El Santo Padre se encontró ayer con los estudiantes del Instituto Barbarigo de Padua y respondió a las preguntas de tres jóvenes. En un diálogo abierto, invitó a todos a no ceder a compromisos y mediocridades, sino a ponerse al servicio de los demás, con pasión y valor
Tras las palabras del Obispo de Padua y la lectura de la Bendición Papal por el Centenario del Instituto Episcopal “Barbarigo” de la Diócesis de Padua, tres alumnos han planteado al Papa sus preguntas. El Santo Padre ha contestado de manera informal, sin discursos preparados. Recogemos la traducción de la transcripción completa del encuentro.
Sofía: Querido Papa Francisco, soy Sofía y estudio 2º de la ESO[1]. En estos meses he tenido que tomar una decisión importante, que era elegir por qué Bachillerato decidirme. Ha sido una decisión complicada, quizá la primera de mi vida. Admito que he tenido un poco de miedo, aunque he estado acompañada por mis padres y profesores, que me han animado a buscar qué es lo importante para mí, cuál es mi sueño. A veces, para nosotros jóvenes, no es fácil encontrar adultos que sean puntos de referencia y, sin embargo, nos hacen mucha falta. ¿Nos podría ayudar a entender cómo se pueden realizar buenas decisiones, de las que nos podamos fiar de verdad? Gracias.
Gracias por la pregunta. Quería deciros que yo ya sabía las preguntas, las tenía, y cuando vais hablando yo tomo nota de algo, pero también había hecho un borrador de cómo se podrían responder, aunque no siempre lo seguiré… El punto de referencia más importante para las decisiones que debemos tomar lo encontrarás en ti misma, tienes esa referencia en tu conciencia. Y luego, ver cómo se expresa tu personalidad, tu conciencia, sobre todo en el entusiasmo juvenil. ¡Para mí es muy importante! Nunca podréis tomar una buena elección sin ese espíritu de entusiasmo, mirando con alegría el futuro. Porque si tomase esa decisión como diciendo: “sí, bueno, tengo que elegir, no sé qué hacer…”, así de aburrido, es mejor que me vaya a dormir y luego me lo piense. El entusiasmo, tener la esperanza, incluso el riesgo, saber arriesgarse en la vida… “¿Y si me equivoco?”. ¡Es un riesgo! Pero esa es la belleza de la vida. Un riesgo proporcionado, diría, pero un riesgo. ¡Quien no sabe arriesgarse bien en la vida, difícilmente llegará! Es un paso arriesgado, pero siempre mirando al horizonte, tú misma.
La juventud, para vosotros, no es pasividad. Muchas veces he hablado −me repito siempre porque los jóvenes son siempre iguales− de “los jóvenes del sofá”, esos que son pasivos, y se quedan sentados mirando cómo pasa la historia. ¡Pero es la historia la que debe ver cómo pasas tú! Qué feo encontrar un “joven pensionista”, es feo, ¡y los hay! ¡Eso es el fin de la juventud! Envejecer a los 22, 23 o 24 años: ¡estás jubilado! La juventud, digo, no es pasividad, sino un esfuerzo tenaz para alcanzar metas importantes −el joven debe mirar a la meta, adelante−, aunque cueste. En la juventud se aprende que, en la vida, nada es gratis. Te tienes que ganar las metas, llegar a las metas. Solamente es gratuito el amor de Dios, la gracia de Dios: eso es gratis, porque Él nos querrá siempre, siempre. Pero para ir adelante hace falta esfuerzo, el esfuerzo de cada día. Muchas veces tendremos que cerrar los ojos a las dificultades y rechazar los compromisos que te llevarían a la mediocridad −esta palabra metérosla bien en el corazón: mediocridad−. He mencionado antes a un joven pasivo, un joven que acabará en un fracaso, un joven mediocre acabará siendo tibio, en la tibieza, acabará ni caliente ni frío: tibio, sin gusto por nada, sin haber luchado. O sea, en primer lugar, la seguridad la encontrarás en ti misma, no en la pasividad, en el ansia de seguir adelante, en la alegría de salir adelante, con el esfuerzo de avanzar.
