Evangelio del 14º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C) y comentario al evangelio
Después de esto designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. Y les decía:
−La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. Id: mirad que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En la casa en que entréis decid primero: «Paz a esta casa». Y si allí hubiera algún hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, retornará a vosotros. Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, porque el que trabaja merece su salario. No vayáis de casa en casa. Y en la ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella y decidles: «El Reino de Dios está cerca de vosotros». Pero en la ciudad donde entréis y no os acojan, salid a sus plazas y decid: «Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos contra vosotros; pero sabed esto: el Reino de Dios está cerca». Os digo que en aquel día Sodoma será tratada con menos rigor que aquella ciudad.
Volvieron los setenta y dos llenos de alegría diciendo:
−Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les dijo:
−Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado potestad para aplastar serpientes y escorpiones y sobre cualquier poder del enemigo, de manera que nada podrá haceros daño. Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo.
Jesús anunció el Reino de Dios desde los inicios con la colaboración de los hombres. Lucas, el evangelista de los gentiles, nos cuenta que después de enviar a los doce, como representantes de las tribus de Israel, “designó el Señor a otros setenta y dos y los envió (…) adonde él había de ir”. Detrás del número 72 subyace quizá la alusión a “los linajes de los hijos de Noé” a partir de los cuales, como cuenta el libro del Génesis, “se extendieron los pueblos por la tierra después del diluvio” (Gn 10,32). Este envío misionero “a toda ciudad y lugar” significaría la universalidad de los destinatarios de la buena nueva y también la de quienes deben anunciarla.
No sabemos quiénes eran estos 72 discípulos. De hecho, serían muchos los que tendrían amistad y confianza con Jesús, los que trabajaron y dieron la vida por su Maestro, aunque sus nombres no hayan quedado consignados en los evangelios. Esta actitud discreta y eficaz, con “la sencillez, el no llamar la atención, el no exhibir, el no ocultar”[1], enamoraba a san Josemaría, que la señalaba con frecuencia como característica propia de los fieles cristianos corrientes, que se saben enviados en medio del mundo para transformarlo, con la fe y el testimonio de su vida.
Para la eficacia de la misión, Jesús prepara a sus discípulos con instrucciones precisas, que son válidas para cualquier época. Primero exhorta a rogar por el número de los obreros que han de trabajar en la mies, porque es Él quien elige y envía. Toca a los discípulos dar prioridad a la oración en su misión y rogar al dueño de las almas que llame y envíe a más gente.
Por otro lado, Jesús no tiene una visión negativa del mundo, porque no lo ve como un erial, sino como una mies preparada para la siega. “Podían los discípulos vacilar, meditar entre sí y decir: ¿Cómo será posible que nosotros, tan pocos en número, podamos convertir a todo el mundo; los sencillos a los sofistas, los desnudos a los vestidos, los súbditos a los que dominan? −comentaba san Juan Crisóstomo−. “Y para que no se turbasen con la reflexión de todo esto, llama al Evangelio mies, como diciendo: Todo está preparado”[2].
Además, Jesús envía a los discípulos “de dos en dos”, “para que se ayuden mutuamente y den testimonio de amor fraterno, −señalaba Benedicto XVI−. Y “les advierte de que serán ‘como corderos en medio de lobos’, es decir, deberán ser pacíficos a pesar de todo y llevar en todas las situaciones un mensaje de paz”[3].
Entre las instrucciones de Jesús destaca la confianza en la Providencia y el desprendimiento de los bienes: “No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias”. Porque, como explica el Papa Francisco, el desapego de los bienes es la condición para ser discípulo.
A su regreso, los discípulos expresan su alegría y entusiasmo por la eficacia de la tarea, “¡Hasta los demonios se nos someten en tu nombre!”, exclaman. Los frutos de su labor no se basaron tanto en el talento personal como en el nombre de Jesús y en la docilidad a las indicaciones del Maestro. Por su parte, Jesús eleva el sentido sobrenatural de la alegría de sus discípulos, que no radica en sentirse influyentes en este mundo sino más bien en el otro, donde el nombre de quienes aman a Dios queda inscrito “no con tinta, −dice un Padre de la Iglesia− sino en la memoria y en la gracia de Dios”[4].
Fuente: opusdei.org.
[1] Cfr. P. Agulles, Voz “Naturalidad”, Diccionario san Josemaría Escrivá de Balaguer, Burgos, Monte Carmelo – Instituto Histórico Josemaría Escrivá, 2013, p. 882.
[2] San Juan Crisóstomo, in Mat. Hom. 34.
[3] Benedicto XVI, Ángelus, 8-VII-2007.
[4] Teofilacto, Catena aurea, in loc.
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