¿Qué nos impide entender la eternidad? Nuestro egoísmo. El cielo es amor, y con nuestro egoísmo no podemos entrar. Por eso hace falta el purgatorio, para cambiar, para convertir mi corazón y que pase de un amor a uno mismo, tan frecuente, al auténtico amor a los demás, propio de los santos
Pocos escritores tienen la ocurrencia de hablar del Paraíso. Cuando, en algunas películas, se ha tratado del tema, es siempre de modo bastante ridículo. Luis Agius, músico, compositor y escritor ha escrito un libro −“El paraíso esquivo”− en el que tampoco se habla del paraíso. Ni una sola palabra de cómo es el cielo. No ha caído en esa trampa, ni nos lleva a esa trampa con el título, pues ciertamente, de lo que habla, es de la aproximación, normalmente complicada, al paraíso.
Es un libro variadísimo en cuanto a géneros. Hay relatos históricos, hay ficciones sin demasiado fundamento, hay un poco de todo, y todo muy bien escrito, y todo muy sugerente. Porque si bien es verdad que no ha entrado en tema tan arriesgado como es hablar de cómo es el cielo, sí ha entrado, de diversos modos muy sugerentes, en cómo llegar, en como acercarse sin que se nos escape por un descuido.
Hay dos relatos, quizá los más largos del libro, que se sitúan en lo que podría ser una especie de purgatorio o en un proceso de juicio, con posibilidad de redimirse. En el primero de esos relatos, “La Mansión precaria” −sucedáneo del Paraíso esquivo− nos presenta un lugar un tanto tenebroso, un cementerio, por donde pasan unos cuantos personajes que necesitan un empujón para poder acceder al paraíso. Y allí está el padre José María de los Santos, encarrilando a las deambulantes almas en un proceso de purificación, juicio o empujón final.
Las conversaciones del padre de los Santos nos llevan a pensar en cómo es la vida de la mayoría de los hombres, esa vida que dificulta tantas veces el encuentro con la eternidad, precisamente porque apenas se han pensado en ella. Aquí el autor nos hace recapacitar sobre cuáles pueden ser las dificultades más profundas para no encontrar el paraíso.
Por allí aparece Ernesto, que parece no entender demasiado de qué es aquello y no esperaba encontrarse a un sacerdote. Se entabla una conversación entre ellos. “Ernesto, durante nuestra vida terrenal no hemos construido una hermosa mansión, tranquila, acogedora, bella, luminosa, llena de auténtico amor, paz, respeto, dedicación, compasión, ternura, donde los demás, nuestros seres queridos, nuestros hermanos, y nuestro Dios pudieran sentirse amados y acogidos. No nos hemos construido así. No hemos construido nuestra vida así. No pudimos. No quisimos. Hicimos daño. Y por eso no supimos amar. En realidad, no hemos hecho otra cosa que amarnos a nosotros mismos y no al prójimo”.
De esta y otras maneras se presenta la dificultad para entender el paraíso. Planteamientos muy sugerentes, que encontramos pocas veces. ¿Qué nos impide entender la eternidad? Nuestro egoísmo. El cielo es amor, y con nuestro egoísmo no podemos entrar. Por eso hace falta el purgatorio, para cambiar, para convertir mi corazón y que pase de un amor a uno mismo, tan frecuente, al auténtico amor a los demás, propio de los santos.
Indudablemente el planteamiento que presenta el autor en este relato y en otros −particularmente el titulado “La Cima”− no es teológicamente correcto, porque el purgatorio no es un lugar de conversión sino de purificación. Y entre la muerte y el paraíso no hay ningún instante intermedio más que el purgatorio. Bueno, también el juicio, y las conversaciones del padre de los Santos con los diversos personajes podrían entenderse como un proceso de juicio en dónde es posible una conversión extrema.