Entrevista a Isabel Sánchez, secretaria de la Asesoría Central del Opus Dei, abordando el actual momento por el que atraviesa la Iglesia católica, el rol de la mujer y los jóvenes…
Ante el cuadro de pesimismo y desconsuelo que afecta a la Iglesia, como consecuencia de la crisis de los abusos sexuales, resulta difícil encontrar voces que planteen las cosas desde la esperanza y el optimismo. Isabel Sánchez Serrano, la mujer que ocupa el cargo más alto en el Opus Dei a nivel mundial, secretaria de la Asesoría Central, organismo que apoya al prelado de esa institución, es una de esas voces. Española, murciana, abogada, de trato amable, pero clara en sus convicciones, no escabulle ninguna de nuestras preguntas. Aunque resulta evidente que el tema de los abusos le duele; sin embargo, no la paraliza. Está ocupada, como dice ella, en ayudar a superar este “movimiento sísmico que ha sacudido la legitimidad de la Iglesia”. Recibe a “El Mercurio” en la sede central del Opus Dei en Roma, en donde reside desde 1992 (un edificio amplio, bien decorado pero muy sobrio), en una calurosa mañana de primavera y, en donde, lo primero que hace es contarnos acerca de Guadalupe Ortiz de Landazuri, beata laica, numeraria, recién llevada a los altares en mayo pasado.
¿Cómo calificaría usted el actual momento por el que atraviesa la Iglesia Católica?
La Iglesia, vista en su conjunto, presenta caras muy diversas: en grandes zonas geográficas encontramos una fe viva; en otras, un rico mosaico de fe hecha cultura; en Asia, la sed de Dios lleva a bautismos a millares de hombres y mujeres. Casi inadvertidamente, asistimos a la persecución de miles de cristianos que no dudan en dar su vida por amor a Jesucristo. Los países de cultura occidental, sin embargo, presentan un hastío postcristiano: en gran medida, han perdido la razón de su alegría. Además, últimamente un movimiento sísmico ha sacudido −ante no pocas personas− la legitimidad de la Iglesia como institución: la corrupción de bastantes ministros suyos ha dejado al mundo −empezando por los propios católicos− indignado. No sería justo, sin embargo, ignorar el mayor número de sacerdotes fieles y hasta heroicos que continúan sirviendo al pueblo de Dios.
Sin embargo, compartirá conmigo que la situación arroja un balance más bien preocupante. ¿Cree que es posible arreglar esta situación que describe?
Parafraseando a Chesterton, me gusta considerar que el cristianismo ha muerto muchas veces, pero siempre ha resucitado muchas veces. Para que las cosas vayan mejor, el punto de partida somos cada uno de nosotros, en una versión mejorada, purificada. Tanto el admirable ejemplo de cristianos que en pleno siglo XXI lo apuestan todo por su amor a Jesucristo, como el desolador panorama de quienes lo han traicionado del modo más innoble. Un pequeño paso adelante mío puede contribuir a un gran paso de la Iglesia entera.
¿Cree usted que la actitud del Vaticano ha sido la correcta? Algunas decisiones de Francisco han resultado desconcertantes e incluso erráticas en ocasiones. ¿Comparte esa apreciación?
Claramente no la comparto. El Papa ha publicado dos encíclicas y cuatro exhortaciones apostólicas. En algunas de ellas hay referencias importantes sobre el drama de los abusos. Pero luego ha hablado de modo más directo sobre este drama en otros contextos, como la reciente reunión de febrero en Roma con representantes de todas las conferencias episcopales. De ahí han salido ya tres documentos normativos. Ahora se espera la elaboración de un vademécum con indicaciones y experiencias de tipo práctico que iluminen el trabajo de todas las instituciones. Es clave ir al fondo del tema y, como hace al Papa, poner el acento en el estilo cristiano de vida que evita estos comportamientos terribles. Son como dos procesos paralelos.
