Durante la Audiencia general el Santo Padre ha reflexionado sobre tres frases que Jesús pronuncia durante el momento de su pasión
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre tres palabras que Jesús dirige al Padre durante el momento de su Pasión. La primera es: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo» (Jn 17,1). La gloria significa la revelación de Dios como signo de su presencia salvadora entre los hombres. En la cruz, Jesús manifiesta su gloria porque es allí donde está realizando de forma definitiva la salvación a los hombres.
La verdadera gloria es la del amor. En la Pascua comprobamos cómo el Padre glorifica al Hijo, mientras el Hijo glorifica al Padre. Ninguno se glorifica a sí mismo, sino al otro. Así, el actuar de Dios nos tiene que interpelar, para que no busquemos nuestra propia gloria sino la de Dios y la de los demás.
La segunda palabra es: «Abbá», papá (cf. Mc 14,36). Jesús, cuando experimentó en el huerto de Getsemaní la angustia y la soledad ante su Pasión, se dirigió a Dios llamándolo “papá”. Nos enseña a tratar a Dios como un padre, porque en Él se encuentra la fuerza para seguir adelante en el dolor.
En la desolación, Jesús no está solo porque está con el Padre. En cambio, nosotros, cuando nos encontramos en situaciones difíciles preferimos muchas veces la soledad, antes que decir “Padre” y confiar en Él.
Por último, Jesús dice: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,24). Él reza por los que lo están crucificando. Era el momento más agudo de dolor; pero es ahí donde se llega al culmen del amor, en el perdón, que rompe el círculo del mal. Jesús reza por nosotros al Padre, para que nos envuelva con su misericordia, que trasforma y sana el corazón.
Que el Señor los bendiga.
En estas semanas estamos reflexionando sobre la oración del “Padrenuestro”. Ahora, en vísperas del Triduo pascual, detengámonos en algunas palabras con las que Jesús, durante la Pasión, rezó al Padre.
La primera invocación es después de la Última Cena, cuando el Señor, «levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo −y luego− glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti antes de que el mundo existiera”» (Jn 17,1.5). Jesús pide la gloria, una petición que parece paradójica cuando la Pasión está a las puertas. ¿De qué gloria se trata? La gloria en la Biblia, indica el revelarse de Dios, es la señal distintiva de su presencia salvadora entre los hombres. Ahora, Jesús es quien manifiesta de modo definitivo la presencia y la salvación de Dios. Y lo hace en la Pascua: levantado sobre la cruz, es glorificado (cfr. Jn 12,23-33). Ahí Dios finalmente revela su gloria: quita el último velo y nos asombra como nunca antes. Descubrimos, en efecto, que la gloria de Dios es toda amor: amor puro, loco e impensable, más allá de todo límite y medida.
Hermanos y hermanas, hagamos nuestra la oración de Jesús: pidamos al Padre que quite los velos de nuestros ojos para que en estos días, mirando al Crucifijo, podamos admitir que Dios es amor. ¡Cuántas veces lo imaginamos amo y no Padre, cuántas veces lo pensamos juez severo antes que Salvador misericordioso! Pero Dios en Pascua acorta las distancias, mostrándose en la humildad de un amor que pide nuestro amor. Así pues, le damos gloria cuando vivimos todo lo que hacemos por amor, cuando hacemos todo de corazón, por Él (cfr. Col 3,17). La verdadera gloria es la gloria del amor, porque es la única que da la vida al mundo. Claro que esa gloria es lo contrario que la gloria mundana, que llega cuando se es admirado, alabado, aclamado: cuando yo estoy en el centro de la atención. La gloria de Dios, en cambio, es paradójica: nada de aplausos ni de público. En el centro no está el yo, sino el otro: en Pascua vemos que el Padre glorifica al Hijo mientras que el Hijo glorifica al Padre. Ninguno se glorifica a sí mismo. Podemos preguntarnos hoy, nosotros: “¿Cuál es la gloria por la que vivo? ¿La mía o la de Dios? ¿Deseo solo recibir de los demás o también dar a los demás?”.
Después de la Última Cena Jesús entra en el huerto de Getsemaní; también allí reza al Padre. Mientras los discípulos no logran mantenerse despiertos y Judas está llegando con los soldados, Jesús comienza a sentir «miedo y angustia». Siente toda la angustia de lo que le espera: traición, desprecio, sufrimiento, fracaso. Está «triste» y ahí, en el abismo, en esa desolación, dirige al Padre la palabra más tierna y dulce: Abbà, o sea papá (cfr. Mc 14,33-36). En la prueba Jesús nos enseña a abrazar al Padre, porque en la oración a Él está la fuerza para seguir adelante en el dolor. En la fatiga la oración es alivio, confianza, consuelo. En el abandono de todos, en la desolación interior Jesús no está solo, está con el Padre. Nosotros, en cambio, en nuestro Getsemaní a menudo decidimos permanecer solos en vez de decir “Padre” y encomendarnos a Él, como Jesús, fiarnos de su voluntad, que es nuestro verdadero bien. Pero cuando en la prueba nos quedamos encerrados en nosotros mismos escavamos un túnel por dentro, un doloroso recorrido introvertido que tiene una única dirección: cada vez más al fondo de nosotros mismos. El problema más grande no es el dolor, sino cómo se afronta. La soledad no ofrece vías de salida; la oración sí, porque es relación, es confianza. Jesús lo fía todo y se fía del todo al Padre, llevándole lo que siente, apoyándose en Él en la lucha. Cuando entramos en nuestro Getsemaní −cada uno tiene su Getsemaní, o lo ha tenido o lo tendrá− recordemos esto: cuando entramos, cuando entremos en nuestro Getsemaní, acordémonos de rezar así: “Padre”.
