“Europa no debe deshacerse, hay que salvarla, tiene raíces humanas y cristianas”
El Papa Francisco abre la puerta, puntualmente, a las 10,30 de la mañana, con su sonrisa gentil. Nos encontramos en una de las habitaciones que usa para recibir a la gente, amueblada solo con lo necesario, sin distracciones o lujos, solamente hay un crucifijo en la pared. Llegamos allí parando por la entrada del Perugino, la que está más cerca de Santa Marta. El escenario es el de siempre: algunas sotanas, gendarmes y guardias suizos. Más allá, en el fondo, la Cúpula de San Pedro.
Se aprecia en el Vaticano el tráfico normal de todos los días, con un ritmo más lento debido al calor y al clima de vacaciones. Para el Papa Francisco no es un día cualquiera: es el 6 de agosto, cuadragésimo primer aniversario de la muerte de san Pablo VI, Pontífice por el que tiene un especial cariño: «Este día siempre busco un momento para bajar a las Grutas debajo de la Basílica −nos revelará− y detenerme, solo, en oración y en silencio ante su tumba. Le hace bien a mi corazón».
Los preliminares duran poco; en un instante ya estamos en plena conversación. Francisco está alegre y relajado. Y concentrado. Nos impresiona su capacidad para escuchar. Siempre ve directamente a los ojos y nunca le echa un vistazo al reloj. Antes de expresar un pensamiento delicado, se toma su tiempo. La conversación es intensa y sin interrupciones. El Papa ni siquiera toma un poco de agua. Se lo indicamos y él sacude los hombros para responder con una sonrisa: «No soy el único que no ha tomado agua».
Santidad, ha expresado usted el deseo de que «Europa vuelva a ser el sueño de los padres fundadores». ¿Qué es lo que espera?
Europa no puede ni debe deshacerse. Es una unidad histórica y cultural, además de geográfica. El sueño de los padres fundadores tuvo consistencia porque puso en práctica esa unidad. Ahora no se puede perder este patrimonio.
¿Qué le parece en la actualidad?
Se ha debilitado con los años, también debido a algunos problemas administrativos y desidias internas. Pero hay que salvarla. Después de las elecciones, espero que comience un proceso de impulso y que siga adelante sin interrupciones.
¿Le gusta que haya sido nombrada una mujer, Úrsula von der Leyen, a la cabeza de la Comisión europea?
Sí, porque una mujer puede ser adecuada para volver a poner en marcha la fuerza de los padres fundadores. Las mujeres tienen la capacidad de integrar, de unir.
¿Cuáles son los principales retos?
El más importante: el diálogo entre las partes y entre los hombres. El razonamiento debe ser “primero Europa y luego cada uno”. El “cada uno” no es secundario, es importante, pero cuenta más Europa. En la Unión Europea se debe hablar, discutir, conocer. A veces, por contra, solo se ven monólogos de compromiso. No: es necesaria también la escucha.
¿Qué se necesita para el diálogo?
Hay que partir desde la propia identidad.
¿Cuánto pesan las identidades? Si se exagera con la defensa de las identidades, ¿no se corre el riesgo de caer en el aislamiento? ¿Cómo se da una respuesta a las identidades que generan extremismos?
«Le pongo el ejemplo del diálogo ecuménico: yo no puedo hacer ecumenismo sino partiendo de mi ser católico, y el que hace ecumenismo conmigo debe hacerlo como protestante, como ortodoxo… La propia identidad no es negociable, se integra. El problema de las exageraciones es que se encierra la propia identidad, no nos abrimos. La identidad es una riqueza −cultural, nacional, histórica, artística−, y cada país tiene la suya, pero debe ser integrada mediante el diálogo. Esto es fundamental: desde la propia identidad, abrirse al diálogo para recibir, de las identidades de los demás, algo más grande. Nunca hay que olvidar que “el todo es superior a las partes”. La globalización, la unidad, no debe ser concebida como una esfera, sino como un poliedro: cada pueblo conserva su identidad en la unidad con los demás.
¿Cuáles son los peligros de los soberanismos?
El soberanismo es una actitud de aislamiento. Me preocupa, porque se escuchan discursos que se parecen a los de Hitler en 1934. “Primero nosotros, nosotros, nosotros…”; son pensamientos que dan miedo. El soberanismo es cerrazón. Un país debe ser soberano, pero no cerrado. Hay que defender la soberanía, pero también hay que proteger y promover las relaciones con los demás países, con la Comunidad Europea. El soberanismo es una exageración que siempre acaba mal: lleva a las guerras.
¿Y los populismos?
Es lo mismo. Al principio no lograba entenderlo porque, estudiando Teología, profundicé el popularismo, es decir la cultura del pueblo: pero una cosa es que el pueblo se exprese y otra imponerle al pueblo la actitud populista. El pueblo es soberano −tiene una manera de pensar, de expresarse y de sentir, de evaluar−, en cambio los populismos nos llevan a los soberanismos: ese sufijo, “ismos”, nunca hace bien.
¿Qué camino recorrer respecto al tema de los inmigrantes?
Antes todo, nunca hay que descuidar el derecho más importante de todos: el derecho a la vida. Los inmigrantes llegan sobre todo para huir de la guerra o del hambre, desde el Medio Oriente o desde África. Sobre la guerra, debemos comprometernos y luchar por la paz. El hambre afecta principalmente a África. El continente africano es víctima de una maldición cruel: en el imaginario colectivo parece como si debiera ser explotado. Todo lo contrario, una parte de la solución es invertir allá para ayudar a resolver sus problemas y detener así los flujos migratorios.
