Creo poder afirmar que el rol de hombre o mujer, padre o madre, marido o mujer, ciudadano o ciudadana no se aprende en los cuentos sino en casa, en la familia
Hace unos días, una escuela de Barcelona decidió retirar de su biblioteca infantil una serie de cuentos por considerarlos inadecuados según los nuevos cánones de la censura feminista.
Voces autorizadas han apoyado la iniciativa. Quizás, una de las que más me ha llamado la atención ha sido la de la escritora Laura Freixas, precisamente por tratarse de una escritora, es decir, de una contadora de cuentos. Escribe con vehemencia en La Vanguardia: “¿Por qué yo nunca le llevaba la contraria a mi marido? ¿Por qué no me enfadaba con él? (…), ¿cómo me convertí en esa mujercita sonriente, a la sombra de su maridito, que nunca había querido ser? (…) Y es que como todo el mundo, yo me hice una idea de lo que es ser mujer u hombre a través de relatos, empezando por los cuentos, como esos que la escuela Tàber ha retirado de su biblioteca infantil”, y termina diciendo: “Ojalá hubiera ido a la escuela Tàber”.
De pequeño, como muchos de mis contemporáneos, leí el Jabato, el Capitán Trueno, Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, Carpanta, Hansel y Gretel y muchos otros cuentos y tebeos que a mis lectores menores de 50 años les sonarán a chino. Pero nunca se me ocurrió que debía matar sarracenos, hacer trastadas inimaginables, poner explosivos en cualquier recipiente, comerme cuatro barras de pan seguidas o abandonar a mis hijos en pleno bosque.
La figura de varón, padre y ciudadano la aprendí, y todavía lo hago, de Miguel Vidal-Quadras Biada, una persona afable, servicial, trabajadora y respetuosa con todos, que decidió compartir su vida con una mujer también excepcional, Mª Ángeles Trías de Bes, a quien ninguno de sus hijos confundió nunca con Caperucita, la bella Durmiente o la atribulada mujer de Ástérix. Comprendo que no todo el mundo ha tenido la misma suerte que yo en la vida y no puedo ni debo juzgar la infancia de nadie, pero, después de casi treinta años dedicado a la orientación familiar, sí creo poder afirmar que el rol de hombre o mujer, padre o madre, marido o mujer, ciudadano o ciudadana no se aprende en los cuentos sino en casa, en la familia.
Cuando se olvidan las imágenes, la metáfora, la alegoría o la poesía y se priva a la literatura de su simbolismo, dejándola al albur de la fría ciencia (ya sea la sociología, la psicología o la pedagogía), la creatividad humana muere aplastada bajo el peso implacable de una razón sin corazón fácilmente ideologizada.
Recomendaría a quien quiera entender el simbolismo de los cuentos proscritos que leyera a Mariolina Ceriotti Migliarese, cuyo libro Erótica y Materna, un viaje al universo femenino, recientemente publicado en España, además de ofrecer una semblanza extraordinaria del mundo de la mujer, da algunas interesantes pautas interpretativas sobre Cenicienta, Blancanieves y La Bella Duermiente.
En lugar de quemarlos en la hoguera o decidir por los padres qué tienen que leer sus hijos (una vieja tentación totalitaria), propone una aproximación inteligente que permita descifrar los significados simbólicos “que siguen siendo válidos para captar los pasos evolutivos de la psicología femenina”. Por cierto, que el libro es anterior a la polémica generada en España.
Por ejemplo, destaca la encarnación en la hija de los valores más hondos de esa madre fallecida prematuramente, materna y buena, confrontados con la madrastra, que representa la exacerbación de la belleza y la frivolidad. O la superación de los obstáculos de una madre (madrastra) posesiva en el recorrido hacia la vida adulta y su acceso a la vida sexual que representa el encuentro con el príncipe. O el papel gris y secundario de la figura paterna, normalmente blanducha e indecisa, que, en el fondo, “acepta de buena gana lo que está pasando y deja que su hija viva hasta el fondo el encuentro/desencuentro con la imagen negativa de la madre, hasta que llegue a construir su propia identidad adulta”.
En fin, que cada uno ve la vida, y los cuentos, del color del cristal con el que mira. Me temo que el problema no está en los cuentos sino en la misma vida.
Por si acaso, voy a esconder “Guerra y Paz”, no sea que la retiren también por violenta, y “El principito”, a la espera de la secuela “La principita”, que ya deben de estar escribiendo en algún despacho subvencionado, eso sí, en prosa de oficinista.