Luego, hay una cosa en la juventud, y es que los jóvenes son capaces de lanzarse, de soñar a lo grande. Y nosotros esperamos eso, lo esperamos. Para no aislaros y ayudar, tenéis el diálogo con vuestros capellanes, con vuestros sacerdotes, con vuestros padres, con vuestros hermanos, con vuestros amigos. ¡Dialogar! No hablar solo conmigo mismo −eso hay que hacerlo un poco para pensar en el corazón−, sino dialogar con los demás, porque la vida es un continuo diálogo, y eso es lo que hace la sociedad, porque tú no estás sola en la vida: estás en una comunidad, una comunidad indigente que sale adelante, una comunidad de una ciudad, de una familia, también de una nación… El sentido comunitario del salir adelante, de recorrer un camino… ¡El sentido comunitario de los riesgos! Eso es muy importante. Hay un proverbio creo que africano, pero no estoy seguro, que dice: “si quieres ir deprisa, camina solo; si quieres llegar seguro, camina en comunidad, camina con los demás”. Es muy importante, a la hora de decidir, en los momentos difíciles de tomar decisiones, tener amigos de la comunidad para hablar con ellos y no ir solo.
Y finalmente, un papel central en lo que tú has preguntado (el Papa lee en voz alta la pregunta) lo tienen los padres. Porque los padres, cuando hay diálogo en la familia, os darán también una experiencia de vida. Y me permito una cosa más: ¡más que los padres, los abuelos! Tenéis que hablar con los abuelos, es importante. ¿Por qué? Porque los abuelos son las raíces. Si no vas a tus raíces, serás una joven desarraigada. Y cuando no hay raíces, no hay crecimiento, no hay flores, no hay frutos. Crecer, pero arraigados. Y serán los abuelos los que te ayudarán, los ancianos. Preguntad a ellos. “Pero, Padre, son muy aburridos los ancianos…”. Quizá al principio, pero empieza a hablar con ellos y verás que no son aburridos, porque tocarán en ti cosas que te darán esperanza, gusto y también seguridad. No es para volver al pasado, no. Es para estar seguro de tener raíces, de no estar desarraigado, de no ser demasiado “gaseosos, líquidos”. ¡Los jóvenes gaseosos o líquidos no tienen raíces, pero tampoco tienen futuro! Hablar con los amigos, hablar con los formadores, con los profesores y capellanes del colegio, hablar con los padres y, sobre todo, y esto lo subrayo, hablar con los viejos que tienen la sabiduría de la vida. No sé si te sirve esto… ¿Sí? ¡Gracias!
Aldo: Santo Padre, el “Barbarigo” es un colegio donde no solo se estudia sino que, a menudo también se afrontan las grandes preguntas de la vida. No faltan ocasiones en las que los profesores nos hacen cuestionarnos sobre la verdad, la justicia, la belleza. Propuestas que nos permiten experimentar la alegría de ponernos al servicio de los demás, como el almuerzo con las personas necesitadas de nuestra ciudad, que damos el tercer domingo de Adviento, junto a Caritas y a la Comunidad de San Egidio. Vivimos momentos en los que, junto a los animadores espirituales o los profesores de religión, cogemos el Evangelio y nos dejamos provocar por las enseñanzas de Jesús. Pero, sobre todo a nuestra edad, es difícil pasar de la escucha a considerar que Jesús es una persona con la que podemos relacionarnos. Y mucho más, admitir que no solo fue un gran hombre, un gran maestro, sino Dios que se ha hecho presente en la historia de cada uno de nosotros. Cuando Usted, Santo Padre, tenía nuestra edad, ¿encontró las mismas dificultades a nivel de la fe? Y en ese caso, ¿cómo las superó, quién le ayudó a buscar las respuestas?