Pero, una vez que llegan, ¿cómo hay que comportarse?
Hay que seguir algunos criterios. Primero: recibir, que también es una tarea cristiana, evangélica. Las puertas deben estar abiertas, no cerradas. Segundo: acompañar. Tercero: promover. Cuarto: integrar. Al mismo tiempo, los gobiernos deben pensar y actuar con prudencia, que es una virtud de gobierno. Quien administra está llamado a razonar cuántos inmigrantes pueden ser acogidos.
¿Y si el número supera las posibilidades de acogida?
La situación se puede resolver mediante el diálogo con otros países. Hay Estados que necesitan gente, pienso en la agricultura. He visto que, recientemente, ante una emergencia sucedió algo parecido: eso me da esperanza. Y luego, ¿sabe usted qué se necesitaría?.
No, ¿qué se necesitaría?
Creatividad. Por ejemplo, me contaron que en un país europeo hay pequeñas ciudades casi vacías debido a la disminución demográfica. Se podrían mudar allí algunas comunidades de inmigrantes que, además, serían capaces de volver a poner en marcha la economía de la zona.
¿Sobre qué valores comunes hay que basar el nuevo impulso de la Unión Europea? ¿Europa necesita todavía al cristianismo? Y, en ese contexto, ¿cuál es el papel de los ortodoxos?
El punto de partida son los valores humanos, los de la persona humana, junto a los valores cristianos: Europa tiene raíces humanas y cristianas, lo cuenta la historia. Y cuando digo esto, no separo a católicos, ortodoxos y protestantes. Los ortodoxos tienen un valor valioso para Europa. Todos tenemos los mismos valores fundadores.
Viajemos idealmente más allá del Atlántico y pensemos en Sudamérica. ¿Por qué ha convocado a un Sínodo sobre la Amazonía en el Vaticano en octubre?
Es “hijo” de la Laudato si’. Quien no la haya leído nunca entenderá el Sínodo para la Amazonía. La Laudato si’ no es una encíclica verde, es una encíclica social, que se basa en una realidad “verde”, la custodia de la Creación.
¿Hay algún episodio importante para usted?
«Hace unos meses siete pescadores me dijeron: “En los últimos meses recogimos seis toneladas de plástico”. El otro día leí que un glaciar enorme de Islandia se había derretido completamente: le hicieron un monumento fúnebre. Con el incendio de Siberia, algunos glaciares de Groenlandia se derritieron a toneladas. La gente de un país del Pacífico se está yendo porque dentro de veinte años la isla en la que viven ya no existirá. Pero el dato que más me alarma es otro.
¿Cuál?
El Overshoot Day: desde el 29 de julio hemos agotado todos los recursos que el planeta logra regenerar en un año. Es gravísimo. Es una situación de emergencia mundial. Nuestro Sínodo será de urgencia. Pero, cuidado: un Sínodo no es una reunión de científicos o de políticos. No es un Parlamento: es otra cosa. Nace de la Iglesia y tendrá misión y dimensión evangelizadoras. Será un trabajo de comunión guiado por el Espíritu Santo.
Pero, ¿por qué concentrarse en la Amazonía?
Es un lugar representativo y decisivo. Junto a los océanos, contribuye determinantemente en la supervivencia del planeta. Gran parte del oxígeno que respiramos llega desde allá. Por eso la deforestación significa matar a la humanidad. Y luego, la Amazonía comprende a nueve Estados, por lo que no afecta solo a una nación. Y pienso en la riqueza de la biodiversidad amazónica, vegetal y animal: es maravillosa.
En el Sínodo se discutirá también sobre la posibilidad de ordenar a «viri probati», hombres ancianos y casados que podrían resolver las carencias del clero. ¿Será uno de los temas principales?
Por supuesto que no. Se trata simplemente de un número del Instrumentum Laboris. Lo importante serán los ministerios de la evangelización y las diferentes maneras de evangelizar.
¿Cuáles son los obstáculos a la salvaguarda de la Amazonía?
La amenaza de la vida de las poblaciones y del territorio deriva de intereses económicos y políticos de los sectores dominantes de la sociedad.
Entonces, ¿cómo debe comportarse la política?
Eliminar confabulaciones y corrupciones. Deben asumirse responsabilidades concretas, por ejemplo, sobre el tema de las minas al aire libre, que envenenan el agua provocando tantas enfermedades. Y luego está la cuestión de los fertilizantes.
Santidad, ¿qué es lo que más teme para nuestro planeta?
La desaparición de las biodiversidades. Nuevas enfermedades letales. Una dirección y una devastación de la naturaleza que podrían llevar a la muerte de la humanidad.
¿Hay alguna toma de conciencia sobre el tema del medio ambiente y el cambio climático?
«Sí, en concreto en los movimientos de los jóvenes ecologistas, como el que dirige Greta Thunberg, “Fridays for future”. Vi uno de sus carteles y me sorprendió: “¡El futuro somos nosotros!”.
¿Nuestra conducta diaria (separar la basura, no desperdiciar agua en casa) puede incidir o es insuficiente para contrarrestar el fenómeno?
Incide, y mucho, porque se trata de acciones concretas. Y luego, sobre todo, crea y difunde la cultura de no ensuciar la Creación.
Entrevista de Domenico Agasso jr., en lastampa.it/vatican-insider-it.
Traducción de Luis Montoya
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