El pontificando de Francisco se inició con esperanza para muchos. Sin embargo, con el paso del tiempo, han empezado a arreciar las críticas desde diferentes sectores. ¿Cómo evalúa la tarea llevada adelante hasta ahora por el Papa Francisco?
El Papa Francisco ha sabido recuperar para los cristianos y ofrecer a los alejados de la Iglesia varios elementos clave para construir la vida desde la esperanza: la primacía de la oración frente a la tiranía del eficientismo humano; la fascinación por la persona en una sociedad que idolatra las innovaciones técnicas; el valor de lo débil e imperfecto en medio de la cultura del descarte y de la imagen retocada hasta la saciedad; el poder del encuentro personal, y de modo más radical: nos ha quitado el miedo a ser hijos de Dios.
Siempre se dice que los jóvenes son la esperanza de la Iglesia. ¿Cree usted que aquello continúa teniendo validez en un escenario en que han sido las principales víctimas de los abusos por parte de algunos sacerdotes?
A los jóvenes que han pasado por esta tremenda experiencia les han arruinado muchas cosas: la alegría, la autoestima, el desarrollo armónico de su personalidad, probablemente la fe... Primero, me uniría a la petición de perdón que ya ha hecho el Papa en nombre de toda la Iglesia y después les rogaría que no se dejen robar también la juventud, la esperanza de un amor puro e incondicional.
Han sido muchos los jóvenes que sin haber sido víctimas de abusos se han alejado de la Iglesia dolidos por lo que ven. ¿Qué le dirías a ellos?
Siempre es necesario tener una perspectiva mayor para juzgar las cosas. La Iglesia no son solo los errores de algunos, por muy graves que estos sean. A estas personas les diría: intentemos profundizar y ver no solo la parte dañada, el dolor, sino también esos otros aspectos luminosos que hay en la iglesia. Entiendo que en Chile hay que pedir un gran esfuerzo, pero de verdad invitaría a que lo hagamos. Miremos a aquellas personas que habiendo atravesado momentos de dolor, personas que han sido abusadas, han sido capaces de perdonar y de mantener su fe muy firme.
¿No le parece que la cultura actual promueve una serie de valores que nada o poco tienen que ver con lo que enseña la Iglesia?
Evidente que hay un cierto contraste, pero quizás tengo una visión más optimista que la suya. Me parece que la juventud de nuestra época tiene a flor de piel valores como la solidaridad, la generosidad, el cuidado del planeta, pensado para todos, sin exclusiones. Son varias banderas que tendrán que profundizar más y saber traducirlas en prácticas culturales correctas, genuinas, transformadoras. Tengo mucha fe en los jóvenes de hoy.
En ese cuadro, han sido sacerdotes, obispos y cardenales −todos varones− los principales implicados. ¿Qué papel le asigna a la mujer frente a este escenario de renovación? ¿Puede seguir la Iglesia prescindiendo del carisma femenino para restaurar la confianza perdida?
En la Iglesia, tanto hombres como mujeres somos hijos falibles y fallidos, necesitados de reparación continua; culpabilizarnos mutuamente y levantar nuevos muros solo lleva a callejones sin salida. En un escenario de restauración, hombres y mujeres somos co-protagonistas y todo empieza por la decisión personal de renovar la propia vida. En estos momentos, las mujeres pueden acelerar el camino hacia la verdad, impulsando los procesos de denuncia y aclaración de supuestos hechos delictivos, buscando justicia. Al mismo tiempo, están muy capacitadas para mantener la mirada atenta y misericordiosa.
Usted misma forma parte del gobierno superior de una institución de Iglesia, como lo es la Prelatura del Opus Dei. ¿Qué papel cumple efectivamente la mujer en su organización?
En el Opus Dei, hombres y mujeres vamos a la par −tenemos el mismo fin y los mismos medios−, pero cada uno lo realiza según sus características peculiares. En el gobierno, el prelado del Opus Dei está asistido por dos consejos paralelos: uno formado por hombres y otro por mujeres, con análoga capacidad decisional y de asesoramiento. Lo que se pide a cada uno es que sepa aportar con responsabilidad y profesionalidad, ideas, proyectos, procesos, etc., que faciliten la extensión de todo este apostolado.
