Es el pedagogo del amor. El que enseña a ser libres y a amar. Dos facetas del hombre de las que hablamos mucho, de las que presumimos, pero de las que estamos ayunos
Hoy viernes celebra la Iglesia la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, este año con especial solemnidad ya que hace cien años que se le consagró España, y renovamos esa dedicación. El significado de esta ceremonia es ponernos bajo la protección del Corazón de Jesús. Pedirle que siga cuidando y bendiciendo a su pueblo. Que vele por nuestras familias y por cada uno de nosotros.
Se suele representar esta advocación con la figura de Jesús que muestra su corazón abierto por la herida de la lanza, un corazón traspasado que sangra. Es la imagen del amor, del que da la vida por los suyos, del que se entrega. Un modelo de humanidad. Una llamada al humanismo. Como dice la canción: “Es un corazón paciente, es un corazón amigo, el que habita en el olvido, el corazón de tu Dios”.
Los cristianos creemos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Que para conocernos tenemos una clave de interpretación: Jesucristo. Que la verdad más profunda de nuestro ser sólo nos la enseña Jesús: Dios y hombre verdadero. Si dejamos que Él sea el Maestro entenderemos el misterio del hombre. Y me atrevería a decir que es el único que sabe quién somos.
Es el pedagogo del amor. El que enseña a ser libres y a amar. Dos facetas del hombre de las que hablamos mucho, de las que presumimos, pero en las que estamos ayunos. Nos falta felicidad porque no tenemos libertad para amar. Si pudiéremos amar de verdad seríamos dichosos. Haríamos felices a los nuestros.
¡Con cuánta frecuencia fracasamos en el amor! Los esposos no consiguen hacer duradero su amor. Los padres no logran transmitir seguridad y ganas de vivir, no son maestros del amor. Falta lealtad entre los amigos, en las empresas y en la política. En la Iglesia se echa en falta también. Las libertades que exigimos son en muchas ocasiones fuentes de dolor para los demás. Son dardos arrojadizos que dejan una reata de heridas. ¡Y no tenemos la valentía de reconocerlo!
Sigue diciendo la canción: “Que comenzó esta tarea una tarde en el Calvario, y que ahora desde el Sagrario tan sólo quiere tu amor”. Cristo nos rescata desde la Cruz, nos salva, nos devuelve la libertad y dignidad perdida. Sabe que hay pecado, lo comprende, no se asusta y deja que nuestras espinas le hieran. Perdona y redime. Nosotros no aprendemos esa lección. Nos gusta lo perfecto, lo que funciona sin tacha. No toleramos los defectos de los nuestros, no perdonamos. Exigimos. Vamos dando vueltas buscando satisfacer nuestros sentimientos y nuestros sentidos. Nos convertimos en cisternas agrietadas incapaces de conservar el amor.
Ignoramos que la libertad hay que ganarla batallando contra nosotros mismos. Que son mis defectos, pecados, malas inclinaciones, caprichos, egoísmos… los que me esclavizan. Los que me impiden amar. Por eso hay esperanza, porque hay un libertador, un salvador. “Es un corazón que ama, un corazón que perdona, que te conoce y que toma de tu vida lo peor”. Si acudimos a Él, nos dará libertad de amar.
Ese Corazón nos enseña a distinguir entre lo que quiero y lo que me apetece. No le hace ninguna gracia la Cruz, pero se deja clavar. Sabe que su sacrificio dará fruto. Así proclama que no es siempre lo fácil, lo que me gusta, lo que está de moda, lo que me hace feliz. La alegría de la Resurrección, el gozo de sus discípulos tiene el precio de su entrega.
“Decidle a todos que vengan a la fuente de la vida. Hay una historia escondida dentro de este corazón”. Contemplando la figura del Señor, leyendo los Evangelios, acudiendo al Sagrario, contándole mi historia, descubriré que todo tiene sentido, que el puzzle de mi vida encaja. Atinaré en la clave del amor, de la libertad. Me inventaré de nuevo.
Me escribía un amigo: “Esta Navidad es la más feliz de mi vida. Después de llamar el Señor tanto tiempo a mi puerta. Me he dejado de excusas, he tomado la decisión, acompañada de actos, de dejarle entrar y Belén es hoy mi corazón. La terapia está dando sus frutos. He dejado de mirar a los lados, de poner excusas a mi vida y de echar las culpas a todos y a todo menos a mí. He sido capaz de mirar la historia de mi vida con verdad, sin culpabilizar a nadie…
El Señor me está dando su gracia y su fuerza y después de 47 años, estoy rompiendo los hábitos adquiridos que buscaban mi placer, y haciendo lo que en verdad quiero hacer: seguir al Señor. Serle fiel donde me lleve; ahora aquí en la prisión”.
“En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”. Enseña el Concilio Vaticano II. “Decidles que hay esperanza, que todo tiene un sentido. Que Jesucristo está vivo, decidles que existe Dios”. Hay un Corazón que enseña a querer.