Durante la catequesis semanal el Santo Padre reflexionó sobre la segunda parte del Padrenuestro, en la que “presentamos a Dios nuestras necesidades”
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy pasamos a considerar la segunda parte del Padrenuestro, en la que presentamos a Dios nuestras necesidades. La primera es la del pan, que significa lo necesario para la vida: alimento, agua, casa, medicinas, trabajo. Es una súplica que surge de la misma existencia humana, con sus problemas concretos y cotidianos, que pone en evidencia lo que a veces olvidamos: que no somos autosuficientes, sino que dependemos de la bondad de Dios.
Los Evangelios nos muestran que para mucha gente el encuentro con Jesús se da, precisamente, a través de una súplica, de una necesidad: desde la más elemental, la del pan, hasta otras no menos importantes, como la liberación y la salvación.
En la invocación: «Danos hoy nuestro pan de cada día», Jesús nos enseña a pedir al Padre el pan cotidiano, unidos a tantos hombres y mujeres, para quienes esta oración es un grito doloroso que acompaña el ansia de cada día, porque se carece de lo necesario para vivir. Por eso Jesús nos invita a suplicar “nuestro” pan, sin egoísmos, en fraternidad. Porque si no lo rezamos de esta manera, el Padrenuestro deja de ser una oración cristiana. Si decimos que Dios es nuestro Padre, estamos llamados a presentarnos ante Él como hermanos, unidos en solidaridad y dispuestos a compartir el pan con los demás; en definitiva, a sentir en “mi hambre” también el hambre de muchos que hoy en día carecen aún de lo necesario.
Pasamos hoy a analizar la segunda parte del “Padrenuestro”, aquella en que presentamos a Dios nuestras necesidades. Esta segunda parte comienza con una palabra que huele a cosa cotidiana: el pan.
La oración de Jesús parte de una pregunta apremiante, que se parece mucho a la súplica de un mendigo: “¡Danos el pan de cada día!”. Esta oración surge de una evidencia que a menudo olvidamos, y es que no somos criaturas autosuficientes y que todos los días necesitamos alimentarnos.
Las Escrituras nos muestran que para mucha gente el encuentro con Jesús se realizó a partir de una pregunta. Jesús no pide invocaciones refinadas, es más, toda la existencia humana, con sus problemas más concretos y cotidianos, puede convertirse en oración. En los Evangelios encontramos una multitud de mendigos que suplican liberación y salvación. Uno pide pan, otro la curación; algunos la purificación, otros la vista; o que una persona querida pueda revivir... Jesús nunca pasa indiferente junto a esas peticiones y dolores.
Así pues, Jesús nos enseña a pedir al Padre el pan de cada día. Y nos enseña a hacerlo unidos a tantos hombres y mujeres para los que esa oración es un grito −que a menudo se queda dentro− que acompaña el afán de cada día. ¡Cuántas madres y padres, todavía hoy, van a dormir con el tormento de no tener mañana pan suficiente para sus hijos! Imaginemos esa oración rezada no desde la seguridad de un cómodo apartamento, sino en la precariedad de un cuarto en el que apañarse, donde falta lo necesario para vivir. Las palabras de Jesús asumen una fuerza nueva. La oración cristiana comienza por ese nivel. No es un ejercicio para ascetas; parte de la realidad, del corazón y de la carne de personas que viven en la necesidad, o que comparten la condición de quien no tiene lo necesario para vivir. Ni siquiera los más altos místicos cristianos pueden prescindir de la sencillez de esta petición. “Padre, haz que para nosotros y para todos, hoy haya el pan necesario”. Y quien dice pan, dice agua, medicinas, casa, trabajo… Pedir lo necesario para vivir.
