Esta tarde, VIII Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre acudió en visita pastoral a la Parroquia de San Crispín de Viterbo, en el Sector Norte de la diócesis de Roma
En el salón parroquial, el Papa se reunió con los niños de la catequesis de preparación de la Comunión y de la Confirmación, y otros grupos de jóvenes. Los niños más pequeños han recibido al Santo Padre con un canto y la lectura de una carta, mientras que los más mayores le han hecho algunas preguntas. Luego, en una sala contigua, el Santo Padre se reunió con los padres de los niños que han recibido o que van a recibir el Bautismo. Posteriormente, el Papa encontró a un grupo de indigentes, asistidos por Caritas parroquial y la Comunidad de San Egidio, con los voluntarios. Después encontró a los enfermos y discapacitados, saludó a los sacerdotes de la comunidad y confesó a 5 parroquianos de diversas edades. Hacia las cinco y media el Papa presidió la celebración de la Santa Misa. Tras el Evangelio, el Papa improvisó la homilía. Al término de la Misa, y antes de la Bendición final, el párroco dirigió un breve saludo al Papa, agradeciendo la visita y regalándole un cuadro dedicado al tema de la inmigración. El Santo Padre le regaló un cáliz. Antes de dejar la parroquia, el Papa saludó a los numerosos fieles que esperaban fuera de la iglesia. Recogemos las palabras del encuentro con padres y la homilía.
Encuentro con los padres de los niños bautizados o lo serán en breve
Párroco:Santo Padre, ha conocido algunas de las parejas de nuestra parroquia, jóvenes parejas que han preparado a sus hijos para el Bautismo, y a otros que aún deben recibirlo. Están absolutamente llenos de alegría y en su nombre le digo que cuando supieron que podían ser recibidos por el Papa se pusieron muy felices de recibir esta bendición. Le cedo la palabra.
Gracias por haber venido y por traer a los niños. El Bautismo de un niño es el primer paso de toda la vida cristiana. Comienza a desarrollarse: Dios entra en el corazón de los niños; es como un sello que nunca se borrará, es el Señor, su presencia. Y vosotros comenzáis ese camino, que no es fácil, porque hay tantos problemas con los niños: hoy está enfermo, mañana es caprichoso, pasado mañana esto y aquello… Y acompañáis a los niños en el crecimiento: en el crecimiento físico, que esté sano; en el crecimiento humano, psicológico; y en el crecimiento espiritual. Es el primer paso. ¡Acompañadlos siempre! Cuando el niño tiene al lado a papá y a mamá, se siente seguro. Al lado, pero un poco a distancia, que se sientan libres, pero sabiendo que si pasa algo los tienen al alcance de la mano. Y ellos lo notan: saben cuándo papá y mamá están cerca. Eso les da seguridad. Y saben también que papá y mamá los dejan crecer un poco solos, viéndolos de lejos… Esa es la sabiduría que todos tenéis. Dejarlos crecer, que se sientan una persona, pero con la seguridad de estar protegidos. Y rezad por vuestros niños: encomendadlos al Señor, a la Virgen, para que los protejan. Y ellos rezarán por vosotros. Gracias, gracias por vuestra labor de padres. Gracias. Ahora os daré la bendición a vosotros y a vuestra vida de familia y a los niños [Bendición]. ¡Y rezad también por mí! Gracias.
Homilía del Papa
Hemos oído en el Evangelio cómo Jesús explica a la gente la sabiduría cristiana con parábolas. Por ejemplo, un ciego no puede guiar a otro ciego; o el discípulo no es más grande que el Maestro; y no hay un árbol bueno que produzca un fruto malo. Y así, con estas parábolas, enseña a la gente.
Yo quisiera detenerme solamente en una, que no he leído. Ahora la digo: «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano». Y con esto, el Señor quiere enseñarnos a no ir criticando a los demás, a no ir mirando los defectos ajenos: mira primero los tuyos, tus defectos. “Pero, Padre, ¡yo no tengo!” −Ah, ¡felicidades! Te aseguro que si no te das cuenta de tenerlos aquí, ¡los encontrarás en el Purgatorio! ¡Mejor verlos aquí! Todos tenemos defectos, todos. Pero estamos acostumbrados, un poco por inercia, un poco por la fuerza de gravedad del egoísmo, a mirar los defectos ajenos: somos especialistas, todos, en esto. Enseguida encontramos los defectos de los demás. Y lo hablamos. Porque hablar mal de los demás parece dulce, nos gusta. No, en esta parroquia quizá no sucede [ríen], pero en otras partes es muy común. Siempre pasa así: “Ah, ¿cómo está usted?” −“Bien, bien, con este tiempo, muy bien…” −“Pero, ¿ha visto aquel…?”. Y caemos en esto.