Los movimientos feministas reivindican un papel mucho más protagónico de las mujeres para la vida en sociedad. ¿En qué aspectos coincide y en cuáles discrepa de estas organizaciones?
Como ciudadana y como cristiana del siglo XXI, celebro muchas de las conquistas de movimientos feministas a partir de inicios del siglo pasado: el derecho a voto, el acceso a la educación, la verdadera mayoría de edad de la mujer en la sociedad… Espero que las mujeres sigamos llegando a nuevos espacios en la vida social y aspiro a que hombres y mujeres juntos iniciemos procesos de transformación en las políticas públicas sobre familia y trabajo, en los ámbitos profesionales, en la vida familiar. No sintonizo plenamente, sin embargo, con quienes pretenden encumbrar a la mujer con una lógica exclusiva de poder, pisoteando a quienes no compartan su visión. La mujer, para afirmarse, no necesita negar al hombre; se afirma por sí misma, mientras afirma al mismo tiempo al varón.
En Chile, al menos, se vincula al Opus Dei con sectores de la élite empresarial y social. Incluso, políticamente hay quienes le identifican con la derecha. ¿Por qué cree que sucede aquello?
El Opus Dei viene a continuar la misión de Cristo, en su Iglesia y, por lo tanto, como a El, de cien almas nos interesan las cien, sin distinciones. San Josemaría transmitió a los fieles de la Obra el deseo de trabajar con todos. El desafío no es fácil, y seguramente no siempre lo sabremos hacer bien, pero me consta que en Chile, desde Arica a Punta Arenas, hay personas de todas las clases y condiciones, que encuentran en la Obra fuerza, estímulo y apoyo.
El Opus Dei no ha estado exento de acusaciones de abusos por parte de sacerdotes. De hecho, en Chile hay un caso que se investiga. ¿Cuáles han sido los criterios generales con que se han abordado estas situaciones?
Como usted apunta, en el Opus Dei no somos inmunes a este flagelo: hay dos procesos en la Santa Sede. Pedimos a Dios consuelo para las víctimas y, ante denuncias hay que ponerse inmediatamente a trabajar para llegar al pleno esclarecimiento de los hechos denunciados, para que se haga justicia, y para establecer todo lo necesario, de modo que nunca más vuelva a suceder algo así. Desde un punto de vista práctico, esta prelatura siempre ha sido especialmente cuidadosa en estas materias, pero desde 2013 cuenta con un protocolo de protección del menor y con líneas de actuación en caso de denuncias. Consideramos muy importante facilitar la escucha con canales claros de denuncia (por ejemplo, a través de la página web); promover una investigación rigurosa; acompañar a la persona afectada, y reparar lo que sea necesario. Además, mientras los hechos no se demuestren ciertos, es imprescindible sostener también, ayudando a una total sinceridad, a quien ha sido denunciado.
¿Y estos instrumentos han sido eficaces?
Es esperanzador ver que en países como Irlanda o Estados Unidos, donde ya hace años que la Iglesia se impuso protocolos muy exigentes de protección de menores y de gestión de denuncias, los casos se han reducido prácticamente a cero en los últimos 5 años.
Respecto del caso que se denunció en Santiago, ¿se conocerán pronto conclusiones?
Las denuncias recibidas provocaron un inmenso dolor, y el vicario regional de Chile manifestó enseguida su deseo de trabajar para llegar al pleno esclarecimiento de los hechos. Creo que esa mezcla de diligencia y transparencia le hizo bien a todos. Como sabe, el caso está ahora en estudio, en la Santa Sede, y seguimos a la espera de las conclusiones.
Entrevista de Cristián Pïzarro Allard
Fuente: elmercurio.com.
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