El pan que el cristiano pide en la oración no es el “mío” sino “nuestro” pan. Así lo quiere Jesús. Nos enseña a pedirlo no solo para uno mismo, sino para toda la fraternidad del mundo. Si no se reza de ese modo, el “Padrenuestro” deja de ser una oración cristiana. Si Dios es nuestro Padre, ¿cómo podemos presentarnos a Él sin tomarnos de la mano? Todos. Y si el pan que Él nos da nos lo robamos entre nosotros, ¿cómo podemos llamarnos sus hijos? Esta oración contiene una actitud de empatía, una actitud de solidaridad. En mi hambre siento el hambre de las multitudes, y entonces rezaré a Dios hasta que su petición sea escuchada. Así Jesús educa a su comunidad, a su Iglesia, a llevar a Dios las necesidades de todos: “Todos somos tus hijos, Padre, ¡ten piedad de nosotros!”. Y ahora nos vendrá bien detenernos un poco y pensar en los niños hambrientos. Pensemos en los niños que están en países en guerra: los niños hambrientos de Yemen, los niños hambrientos de Siria, los niños hambrientos de tantos países donde no hay pan, en Sudán del Sur. Pensemos en esos niños y, pensando en ellos, digamos juntos, en voz alta, la oración: “Padre, danos hoy nuestro pan de cada día”. Todos juntos.
El pan que pedimos al Señor en la oración es el mismo que un día nos acusará. Nos reprochará la poca costumbre de partirlo con quien está cerca, la poca costumbre de compartirlo. Era un pan regalado para la humanidad, pero fue comido solo por algunos: el amor no puede soportar eso. Nuestro amor no puede soportarlo; y tampoco el amor de Dios puede soportar ese egoísmo de no compartir el pan.
Una vez había una gran muchedumbre delante de Jesús; era gente que tenía hambre. Jesús preguntó si alguien tenía algo, y se encontró solo a un niño dispuesto a compartir sus provisiones: cinco panes y dos peces. Jesús multiplicó aquel gesto generoso (cfr. Jn 6,9). Ese niño había aprendido la lección del “Padrenuestro”: que el alimento no es propiedad privada −metámonos esto en la cabeza: la comida no es propiedad privada−, sino providencia para compartir, con la gracia de Dios.
El verdadero milagro obrado por Jesús aquel día no fue tanto la multiplicación −que lo es−, sino el compartir: dad lo que tenéis y yo haré el milagro. Él mismo, multiplicando aquel pan ofrecido, anticipó la ofrenda de sí en el pan eucarístico. Pues solo la Eucaristía es capaz de saciar el hambre de infinito y el deseo de Dios que anima a cada hombre, también en la búsqueda del pan de cada día.
Me alegra saludar a los peregrinos de Francia y de otros países francófonos. Saludo en concreto a los sacerdotes de la diócesis de Cambrai, con su obispo Mons. Dollmann, a los miembros de la Facultad de Derecho Canónico de Paris, a los peregrinos de Angers, y a los numerosos jóvenes de Paris, Rueil-Malmaison, Dreux, Aix-en-Provence y de otros lugares. Que la oración del “Padrenuestro” nos ayude a pedir el pan de cada día para todos, para que en la búsqueda del pan diario, podamos manifestar que solo la Eucaristía es capaz de saciar el hambre de infinito y el deseo de Dios, presentes en todo hombre. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Irlanda, Dinamarca, Japón y Estados Unidos de América. A todos deseo que el camino cuaresmal nos lleve a la Pascua con corazones purificados y renovados por la gracia del Espíritu Santo. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz en Cristo nuestro Redentor.
