Se ha recordado estos días el aniversario de la inauguración de Radio Vaticana, el 12 de febrero de 1931, con la transmisión del primer radio mensaje del papa Pío XI
En el acto estaba presente el Cardenal Pacelli, que utilizaría profusamente ese medio años después como papa Pío XII. La presentación corrió a cargo de Guillermo Marconi, Nobel de Física en 1909, figura cumbre en la historia de la comunicación inalámbrica, feliz de haber contribuido, como católico, a la fundación de la Radio, sintetizada en una breve frase: “Con la ayuda de Dios, quien coloca tantas fuerzas misteriosas de la naturaleza a la disposición del hombre, he sido capaz de preparar este instrumento el cual dará a los fieles de todo el mundo el gozo de escuchar la voz del Sagrado Padre”. Otro católico, Marshall McLuhan, le asociaría años después en su visión del futuro de la aldea global: la galaxia Marconi eclipsaría a la galaxia Gutenberg.
No pretendo lógicamente resumir en unas líneas la historia de la actitud cristiana ante la comunicación, acentuada desde la invención de la imprenta y el uso de los catecismos, que culmina quizá con la presencia del papa Benedicto en Twitter. Sólo recordar que en 1963 un concilio ecuménico, por vez primera en la historia, aprobó un documento dedicado exclusivamente a esta cuestión: el decreto Inter mirifica. A mi entender, fue un texto primerizo, por aquello de que avanzaba la asamblea ecuménica, y se alargaban estudios y discusiones, sin cuajar en textos aplicables al orbe católico. Por eso, quizá no deba ser interpretado literalmente, sino a la luz del desarrollo magisterial posterior, especialmente la constitución Gaudium et Spes. Pero un objetivo de futuro se cumplió veinte años después: “la exposición y explicación de la doctrina y de la disciplina católicas en esta materia deben enseñarse en el catecismo” (nº 16).
De hecho, entre las novedades del actual Catecismo de la Iglesia católica están los números 2493-99, dentro de la tercera parte, sobre “La vida en Cristo”, en el artículo dedicado al octavo mandamiento (por cierto, salvo mejor opinión, el precepto del decálogo menos conocido y aplicados por pastores y fieles, al menos en el mundo latino).
Antes que los medios de comunicación en sí −instrumentos lógicamente sometidos a las transformaciones continuas derivadas del progreso científico y técnico−, importa la virtud de la veracidad, porque la verdad es uno de los núcleos esenciales de la convivencia. Con información verdadera se construyen las sociedades libres y justas. La mentira −precisamente por su apariencia de verdad y bien− provoca desinformación, con las diversas variantes de autoritarismos, prepotencias políticas, económicas, sociales, culturales (incluso, religiosas: el denostado clericalismo, también en el origen de tantos abusos eclesiásticos que afligen hoy a la Iglesia universal).
La doctrina cristiana, desde el clásico “obrad en verdad” de san Juan, es el gran antídoto contra la mentira. En ocasiones, la prudencia o la caridad pueden hacer aconsejable no decir toda la verdad. Pero en ningún caso la verdad es un límite al derecho a la información, porque forma parte de su contenido. En el derecho español suele usarse la frase “información veraz”, evidentemente tautológica.
Otra indicación del decreto Inter mirifica (nº 18) se vive periódicamente desde entonces en la Iglesia: la jornada sobre los medios de comunicación, que ha superado los cincuenta años. No existe una fecha única, porque depende de la decisión de los obispos locales. En la práctica, significa que el papa aprueba cada año un texto sobre esta materia, que suele abordar aspectos concretos de mayor actualidad. Así, en la fiesta de san Francisco de Sales de 2019, ofrece una reflexión sobre las redes sociales y la comunidad humana, a partir del texto de san Pablo a los Efesios “somos miembros unos de otros”.
El papa Francisco se hace eco, desde la óptica cristiana, de un problema importante hoy en todo el mundo: la pessima corruptio optimi reflejada en la realidad informática omnipresente en la vida cotidiana de la humanidad, especialmente entre la población más joven. Porque, “en el escenario actual, la social network community no es automáticamente sinónimo de comunidad”. A veces, es mera agregación, cuando no manifestación de narcisismo individual o colectivo.
La clave de todo, una vez más, está en la virtud de la veracidad. Basten unas citas del mensaje pontificio para recomendar su lectura: “El ser miembros unos de otros es la motivación profunda con la que el Apóstol exhorta a abandonar la mentira y a decir la verdad: la obligación de custodiar la verdad nace de la exigencia de no desmentir la recíproca relación de comunión. De hecho, la verdad se revela en la comunión. En cambio, la mentira es el rechazo egoísta del reconocimiento de la propia pertenencia al cuerpo; es el no querer donarse a los demás, perdiendo así la única vía para encontrarse a uno mismo”. Porque, al cabo, la Iglesia “es una red tejida por la comunión eucarística, en la que la unión no se funda sobre los ‘like’ sino sobre la verdad, sobre el ‘amén’ con el que cada uno se adhiere al Cuerpo de Cristo acogiendo a los demás”.