Gracias Aldo. Es importante lo que tú dices del Colegio Barbarigo, “donde no solo se estudia sino que, a menudo también se afrontan las grandes preguntas de la vida”. Porque hemos heredado de la época de la Ilustración un concepto de educación que era, más o menos, llenar la cabeza de ideas, y nada más. Y eso no es educación. Educación es enfrentarse con los problemas de la vida, y también tener ideas en la cabeza, estudiar las cosas teóricas, pero confrontarse siempre. Una palabra importante para los verdaderos problemas de la vida: confrontarse no solo con los problemas, sino también con las bellezas de la vida, con el arte, con las cosas buenas que pasan en la vida…, eso es muy importante.
Es una gran oportunidad estar en un colegio donde se confrontan las preguntas sobre el sentido de la vida, intentando afrontar la “cultura de la vida”. Porque en este momento, en la humanidad, donde hay tantas guerras, estamos viviendo una “cultura de la muerte”, o una “cultura del silencio”, que es ignorar las cosas que pasan, ¡y eso es muerte, no es vida! O una “cultura de la indiferencia”: “no me importa lo que pase allí, me da lo mismo. Yo tengo mis cosas, mis oportunidades, mis bolsillos, y nada más”. Contra esa cultura de la muerte, del silencio cómplice, y la cultura del descarte, debéis asumir siempre los problemas de la vida real, como ese servicio que hacéis en Adviento, que es acercarte a un problema real, que no es teórico, porque esa gente tiene hambre, y tú no tienes hambre. Y eso te lleva a pensar: ¿qué debo hacer para que yo, que no tengo hambre y tengo esta oportunidad de crecer, pueda hacer en el futuro o ahora por la gente que tiene hambre, por la gente que sufre, o por la gente que está en la guerra? Piensa en las estadísticas que nos dicen cuántos niños al año, en las zonas de guerra, mueren de hambre. Los de lejos que están en la guerra… ¡sería una buena tarea para hacer en casa! ¡Os reto a hacerlo! Buscad en las estadísticas cuántos niños mueren al año, solo en las zonas de guerra, por el hambre. Y también de sed, porque no tienen ni agua. Y eso te hace pensar y te lleva a estudiar con otra actitud, con una apertura del corazón distinta al interés puramente intelectual. El intelecto es válido, es necesario, pero solo es uno de los lenguajes que debéis tener.
En la educación hay tres lenguajes −esto lo he dicho tantas veces, que quizá lo hayáis oído−: el lenguaje de la cabeza, es decir, el lenguaje de las ideas, del intelecto, de pensar…; el lenguaje del corazón, aprender a sentir bien −aunque vayas a la gente que pasa necesidad, si tu corazón no sabe sentir bien, dirás: “sí, es gente pobre, un tanto por ciento de la sociedad, etc.”, ¡tu corazón se queda quieto!: ¡usad el lenguaje del corazón!−; y tercero, el lenguaje de las manos, hacer. ¡Pensar, sentir y hacer! Eso es enfrentarse a la vida, y eso nos hace crecer hasta tal punto que “pienses lo que sientes y lo que haces; sientas lo que piensas y lo que haces; hagas lo que piensas y lo que sientes”: una armonía de los tres leguajes, y educar es hacer crecer esta tres dimensiones de la vida, pero en armonía.
Ahí, muchas veces, cuando vayas con estos tres lenguajes a la realidad, volverás a casa no con una respuesta, sino con una pregunta. Un joven debe tener la capacidad de interrogarse, de plantearse las preguntas que le surgen cuando mira la realidad; no solo cuando estudia un teorema matemático, por ejemplo −“¿cómo se puede resolver esto?”−, sino con la realidad. Si no vuelves a casa con una nueva pregunta para ti mismo, algo te falta. ¡Capacidad de interrogarse! Es muy importante. Y vosotros tenéis la suerte de esas experiencias que tenéis, que son también las experiencias del Evangelio, y eso te ayudará a crecer.
