Entrevista con el obispo de San Bernardo (Chile) y miembro de la Comisión permanente de la Conferencia Episcopal chilena
La reciente reunión sobre la tutela de los menores celebrada en Roma “ha resultado ser un bien inmenso para la Iglesia y para el mundo”, señala el obispo de San Bernardo Juan Ignacio González, quien subraya las prioridades del Papa Francisco. El prelado chileno tiene una amplia trayectoria jurídica. Se licenció en Derecho en la Universidad Católica, fue profesor del mismo centro, procurador, abogado, y más tarde, doctor en Derecho Canónico.
El drama de los abusos a menores ha azotado a la Iglesia en Chile, hasta el punto de que los obispos chilenos pusieron su cargo a disposición del Papa Francisco en mayo del año pasado. Al mismo tiempo, el Santo Padre recibió en Roma a algunas víctimas de los abusos sexuales. En enero de este año, la cúpula de la Conferencia Episcopal fue recibida por el Papa en un largo encuentro, que se prolongó en un almuerzo en Santa Marta.
En estos últimos encuentros, más selectivos, estuvieron presentes el cardenal Ezzati, el presidente, el vicepresidente y el secretario general de la Conferencia Episcopal −los obispos Santiago Silva, René Osvaldo Rebolledo y Luis Fernando Ramos, respectivamente−, y el obispo de san Bernardo, Juan Ignacio González. Al cierre de esta edición, el Papa ha aceptado la renuncia del cardenal Ezzati, que cumplió en enero 77 años, como arzobispo de Santiago de Chile, y ha nombrado administrador apostólico al actual obispo de Copiapó, Mons. Celestino Aós Braco (Artaiz, Navarra, 1945).
Días antes, al concluir el encuentro romano, Palabra pudo conversar con Juan Ignacio González, obispo desde 2003, licenciado en Derecho y doctor en Derecho Canónico, quien junto al obispo Luis Fernando Ramos fue portavoz de los obispos chilenos tras el histórico encuentro de los prelados con el Papa Francisco en mayo de 2018. He aquí su breve análisis.
Hace unas semanas ha concluido el Encuentro celebrado en Roma sobre el drama de los abusos y la tutela de los menores en la Iglesia. ¿Cómo lo valora?
La reunión convocada por el Papa Francisco en Roma, para estudiar y tomar acuerdos que permitan poner fin al mal vergonzoso del abuso sexual de menores por parte de consagrados, ha resultado ser un bien inmenso para la Iglesia y para el mundo. Es el inicio de un nuevo momento. No solo desmiente las críticas y comentarios acerca de la falta de voluntad de la Iglesia, del Papa y de los obispos y superiores para extirpar este mal, sino que ha puesto los fundamentos para una acción nueva y eficaz en todos los niveles. La Iglesia se ha visto afectada gravemente por este mal, pero sabe que desde su propia herida debe alumbrar a todos los hombres y mujeres, que sólo desde la potente luz de Cristo, pueden llegar a la Verdad (Lumen Gentium, 1), reparar hasta donde sea posible los males causados a personas concretas que los han sufrido y adoptar las medidas para que no ocurra en el futuro.
El desarrollo del encuentro, la publicidad y claridad con que se han expresado las cosas, hace evidente esa voluntad. Algunas naciones que han sufrido ya momentos particulares de crisis (Estados Unidos de América, Australia, Irlanda, Chile) y donde se han adoptado medidas muy radicales y concretas, son, de alguna manera, la huella a seguir para otras: líneas guías, procedimientos, protocolos, acuerdos con autoridades civiles, etc. son una parte del camino a seguir, pero no suficientes, porque los males espirituales deben ser combatidos con armas de la misma índole.
¿Qué destacaría del discurso del Papa Francisco?
El discurso de cierre del Papa ha sido fuerte y valiente, sin ahorrarse palabras, sin temores. Hizo públicamente algo que pocos se atreven. Ubicó el abuso sexual de menores en su contexto verdadero. “La primera verdad que emerge de los datos disponibles es que quien comete los abusos, o sea las violencias (físicas, sexuales o emotivas) son sobre todo los padres, los parientes, los maridos de las mujeres niñas, los entrenadores y los educadores. Además, según los datos de Unicef de 2017 referidos a 28 países del mundo, 9 de cada 10 muchachas, que han tenido relaciones sexuales forzadas, declaran haber sido víctimas de una persona conocida o cercana a la familia”.
Y luego ofreció datos oficiales de diversos organismos, sin dejar de recordar la pornografía con menores en la web, el turismo sexual, etc. Pero el Papa no se escudó ni le hizo el quite a lo que ha pasado en la Iglesia: “La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética. El consagrado, elegido por Dios para guiar las almas a la salvación, se deja subyugar por su fragilidad humana, o por su enfermedad, convirtiéndose en instrumento de satanás. En los abusos, nosotros vemos la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los niños. No hay explicaciones suficientes para estos abusos en contra de los niños”.
