Si nos olvidamos del sentido del humor de Jesucristo, podemos malinterpretar algunos pasajes
Me extrañé aquí de que no hubiese más católicos casados que protestásemos de que nuestros matrimonios duren apenas hasta la muerte de uno de los dos cónyuges. ¿Vamos a dejar que los protagonistas de las canciones de música pop puedan jurarse amor eterno y nosotros, ante un altar, no? ¿Nos resignaremos a que todas las reformas y demandas sean siempre a la baja, en vez de aspirar a mejor liturgia, mayor exigencia interior y más compromiso?
Fue escribirlo y enseguida me recordaron que Jesucristo (Mc 12, 18-27) dijo, en una frase que también recogen los otros sinópticos, que en el cielo no habría matrimonio, sino que seremos «como ángeles del cielo». Lo dijo, pero no sé por qué tenemos que entender eso al pie de la letra y, sin embargo, son metáforas lo de arrancarte el ojo que te escandaliza y cortarte la mano. Parece que le tenemos más apego al ojo que al cónyuge, eh, pillines.
Sin embargo, no hay que olvidar el contexto de la frase: el de los saduceos proponiéndole con malísimas ideas un dilema absolutamente absurdo de una viuda para siete hermanos, y preguntándole por una vida eterna en la que no creían. No es de extrañar que el Señor, que era tan bueno, en vez de mandarlos a la porra, les diese la larga cambiada de los angelitos. Que es algo, que, en estricta ontología, no seremos nunca. Él bien que lo sabía y yo lo escribo, además, el día de Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma. Teniendo en cuenta, encima, que los saduceos tampoco creían en los ángeles, ¿no tiene mucho más sentido que Jesús se los mentase para vacilarles y no para que nosotros, que nos tomamos muy en serio a los ángeles, por un lado, y a los cuerpos, por otro, nos pusiésemos tan etéreos?
Como Jesús no daba puntada sin hilo, aprovechó la ocasión −eso sí− para dar juego a los viudos y viudas que quisieran volverse a casar, porque la vida en soledad puede hacerse muy larga. Así lo entendió san Pablo que por algo, en la primera carta a los corintios, recomienda a las viudas no casarse de nuevo; aunque enseguida, porque no va a ser el discípulo más que el Maestro, les permite hacerlo, si quieren. Santo Tomás Moro, que enviudó y se casó a toda velocidad, soñaba con llegar a un discreto arreglo en la vida futura, pero ni se le pasó por la cabeza (posteriormente decapitada por su fidelidad a la ortodoxia) que la muerte fuese a separarle de ninguna de sus dos (sucesivas) esposas.