Para quien no haya oído hablar de ella, Marta Obregón murió con 23 años apuñalada por un hombre que quería violarla. Ella se defendió, le ofreció fuerte resistencia, y el bárbaro asaltador le dominó con 14 puñaladas; una de ellas le partió el corazón
El ejemplo de Marta Obregón es, en verdad, uno de esos focos luminosos que el Señor enciende de vez en cuando en la oscuridad de este mundo. Así ocurrió con santa María Goretti, que murió en circunstancias semejantes. Entregó su alma al Señor perdonando a su agresor y pidiendo su conversión. El hombre tardó poco en darse cuenta de lo que había hecho, se arrepintió e hizo penitencia en un convento hasta su muerte.
Marta Obregón está ahora en proceso de beatificación. El arzobispo promotor de la Causa, comentó que con el proceso proponía: “rescatar la vida y la muerte de Marta como modelo para nuestra juventud”.
Algunas personas han podido extrañarse de esas palabras y pensar que la Iglesia al señalar a estas mártires como ejemplos a la juventud de hoy y de todos los tiempos, “exige” el martirio para defender la virginidad corporal.
No es realmente así. La Iglesia recuerda la virtud de la castidad, y afirma que la sexualidad humana, bien vivida en el matrimonio, hombre y mujer, ayuda a mirar al Cielo y pedir apoyo al Señor, a la Santísima Virgen María, cuando surge algún obstáculo, tentación, que hagan tambalear esa maravillosa virtud. Y, a la vez, anima al cristiano, a la cristiana, que la defienda para el bien de su alma, y de su cuerpo, y para gloria de Dios, y más ahora que no pocos psiquiatras y psicólogos, lamentan el mal que hace −especialmente a los jóvenes− la pérdida del sentido del pudor y la banalización de la propia sexualidad, que están provocando a marchas forzadas el mercado de la pornografía y las propagandas Lgtbi.
Con esto, la Iglesia quiere recordarnos la belleza de esa virtud, que nos ayuda a todos a crecer en el amor a Dios, y en el amor y en el servicio a todos nuestros hermanos los hombres.
Nadie busca el martirio directamente. Nadie busca la muerte al defender su castidad, ni al testimoniar su Fe en cualquier circunstancia. La puede encontrar en el camino, y de forma violenta, como le pasó a Marta. Su asesino, después de pasar 21 año encarcelados por ese y otros delitos semejantes volvió a violentar mujeres.
Otras mujeres han sufrido agresiones semejantes y no han encontrado fuerzas, por miedo, por nerviosismo, por el shock sufrido, para reaccionar a tiempo; y aún reaccionando y oponiéndose al agresor, el hombre ha conseguido su propósito sin necesidad de matarlas, y las ha dejado marchar libres. Han defendido su Fe, pero no había llegado para ellas el momento de la Vida Eterna.
Muchas de ellas han dado un fuerte y claro testimonio de su fe, y de su entereza cristiana, rechazando el aborto que se les proponía, y acogiendo al hijo de sus entrañas con amor.
El ejemplo de Marta, de santa María Goretti, y de tantas otras vírgenes y mártires, forman esa maravillosa riqueza de Luz de la que participamos todos los cristianos viviendo la “comunión de los santos”.
La Iglesia exige la defensa de la Fe; no obliga a nadie a ser mártir. Y a la vez, asegura a los mártires la apertura de las puertas del Cielo; y sabe que el Señor da gracias a otras mujeres violadas, para que den su testimonio de Fe acogiendo a los hijos fruto de esa violencia; porque todo hijo es “criatura de Dios, hijo de Dios” y, bautizado, “hijo de Dios en Cristo Jesús”.