Tú me preguntabas cómo viví a vuestra edad. Cuando terminé la primera parte de la educación, es decir, al final de los 12 años −en Argentina se hacen 7 años seguidos, y se llama la Escuela Primaria−, estaba contento por empezar a estudiar la Escuela Técnica, para ser químico. Y en aquellas vacaciones mi padre me dijo: “Mira, hay una cosa que tienes que aprender: aprender a trabajar”. Y yo, al cumplir los 13 años empecé a trabajar durante las vacaciones, y eso me hizo tanto bien. ¿Qué hacía? Limpiaba en una fábrica de un amigo de mi padre, limpiaba las oficinas y otras cosas. Las vacaciones eran de tres meses: dos meses y medio de trabajo, y medio mes de vacaciones de verdad. El trabajo concreto a mí me hizo mucho bien, me abrió los ojos. Luego hice el primero, segundo y tercer año de la escuela técnica a doble turno: por las mañanas las prácticas y por las tardes lo teórico, o al revés. ¡Exigente! Pero desde el cuarto, quinto y sexto año, hasta los 19 años, las prácticas no se hacían en la Escuela; cada uno tenía que ir a trabajar en un laboratorio, en una fábrica, en la oficina química de una fábrica… A mí me enviaron a trabajar a un laboratorio y tenía que entrar a las 7 de la mañana hasta la una, y luego a correr para llegar a las dos al Colegio para las clases teóricas, que terminaban a las 6 o 7, dependiendo del día. Eso me ayudó, el esfuerzo de levantarme temprano para tomar el autobús y llegar a trabajar. Eso ayuda. A mí me ayudó, y así lo viví. Luego tenía mis amigos, la parroquia, e íbamos al hospital a ver enfermos o a otras cosas de ese estilo. No sé, esto es lo que se me ocurre decirte de cómo viví yo eso: con trabajo, con exigencia… Y luego, los fines de semana con los amigos y amigas hacíamos fiesta, íbamos a bailar… −en aquel tiempo no existía la “movida”; esa vino después; en aquel tiempo no había−, pero sí, íbamos al baile, hacíamos fiestas… No sé si he respondido: mi experiencia fue así. ¿De acuerdo? ¡El trabajo es importante!
Giovanni: Al llegar al último año del instituto siento que debo tomar decisiones importantes para mi futuro. Mi escuela me ha ayudado a entender que es a través del esfuerzo de cada día como construyo lo que soy y lo que seré. En estos años he sido educado a abrir mente y corazón, a no tener miedo de gastarme por los demás. Sin embargo, ante la elección, a veces me siento solo y perdido, porque en el contexto actual no se tienen certezas y nuestro mañana parece aleatorio. Santo Padre, ¿qué le podría aconsejar a un joven que querría, con responsabilidad y pasión, prepararse para afrontar el mañana? ¿Cómo puedo saber lo que Dios sueña para mí?
Gracias, Giovanni. Lo primero que te aconsejo para saber qué quiere Dios de ti es rezar. Rezar. Pero rezar no como los papagayos −bla, bla, bla, bla−, no, rezar con el corazón, rezar delante del Señor, dialogar con el Señor y decirle: “Señor, hazme saber qué tengo que hacer…”. La oración que sale del corazón, la verdadera oración es lo más importante antes de tomar decisiones.
