Para llevarse con el mar, hay que amarlo, respetarlo, someterse a él y ejercitar la paciencia: no hay otro modo de llegar a puerto
Leí con mucha atención la entrevista que ayer le hacía en esta página Xosé Ameixeiras al empresario Manuel Iglesias Vilas, dueño de Galopín y Gefico, navegante, gaiteiro en sus años mozos, diseñador de parques infantiles y también de ropa, motero, criador de caballos, vacas cachenas y perros, gran conversador. La entrevista, género difícil y tramposo a veces, es tan buena que podía escuchar la voz de Manu. Somos amigos desde hace tiempo, menos del que pensaba cuando fui a comprobar: solo once años. Así que la mayor parte de los asuntos que trata ya los habíamos hablado en algún momento. Pero al llegar a la última pregunta, tropecé con algo nuevo. Ameixeiras quería saber qué aprendió de navegar los siete mares y él respondió: «Lo primero que aprendes en el mar es a curtir tu voluntad. Allí tienes que cultivar la paciencia. Es un sometimiento liberador».
Las dos primeras frases podrían aceptarse sin demasiada dificultad, aunque con poco entusiasmo, en la mayor parte de los ambientes educativos, que desprecian con razón el voluntarismo, pero también cualquier entrenamiento de la voluntad, porque piensan que se opone a lo espontáneo, a lo que a uno le brota, como dicen los chavales. Pero la última frase alcanza los niveles del escándalo estridente. Se lo digo por teléfono y me lo confirma: «Cuando explicaba eso del sometimiento liberador en una cena con pedagogos, ponentes todos de unas jornadas sobre infancia, me pusieron verde. Ni siquiera me dejaron explicarles lo que quería decir. Algunos incluso se reían y fueron maleducados».
Pero para llevarse con el mar, hay que amarlo, respetarlo, someterse a él y ejercitar la paciencia: no hay otro modo de llegar a puerto.