“La fiesta de la Asunción de María es una llamada para todos, especialmente para cuantos están afligidos por dudas y tristezas, y viven con la mirada dirigida hacia abajo”
Lo ha dicho hoy el Papa en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen.
Palabras del Santo Padre durante el rezo del Ángelus
En el Evangelio de hoy, solemnidad de la Asunción de María Santísima, la Virgen Santa reza diciendo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1,46-47). Veamos los verbos de esta oración: magnifica y exulta1. Dos verbos: “magnifica” y “exulta”. Exulta cuando ocurre algo tan hermoso que no basta alegrarse por dentro, en el alma, sino que se quiere expresar la felicidad con todo el cuerpo: entonces se exulta. María exulta por Dios. Quién sabe si también a nosotros nos ha ocurrido exultar por el Señor: exultamos por un resultado obtenido, por una buena noticia, pero hoy María nos enseña a exultar en Dios. ¿Por qué? Porque Él −Dios− hace «obras grandes» (cfr. v. 49).
Las obras grandes hacen referencia al otro verbo: magnificar: “Mi alma magnifica”. Magnificar. Pues magnificar significa exaltar una realidad por su grandeza, por su belleza… María exalta la grandeza del Señor, lo alaba diciendo que Él es realmente grande. En la vida es importante buscar cosas grandes, porque si no nos perdemos tras muchas pequeñeces. María nos demuestra que, si queremos que nuestra vida sea feliz, en primer lugar hay que poner a Dios, porque solo Él es grande. ¡Cuántas veces, en cambio, vivimos persiguiendo cosas de poca monta: prejuicios, rencores, rivalidades, envidias, ilusiones, bienes materiales superfluos! ¡Cuántas mezquindades en la vida! Lo sabemos. María hoy invita a levantar la mirada a las «obras grandes» que el Señor ha realizado en Ella. También en nosotros, en cada uno, el Señor hace tantas cosas grandes. Hay que reconocerlas y exultar, magnificar a Dios, por esas grandes cosas.
Son las «obras grandes» que celebramos hoy. María es asunta al cielo: pequeña y humilde, es la primera en recibir la gloria más alta. Ella, que es una criatura humana, una de nosotros, alcanza la eternidad en cuerpo y alma. Y allá nos espera, como una madre espera que los hijos regresen a casa. Por eso el pueblo de Dios la invoca como “puerta del cielo”. Nosotros estamos en camino, peregrinos a la casa de arriba. Hoy miramos a María y vemos la meta. Vemos que una criatura ha sido asunta a la gloria de Jesucristo resucitado, y esa criatura no podía ser otra que Ella, la Madre del Redentor. Vemos que en el paraíso, junto a Cristo, el Nuevo Adán, está también Ella, María, la nueva Eva, y esto nos da consuelo y esperanza en nuestra peregrinación acá abajo.
La fiesta de la Asunción de María es una llamada para todos nosotros, especialmente para cuantos están afligidos por dudas y tristezas, y viven con la mirada hacia abajo, no consiguen alzar la vista. Miremos a lo alto, el cielo está abierto; no causa miedo, ya no está distante, porque en el umbral del cielo hay una madre que nos espera y es nuestra madre. Nos ama, nos sonríe y nos socorre con primor. Como toda madre quiere lo mejor para sus hijos y nos dice: “Sois preciosos a los ojos de Dios; no estáis hechos para las pequeñas satisfacciones del mundo, sino para las grandes alegrías del cielo”. Sí, porque Dios es alegría, no aburrimiento. Dios es alegría. Dejémonos llevar de la mano de la Virgen. Cada vez que tomamos el Rosario y lo rezamos damos un paso adelante hacia la gran meta de la vida.
Dejémonos atraer por la belleza auténtica, no nos dejemos atrapar por las pequeñeces de la vida, sino elijamos la grandeza del cielo. Que la Santísima Virgen, Puerta del Cielo, nos ayude a mirar cada día con confianza y alegría allá donde está nuestra verdadera casa, donde está Ella, que nos espera como madre.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, expreso mi cercanía a las poblaciones de diversos países de Asia meridional, duramente afectados por las lluvias monzónicas. Rezo por las víctimas y por los desplazados, por todas las familias sin techo. Que el Señor dé fuerza a ellos y a cuantos los socorren.
Hoy en Czestochowa, Polonia, están reunidos muchos peregrinos para celebrar a la Virgen Asunta y para recordar el centenario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Polonia. Envío mi saludo a cuantos están reunidos a los pies de la Virgen Negra y los animo a rezar por toda la Iglesia. ¡Y saludo también a los polacos aquí presentes!
Dirijo un cordial saludo a todos, peregrinos italianos y de varios países. En particular, saludo a la Familia Misionera Donum Dei, a la Unión Seglar de San Antonio María Claret, al grupo venezolano de “Festeros de San Vicente” venido en bicicleta desde Valencia, y a los jóvenes de Novoli que están haciendo un campo de trabajo.
Y ahora os pido que acompañéis con la oración este gesto: bendeciré un gran número de Rosarios destinados a los hermanos de Siria. Por iniciativa de la Asociación “Ayuda a la Iglesia que sufre” se han hecho unos seis mil rosarios; los han hecho las Hermanas carmelitas, en Belén. Hoy, en esta gran fiesta de María, yo los bendigo, y luego serán distribuidos a las comunidades católicas en Siria como señal de mi cercanía, especialmente para las familias que han perdido a alguien a causa de la guerra. ¡La oración hecha con fe es poderosa! Sigamos rezando el Rosario por la paz en Medio Oriente y en el mundo entero. Hacemos la bendición rezando antes el Ave María.
Y a todos os deseo una buena Fiesta de la Asunción. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen provecho y hasta pronto!