Solo quien escucha se pone en disposición de comprender, en todos los sentidos de la palabra: abarcar, entender, ponerse en el lugar del otro, disculpar
De repente, entendí que el mundo se sostiene sobre quienes son capaces de escuchar y saben hacerlo. Hay mucha gente que no puede, bien por problemas de salud o de edad, bien porque busca deliberadamente el barullo, el ruido, las situaciones en las que resulta muy difícil o imposible escuchar, incluso, los propios pensamientos. También están los que tienen mucho que decir y… lo dicen, sin que les interese lo que quieran contar los demás. Y luego hay gente que no sabe, que lo reduce todo a procesar sonidos o, como mucho, a entender lo que los otros dicen, pero sin llegar a plantearse qué quieren decir cuando lo dicen. Se quedan en las meras palabras, escuchan con los oídos, pero hay que escuchar con todo el cuerpo para entender al otro como se entiende a sí mismo, aunque no podamos compartir lo que opine. Por eso las madres son tan buenas y eficaces escuchando, y casi todos los padres, y la inmensa mayoría de los directivos de éxito (hay quien dice que un buen directivo gasta el 60 % de su tiempo escuchando), y los buenos médicos ni digamos (pero cada vez les damos menos tiempo para que puedan escuchar), y los mejores periodistas son también grandísimos escuchadores (quien no escucha, solo puede hablar de sí mismo), y los curas (aunque quien más escucha es Dios).
Porque solo quien escucha se pone en disposición de comprender, en todos los sentidos de la palabra: abarcar, entender, ponerse en el lugar del otro, disculpar.
La torpeza creciente en las redes tiene mucho que ver con esa capacidad de escuchar. Según el Diccionario, «torpe: Rudo, tardo en comprender. Deshonesto, impúdico, lascivo. Ignominioso, indecoroso, infame. Feo, tosco, falto de ornato».