Saludo de corazón a los hermanos y hermanas de lengua alemana. Todos somos hijos del Padre Eterno, que nos ve y provee. Este hecho crea una comunión entre nosotros y un compartir los dones del Padre; estamos, pues, invitados a dar a los que lo necesitan y están en dificultad. Deseo a todos una buena estancia en Roma y una buena cuaresma.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor que no nos haga faltar nuestro pan cotidiano, y nos ayude a comprender que este no es una propiedad privada sino, ayudados por su gracia, es providencia para compartir y oportunidad para salir al encuentro de los demás, especialmente de los pobres y necesitados. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los participantes en el Congreso promovido por el Instituto Silvio Meira, a los alumnos y profesores del Instituto Nun’Álvares y a los fieles de Cascavel y Hamilton en Canadá, animando a todos a ser testigos del amor que Jesús nos ha demostrado con su sacrificio en la Cruz. Que sea la cruz la señal de una vida de entrega alegre al prójimo. Con mucho gusto os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en concreto a los provenientes de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, en su sencillez y carácter, el “Padrenuestro” enseña a quien lo reza a no multiplicar palabras vanas, porque −como Jesús mismo dice− «bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis», por eso el primer paso de la oración es la entrega de nosotros mismos a Dios, y nuestras peticiones expresan la confianza en el Padre; y es precisamente esa confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin vergüenza alguna. El Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Mañana, en los Jardines Vaticanos, se plantará un roble de los bosques polacos, como signo de los lazos vivos y fuertes entre la Santa Sede y Polonia que hace cien años recuperó su independencia. Precisamente el 30 de marzo de 1919 la Santa Sede reconoció la libre República Polaca, restableciendo luego las relaciones diplomáticas con ella. Ese árbol es también un símbolo del compromiso de Polonia a favor de la salvaguarda del ambiente natural. Agradeciendo a Dios el don de la libertad, recemos para que sea siempre usada para el crecimiento espiritual, cultural y social de vuestro Pueblo, y para el desarrollo integral de cada persona. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los peregrinos de las diócesis de Palermo y de Piazza Armerina, con sus obispos Mons. Corrado Lorefice y Mons. Rosario Gisana; y a los grupos parroquiales, en particular al de Chiusi Stazione, acompañado por su obispo Mons. Stefano Manetti. Saludo al Movimiento unido Dependientes 118 Sicilia; a la Asociación Libres y fuertes de Pontinia y a los Institutos de enseñanza media, particularmente a los de Ladispoli, de Fasano, de Corropoli y de Nápoles.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. La visita a las Tumbas de los Apóstoles sea para todos ocasión para crecer en el amor de Dios y para dejarnos transformar por la gracia divina, que es más fuerte que cualquier pecado.
Como cada año, el viernes y sábado próximos, nos encontraremos para la tradicional iniciativa: «24 horas para el Señor». El viernes, a las 17:00, en la Basílica Vaticana, celebraré la Liturgia Penitencial. Qué significativo sería que también nuestras iglesias, en esta particular ocasión, estuviesen abiertas mucho tiempo, para pedir la misericordia de Dios y acogerla en el Sacramento del Perdón.
* * *
Queridos hermanos y hermanas, hoy tenemos la alegría de tener con nosotros a una persona que deseo presentaros. Es Sor Maria Concetta Esu, de la Congregación de las Hijas de San José de Genoni. ¿Y por qué hago esto? Sor Maria Concetta tiene 85 años, y desde casi 60 es misionera en África, donde realiza su servicio de obstetra. Un aplauso. La conocí en Bangui, cuando fui a abrir el Jubileo de la Misericordia. Allí ella me contó que en su vida ha ayudado a nacer a miles de niños. ¡Qué maravilla! También aquel día venía del Congo en Canoa −con 85 años− a hacer la compra en Bangui. En estos días ha venido a Roma para un encuentro con sus hermanas, y hoy ha venido a la Audiencia con su Superiora. Entonces he pensado aprovechar esta ocasión para darle un signo de reconocimiento y decirle un gran gracias por su ejemplo. Querida Hermana, en nombre mío y de la Iglesia, te ofrezco una condecoración. Es una señal de nuestro cariño y de nuestro “gracias” por todo el trabajo que has hecho en medio de las hermanas y hermanos africanos, al servicio de la vida, de los niños, de las madres y de las familias. Con este gesto dedicado a ti, pretendo también expresar mi reconocimiento a todos los misioneros y misioneras, sacerdotes, religiosos y laicos, que esparcen la semilla del Reino de Dios en todas partes del mundo. Vuestra labor, queridos misioneros y misioneras, es grande. Vosotros “quemáis” la vida sembrando la palabra de Dios con vuestro ejemplo… Y en este mundo no sois noticia. No sois noticia en los periódicos. El cardenal Hummes, que es el encargado del Episcopado brasileño, de toda la Amazonia, va a menudo a visitar las ciudades y aldeas del Amazonas. Y cada vez que llega allá −me lo ha contado él mismo− va al cementerio y visita las tumbas de los misioneros; tantos muertos jóvenes por las enfermedades contra las que no tienen anticuerpos. Y él me dijo: “Todos estos merecen ser canonizados”, porque han “quemado” la vida en el servicio. Queridos hermanos y hermanas, Sor Maria Concetta, después de este compromiso, en estos días volverá a África. Acompañémosla con la oración. Y que su ejemplo nos ayude a todos a vivir el Evangelio allí donde estemos. ¡Gracias, Hermana! Que el Señor te bendiga y la Virgen te proteja.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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