No sé si habéis oído estas cosas, pero es algo feo. Y no es nuevo: desde el tiempo de Jesús se hacía esto. Es algo que, con el pecado original que tenemos, nos lleva a condenar a los demás, a condenar. Y enseguida somos especialistas en encontrar las cosas feas de los demás, sin ver las nuestras. Y Jesús dice: “Condenas a ese por una tontería, y tú tienes tantas cosas más gordas, pero no las ves”. Y es verdad: nuestra maldad no es tanta, porque estamos acostumbrados a no ver nuestras limitaciones, a no ver nuestros defectos, pero somos especialistas en ver los defectos de los demás.
Y Jesús nos dice una palabra muy fea, muy fea: “Si vais por esa senda, sois hipócritas”. Es feo decir hipócrita: Jesús lo decía a los fariseos, a los doctores de la ley, que decían una cosa y hacían otra. Hipócrita quiere decir uno que tiene un doble pensamiento, un doble juicio: uno lo dice abiertamente, y otro a escondidas, con el que condena a los demás. Es tener un doble modo de pensar, un doble modo de hacerse ver. Se dejan ver como gente buena, perfecta, y por debajo condenan. Por eso Jesús huye de esa hipocresía y nos aconseja: “Es mejor que mires tus defectos; deja vivir en paz a los demás. No te metas en la vida ajena: mira los tuyos”.
Y eso no acaba ahí: el chismorreo no acaba en la habladuría; el chismorreo va más allá: siembra discordia, siembra enemistad, siembra el mal. Oíd esto, no exagero: ¡con la lengua empiezan las guerras! Tú, criticando a los demás, empiezas una guerra, das un paso hacia la guerra, una destrucción. Porque es lo mismo destruir al otro con la lengua que con una bomba atómica, es lo mismo. Tú destruyes. Y la lengua tiene el poder de destruir como una bomba atómica. Es potentísima. Y esto no lo digo yo, lo dice el apóstol Santiago en su Carta. Tomad la Biblia y miradlo. ¡Es potentísima! Es capaz de destruir. Y con los insultos, con la crítica a los demás comienzan tantas guerras: guerras domésticas −se empieza a gritar−, guerras en el barrio, en el lugar de trabajo, en el colegio, en la parroquia… Por eso Jesús dice: “Antes de criticar a los demás, toma un espejo y mírate; mira tus defectos y avergüénzate de tenerlos. Y así te quedarás mudo ante los defectos de los demás”. “No, Padre, es que tantas veces hay gente mala, que tiene muchos defectos…”. Bueno, pues sé valiente y díselo a la cara: “Tú eres malo, o eres mala, porque estás haciendo esto y esto”. Díselo a la cara, no a espaldas, no por detrás. Díselo a la cara. “Pero no quiere escucharme”. Entonces dilo a quien puede poner remedio a eso, a quien puede corregir, pero no lo digas murmurando, porque eso no resuelve nada; es más, hace empeorar las cosas y te lleva a la guerra.
Dentro de poco comenzaremos la Cuaresma: sería muy bueno que cada uno, en esta Cuaresma, pensase en esto. ¿Cómo me comporto con la gente? ¿Cómo es mi corazón ante la gente? ¿Soy hipócrita, que doy una sonrisa y luego, por detrás, critico y destruyo con la lengua? Y si al final de la Cuaresma hemos sido capaces de corregir un poco esto, y no ir siempre criticando a los demás por detrás, os aseguro que la Resurrección de Jesús se verá más bonita, más grande entre nosotros. “Eh, Padre, es muy difícil, porque me sale criticar a los demás” −puede decir alguno, porque es una costumbre que el diablo pone en nosotros. Es verdad, no es fácil. Pero hay dos medicinas que ayudan mucho. En primer lugar la oración. Si se te ocurre “despellejar” a otro, criticar a otro, reza por él, reza por ella, y pide al Señor que resuelva el problema, y a ti, que te cierre la boca. Primer remedio: la oración. Sin oración no podemos hacer nada. Y segundo, hay otra medicina, también práctica como la oración: cuando sientas ganas de criticar a alguien, muérdete la lengua. ¡Fuerte! Porque así se hinchará la lengua y no podrás hablar [ríen]. Es una medicina práctica, muy práctica.
Pensad en serio lo que dice Jesús: “¿Porque ves los defectos de los otros y no los tuyos, que son más grandes?”. Pensadlo bien. Pensad que esa fea costumbre es el inicio de tantas desuniones, de tantas guerras domésticas, guerras en el barrio, guerras en el lugar de trabajo, de tantas enemistades. Pensadlo. Y rezad al Señor, rezad para que nos dé la gracia de no criticar a los demás. Y todos los días conservad la dentadura ¡para que esté preparada como segunda medicina! ¡Que el Señor os bendiga!