Una oportunidad para redescubrir los cimientos de la vida, para no olvidar lo fundamental, momentos que contrastan con tanto tiempo gastado con lo urgente. Instantes que sirven para conocernos y para recalcular el recorrido de nuestro caminar
En la primera semana de agosto, el día 6, celebramos la fiesta de la Trasfiguración del Señor, un acontecimiento simpático de la vida de Jesús. Sube al monte Tabor, se aleja del bullicio del gentío que le solía rodear, y con tres de sus amigos: Pedro, Santiago y Juan, descansa hablando con su Padre. Podrían ser unas cortas vacaciones. El momento tiene su encanto, pues Pedro le propone acampar allí mismo: ¡Qué bien se está aquí!, exclama.
Se está bien porque hay sosiego, paz. Buen tiempo y buenos amigos. Se puede reflexionar sobre lo importante de la vida. Se descansa y se piensa. Son ratos para redescubrir los cimientos de la vida, para no olvidar lo fundamental, momentos que contrastan con tanto tiempo gastado con lo urgente. Instantes que sirven para conocernos y para recalcular el recorrido de nuestro caminar.
Podemos enriquecernos contemplando la naturaleza. La hermosura de una puesta de sol. Una mirada atenta al juego de unos mirlos, o al trasiego de un ruiseñor. Escuchar sus preciosos y variados trinos. Ver el empeño en atesorar provisiones de un ejército de hormigas y valorar la constancia. El golpear de las olas sobre una escollera. El magnífico vuelo de una gaviota. Y con el Creador poder exclamar: ¡qué hermosa es la vida!
Puede haber espacio para el arte. Recuerdo un reciente agosto pasado en Madrid, con motivo de un curso de verano. Las visitas tranquilas a unas salas del Prado contemplando El Descendimiento de Rogier van der Weyden, La fragua de Vulcano de Velázquez. El Museo Sorolla rebosante de la luz del Mediterráneo. Los ratos en el Arqueológico Nacional empapándome de nuestra historia. La verdad es que me sentí muy enriquecido.
¡Cuánto se puede disfrutar de un buen libro! Estos días he podido recordar mi adolescencia con el libro de Alessandro D’Avenia “Cosas que nadie sabe”. O puedes troncharte de risa con las ocurrencias de El Quijote. Acabo de hojear “El Portavoz”, un conjunto de testimonios sobre Navarro-Valls, que recoge su hermano Rafael, no tiene desperdicio. ¡Qué buenos ratos se pueden pasar con esos otros amigos, los libros! Tiempo para la familia, para estar con los nuestros. Dedicarles tiempo de calidad, un paseo, un rato de deporte, escuchar esa música que tantos recuerdos nos trae. Pero, sobre todo: ¡escuchar, escuchar y escuchar! Cuántas cosas me tiene que decir la mujer, cuántos desahogos que por falta de tiempo no han aflorado. Descubrir los talentos de los hijos. Podemos quedarnos pasmados de su riqueza y potencialidades que necesitan ser escuchadas, alentadas para que comiencen a germinar. Y esto se puede hacer en un ambiente grato, distendido, sin prisas. Incluso con un buen helado por medio, o con la caña de pescar esperando que pique un buen pez.
La vuelta al pueblo, a la casa familiar. Saborear los aromas de la infancia, volver a escuchar los relatos de nuestros mayores que fortalecen nuestras raíces. Estar con los amigos. Sentarse a la fresca y dejar pasar el tiempo sin mirar el reloj. No hacen falta grandes viajes a sitios de moda. No compensa agotarnos con el pretexto de veranear. Descansar es una clara manifestación de humildad. No soy una máquina, mi mecanismo no es perfecto, necesito un “reset”. Soy tan vulnerable como mi móvil. Y sobre todo los míos necesitan de mi descanso. Llega un momento en que la fatiga acumulada, la tensión de la vida, los problemas… me desconfiguran. Me quemo y lo veo todo negro. Pierdo la alegría, desconfío de todo, estoy con tanta presión que me olvido de quién soy. Lo inmediato me impide ver el horizonte. Parar, tomar aire, respirar a fondo, es una necesidad. Hay tontos que se creen superiores, superdotados y sin darse cuenta acaban incinerados y si no hay suerte, queman a los demás. Dice el Evangelio de Marcos: ‘Él les dijo: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado’. ¡Qué humano es el Señor! Nos llenaríamos de asombro si leyéramos con atención los Evangelios. Ahí están muchas de las respuestas a nuestros interrogantes.
Comenta san Josemaría en su libro Surco: “Siempre he entendido el descanso como apartamiento de lo contingente diario, nunca como días de ocio. Descanso significa represar: acopiar fuerzas, ideales, planes... En pocas palabras: cambiar de ocupación, para volver después −con nuevos bríos− al quehacer habitual”. Por lo tanto, intentemos sosegarnos. Cuidemos el cuerpo y el espíritu. Llenemos nuestros tanques vacíos. Verano, tiempo de descanso, de familia y de amigos.