San Pablo vio el Paraíso y, a la vuelta, dijo: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó jamás por pensamiento de hombre alguno lo que Dios tiene preparado para los que le aman”
Se conocieron en el colegio y trabaron una buena amistad, de esas propias de la adolescencia… Tanto, que decían al presentar a la otra: Es mi mejor amiga.
Después, la vida las fue separando; aunque volvieron a retomar el contacto alguna que otra vez.
Con los nuevos medios todo se hizo más fácil.
Y, como enarbolando una bandera que anunciaba una victoria ya lograda, le dijo a la otra: Ya te tengo. Porque tenía su mail, móvil, WhatsApp y dirección postal.
Cuantos recuerdos, plasmados en fotos, que se intercambiaron.
Un día, manifestando un dolor todavía vivo a pesar de los años pasados y con cierta desesperanza, le escribió: Hoy hace 50 años que murió mi hermana, un año mayor que yo, en un accidente de tráfico. ¿Qué hacía Dios ese día y a esa hora? ¿Dónde estaba?
La amiga le respondió: Claro que sí, rezo por ella, por ti y por todos vosotros. La verdad es que ya tenemos a muchos allá, en la otra vida…
San Pablo vio el Paraíso y, a la vuelta, dijo “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó jamás por pensamiento de hombre alguno lo que Dios tiene preparado para los que le aman”.
A tu hermana le pido que, desde el Cielo, nos eche un cable.
Un gran abrazo con mucho cariño.
Su respuesta:
Muchas gracias por tu cariñoso mensaje.
Tus palabras me consuelan como ningunas.
Un fuerte abrazo también para ti.
Gracias.
Una buena confesión es fuerte fundamento para la, tan ansiada y necesaria, esperanza de Cielo.
¿Y la Virgen?
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