Utilizó las palabras “misterio del mal”.
En efecto. Textualmente, dijo: “Humildemente y con valor debemos reconocer que estamos delante del misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles porque son imagen de Jesús. Por eso ha crecido actualmente en la Iglesia la conciencia de que se debe no solo intentar limitar los gravísimos abusos con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia”.
Hablemos de las causas, y de las soluciones…
El Papa tampoco rehuyó buscar las causas, las verdaderas causas. “¿Cuál es, por tanto, el “significado” existencial de este fenómeno criminal? Teniendo en cuenta su amplitud y profundidad humana, hoy no puede ser otro que la manifestación del espíritu del mal. Si no tenemos presente esta dimensión estaremos lejos de la verdad y sin verdaderas soluciones […]. Detrás y dentro de esto está el espíritu del mal que en su orgullo y en su soberbia se siente el señor del mundo y piensa que ha vencido. Esto quisiera decíroslo con la autoridad de hermano y de padre, ciertamente pequeño y pecador, pero que es el pastor de la Iglesia que preside en la caridad: en estos casos dolorosos veo la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los pequeños. Y esto me lleva a pensar en el ejemplo de Herodes que, empujado por el miedo a perder su poder, ordenó masacrar a todos los niños de Belén. Detrás de esto está satanás”.
El Papa sabe bien que las soluciones en la Iglesia no son obra de la sociología, la psicología o la medicina, que lógicamente ayudan, pero no sanan completamente el mal. Y por eso va a ellas directamente. “Y de la misma manera que debemos tomar todas las medidas prácticas que nos ofrece el sentido común, las ciencias y la sociedad, no debemos perder de vista esta realidad y tomar las medidas espirituales que el mismo Señor nos enseña: humillación, acto de contrición, oración, penitencia. Esta es la única manera para vencer el espíritu del mal. Así lo venció Jesús”.
Es el camino de la centralidad de Cristo, tantas veces reiterado por el Papa en sus cartas al pueblo de Dios en este tiempo. Si no se va por ahí, no se va a ninguna parte. Se habla, se escribe, pero sólo Dios convierte, cuando encuentra un corazón abierto.
El Papa pidió alejarse de las ideologías.
Francisco ve también peligros en las actitudes a adoptar para el combate del mal, que pueden sintetizarse en “estar por encima de todas las polémicas ideológicas y las políticas periodísticas que a menudo instrumentalizan, por intereses varios, los mismos dramas vividos por los pequeños”. En esta línea, solicitó seguir el camino de la colaboración: “Ha llegado la hora de colaborar juntos para erradicar dicha brutalidad del cuerpo de nuestra humanidad, adoptando todas las medidas necesarias ya en vigor a nivel internacional y a nivel eclesial. Ha llegado la hora de encontrar el justo equilibrio entre todos los valores en juego y de dar directrices uniformes para la Iglesia, evitando los dos extremos de un justicialismo, provocado por el sentido de culpa por los errores pasados y de la presión del mundo mediático, y de una autodefensa que no afronta las causas y las consecuencias de estos graves delitos”.
¿Cuáles serían, a su juicio, las prioridades que ha señalado el Papa?
Plenamente consciente de su responsabilidad, el Papa diseña y propone un camino para toda la Iglesia, saliendo de nuevo al paso de los que dicen y escriben que se habla pero no se hace nada. Son como prioridades en las que debemos fundar normas, procedimientos y conductas comunes: 1. La protección de los menores: 2. Seriedad impecable en los procedimientos. 3. Una verdadera purificación. 4. La formación. 5. Reforzar y verificar las directrices de las Conferencias Episcopales. 6. Acompañar a las personas abusadas. 7. El mundo digital. 8. El turismo sexual.
Cada una de estas medidas está seguida de una explicación que precisa su contenido, por lo que conviene ver el texto completo del Papa sobre los temas propuestos. Al día siguiente del término del encuentro, comenzaron a adoptarse las resoluciones necesarias para ponerlas en práctica. Vuelven una y otra vez a hacerse reales las palabras de san Ambrosio en los primeros tiempos de la Iglesia: “Es cosa normal que, en medio de este mundo tan agitado la Iglesia del Señor, edificada sobre la piedra de los Apóstoles, permanezca estable y se mantenga firme sobre esta base inquebrantable contra los furiosos asaltos de la mar (cfr. Mt 16, 18). Está rodeada por las olas, pero no se bambolea, y aunque los elementos de este mundo retumban con un inmenso clamor, ella, sin embargo, ofrece a los que se fatigan la gran seguridad de un puerto de salvación”.
Entrevista de Rafael Miner
Fuente: revistapalabra.es.
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