.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Pidamos de forma constante la fuerza del Espíritu Santo para llevar a todos la presencia amorosa y consoladora del Señor que camina a nuestro lado. Que el Señor los bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los jóvenes cadetes con sus instructores y toda la tripulación de la nave-escuela «Brasil»: en el vigor de vuestra juventud, en la distinción de vuestra presencia y en la esperanza que brilla en vuestros ojos, veo la promesa, confirmada por esta peregrinación de fe, de que seréis leales servidores del gran y amado Brasil y colaboradores de Dios en la construcción de un mundo más fraterno, basado en la justicia, el amor y la paz. Sobre vosotros, y también sobre los fieles de Toledo-Paraná y de Ribamar-Lourinhã y vuestras respectivas familias, desciendan las bendiciones del Cielo. ¡Rezad por mí!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Siria, Tierra Santa y Medio Oriente. La acción sanadora de Pedro suscita el odio de los saduceos, que encarcelan a los apóstoles y les prohíben enseñar, pero la respuesta de Pedro: «obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29), nos da la clave de la vida cristiana: deber escuchar y obedecer a Dios sin reservas, sin retrasos, sin cálculos. ¡Que el Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, el primero de septiembre es el 80º aniversario del inicio de la segunda guerra mundial, comenzada con la agresión nazi alemana a Polonia. Cuando en Varsovia, en Wielun y en otras ciudades se tengan las celebraciones conmemorativas, con la participación de numerosos jefes de Estado de todo el mundo, recemos todos por la paz, para que no se repitan más los trágicos acontecimientos provocados por el odio, que llevaron solo destrucción, sufrimiento y muerte. ¡Pidamos a Dios que la paz reine en los corazones de los hombres, en las familias, en las sociedades y entre los pueblos! Encomiendo a todos a la materna protección de María Reina de la Paz y os bendigo de corazón.
De corazón saludo y bendigo a los peregrinos croatas, particularmente a los alumnos y docentes de los Institutos de la Diócesis de Pozega, acompañados por su Obispo Mons. Antun Škvorčević, y a los seminaristas, alumnos y profesores del Liceo Clásico Archidiocesano de Split. Queridos amigos, que el testimonio de san Agustín os ayude a difundir en vuestros ambientes la luz de la fe, para que con entusiasmo podáis manifestar la esperanza cristiana y amar a los demás. ¡Sean alabados Jesús y María!
Saludo a los participantes en la peregrinación de Ucrania (aplauden).
Me alegra recibir a las Hermanas de Santa Ana; a las Siervas de la Virgen Inmaculada y a los participantes en el encuentro estivo para Seminaristas promovido por el Opus Dei. Saludo a los chicos de la Confirmación de la Diócesis de Verona; a los de la Diócesis de Chiavari, con su Obispo Mons. Alberto Tanasino; y a los de la Diócesis de Lucca, con su Obispo Mons. Paolo Giulietti. Saludo a los fieles de las parroquias de Ficulle y de Dragonara di Potenza; y a la Asociación Niño hemopático oncológico.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Hoy celebramos la memoria de San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia. Invito a todos a dejarse inspirar por su santidad y su doctrina. Junto a él, volved a descubrir la vía de la interioridad que conduce a Dios y al prójimo más necesitado
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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