Finalmente, Jesús dirige al Padre una tercera oración por nosotros: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Jesús reza por quien ha sido malo con Él, por sus verdugos. El Evangelio especifica que esa oración sucede en el momento de la crucifixión. Era probablemente el momento del dolor más agudo, cuando atraviesan a Jesús con los clavos en las muñecas y en los pies. Aquí, en el colmo del dolor, llegan al culmen el amor: llega el perdón, es decir el don a la enésima potencia, que rompe el círculo del mal. Queridos hermanos y hermanas, rezando en estos días el “Padrenuestro”, podemos pedir una de estas gracias: vivir nuestras jornadas para la gloria de Dios, o sea vivir con amor; sabernos encomendar al Padre en las pruebas y decir “papá” al Padre y encontrar en el encuentro con el Padre el perdón y el valor de perdonar. Ambas cosas van juntas. El Padre nos perdona, pero nos de el valor de poder perdonar.
Saludos
Me alegra saludar a los peregrinos de Francia y otros países francófonos, en particular a los de Carcassonne, Tournon y Rennes. En estos días santos, que el Señor pueda enseñarnos a vivir cada día para su gloria, es decir, con amor: para tener confianza en Él en las pruebas, para recibir su perdón y para hallar el valor de perdonar. Aprovecho esta ocasión para expresar a la comunidad diocesana de Paris, a todos los parisinos y a todo el pueblo francés mi gran afecto y mi cercanía tras el incendio en la Catedral de Notre-Dame. Queridos hermanos y hermanas, he quedado dolido y me siento tan cerca de todos vosotros. A cuantos se han prodigado, incluso arriesgando su persona, por salvar la Basílica va la gratitud de toda la Iglesia. Que la Virgen María los bendiga y apoye el trabajo de reconstrucción: ojalá sea una labor coral, para alabanza y gloria de Dios. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de los Países Bajos, Australia, Filipinas, Canadá y Estados Unidos de América. Saludo de modo particular a la delegación de la OTAN Defense College. A todos deseo que esta Semana Santa nos lleve a celebrar la resurrección del Señor Jesús con corazones purificados y renovados por la gracia del Espíritu Santo. Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua alemana. Os deseo una buena celebración del santo Triduo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Unámonos interiormente y en oración a Él en su camino de confianza y de abandono al Padre. Felices Fiestas.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que la celebración de la Pascua no sea sólo un momento más en nuestra vida, sino que nos impulse a vivir cada día para la gloria de Dios, confiando al Padre las pruebas que nos afligen y encontrando en Él el abrazo misericordioso que nos anima a perdonar a los demás. Que el Señor los bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de la parroquia de Cristo Rey de Oporto y a los diversos grupos de brasileños: dejaos iluminar y transformar por la fuerza de la Resurrección de Cristo, para que vuestras existencias se conviertan en un ejemplo del amor que derrota el pecado y la muerte. Un Santo Triduo Pascual a todos.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen de Siria, Líbano y Medio Oriente. Jesús nos enseña, en su Vía Crucis, que la única vía para superar las pruebas es fiarse completamente de Dios, a su amor salvador y a su santa voluntad. El Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, vivamos estos días del Triduo de la Pasión del Señor para la gloria de Dios, o sea con amor, encomendándonos al Padre en las pruebas y buscando en el encuentro con el Padre el perdón y el valor de perdonar. La unión con Cristo que sufre, que nos amó hasta dar la vida por nosotros, nos lleve a la gloria de su Resurrección. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegra recibir a los participantes del encuentro UNIV 2019. Queridos jóvenes que vivís estos días de formación, siguiendo el ejemplo de San Josemaría, fundad cada vez más vuestra vida en los valores de la fe para que, cambiando vosotros mismos según el modelo de Cristo, podáis transformar el mundo que os rodea. Saludo a las parroquias e Institutos, en concreto a los de Aversa y de Teramo; al grupo de la Legión de Carabineros Piamonte y Val d’Aosta y a la Asociación Cristiana familias.
Un pensamiento para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Mañana inicia el Triduo Pascual, fundamento de todo el año litúrgico. Que la Pascua de Cristo Jesús os haga pensar en el amor que Dios mostró tener con todos vosotros. Que el Señor os conceda participar plenamente en el misterio de su Muerte y Resurrección, y os ayude a hacer vuestros sus sentimientos y a compartirlos con vuestro prójimo.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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