Y a vosotros jóvenes Dios os confía una tarea decisiva para afrontar los desafíos de nuestro tiempo, porque vosotros estáis preparando el futuro. Son ciertamente desafíos materiales pero mucho antes se refieren a la visión del hombre. “¿Qué quieres ser en el futuro? −Pues me gustaría ser ingeniero aeronáutico. −¿Y por qué? −Porque me gusta la aeronáutica… −Ah, qué bien… −Y como no son muchos los ingenieros aeronáuticos, así tendré un puesto seguro para ganar mucho dinero y…”. ¡Ese razonamiento está enfermo desde el principio: eso no va! Me gustaría ser ingeniero aeronáutico, pero no para llenarme los bolsillo de dinero, sino para servir mejor a los demás. No os olvidéis que vuestro trabajo futuro tendrá que ser un servicio a la sociedad, servicio no solo con las cosas que hacéis sino también con el ejemplo… Todos os casaréis: el ejemplo en la familia. Todos tendréis trabajo: el ejemplo en el trabajo, el ejemplo en la sociedad. No es solo hacer un trabajo separándome de… ¡No! ¡Darlo todo ahí! Ese dicho italiano que me gusta tanto: ce la metto tutta![2], quiere significar −en Argentina se dice de otro modo: ¡echar toda la carne en el asador!− darse del todo, echar la carne, toda la carne en el asador. Es un modo de decir que no puedo dividirme en dos o tres o tomar decisiones de laboratorio. Así que, lo primero, rezar. Segundo, no tomar decisiones de laboratorio. Las decisiones se hacen con el lenguaje de la cabeza, del corazón y de las manos, de lo que he hablado. Esto es muy importante.
Luego me dices que “a veces me siento solo”: ¡no os hagáis ilusiones! Ante una decisión siempre hay un momento, un espacio de soledad. No se pueden tomar decisiones de la vida en nombre de otro: ¡ahí tienes que aprender solo! ¡La soledad en el momento de la decisión más grande! También tú te casarás: al momento de elegir a tu futura esposa hay un momento de soledad, darte cuenta de que tengo que seguir adelante así. ¿Soy capaz? ¡Solo tú y Dios! ¡No tengas miedo de esos momentos de soledad! Algunos se asuntan y buscan consejos, hacen muchos test para ver… Pero te falta el momento de soledad. “Ya, pero eso es feo, me hace sentir mal…”. ¡Siéntete mal! Y así tendrás la certeza de que habrás elegido bien.
Y luego (el Papa lee en voz alta la pregunta), la última ya te la he respondido: rezando. Yo aconsejaría a un joven así que no pierda la pasión. Los jóvenes deben ser inquietos, no de sofá, en camino, siempre buscando más, con la memoria de las raíces pero mirando al horizonte, y apasionados. ¡Es feo encontrar jóvenes marchitos! Los jóvenes marchitos son los que ponen su alegría en las cosas superficiales de la vida y no van a fondo, a las grandes preguntas… ¡Apasionados! ¡La vida se juega con pasión! Seguro que tú haces deporte −sí, no; más o menos. ¿Fútbol? No juegas a fútbol, bueno−, pues al menos cuando ves un equipo de fútbol, ¿qué hacen los jugadores? ¡Juegan con pasión porque quieren ganar! Pues la pasión también en la vida juvenil es importante. Una vida juvenil sin pasión es como la pasta blanca sin sal. ¿Os gusta? ¡No! ¡Adelante, apasionados! Os agradezco estas preguntas porque cuando las escucho de los jóvenes yo también me apasiono un poco y me vienen ganas de dar fuego… ¡También vosotros me hacéis bien a mí con ese fuego que lleváis en el corazón! Seguid adelante, siempre unidos, nunca solos. ¡Siempre unidos! Los romanos, los antiguos romanos que vivían en esta tierra decían: “¡Ay del que está solo!”, del hombre o la mujer que va solo o sola. Siempre con la familia, con los amigos, con la escuela, con la comunidad, siempre en compañía, con pasión, arriesgándose, rezando −la oración en el riesgo ayuda mucho−. ¡No os jubiléis antes de tiempo! ¡Siempre adelante! Gracias, chicos y chicas, por esta visita. ¡Y adelante! ¡Ánimo!
Ahora os invito a rezar juntos a la Virgen para que nos acompañe a todos en este camino de la vida: Dios te salve, María…
Os bendiga Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Fuente: vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
[1] Los grados de estudio los he “traducido” a la enseñanza en España (ndt).
[2] “Ce la metto tutta”: se podría traducir por “hago todo lo que puedo” (literalmente: lo pongo todo) (ndt).
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