“El primer paso de toda oración cristiana es el de introducirnos en el misterio de la paternidad de Dios”: tema de la catequesis del Papa en la Audiencia general de hoy, miércoles 20 de febrero de 2019
Antes de comenzar la Audiencia general el Papa fue a la basílica de San Pedro para saludar a 2.500 peregrinos de la diócesis italiana donde nació San Pío; el Padre Pío.
¡Buenos días! ¡Habéis venido muchos, parece una canonización! Muchas gracias al obispo, a los alcaldes, y a todos, gracias por esta cortesía, que indica ciertamente la finura del alma, gracias. Queridos hermanos y hermanas, me alegra recibiros y daros a cada uno mi cordial bienvenida. Habéis venido a Roma, con vuestro Pastor Mons. Felice Accrocca, para devolver la visita que tuve la alegría de hacer a Pietrelcina el 17 de marzo del año pasado, en el centenario de la aparición de los estigmas permanentes de San Pío y 50° aniversario de su muerte.
Deseo renovar a todos mi sincero agradecimiento por la calurosa acogida que me disteis en aquella circunstancia. Nunca olvidaré ese día, ni a tantos enfermos que saludé: esa visita se ha quedado grabada en mi corazón. Que el recuerdo de aquel acto, cargado de significado eclesial y espiritual, reavive en cada uno la voluntad de profundizar la vida de fe, siguiendo las enseñanzas de vuestro ilustre y santo paisano el Padre Pío. Él se distinguió por su fe fuerte en Dios, su firme esperanza en las realidades celestiales, su generosa entrega a la gente y su fidelidad a la Iglesia, a la que amó siempre con todos sus problemas y adversidades. Me detengo un poco en esto. Él amó a la Iglesia, con tantos problemas como tiene, con tantos reveses, con tantos pecadores. Porque la Iglesia es santa, es la esposa de Cristo, pero nosotros, los hijos de la Iglesia somos todos pecadores −¡y algunos gordos!−; pero él amó a la Iglesia como era, no la destruyó con la lengua, como está de moda hacer ahora. ¡No! Él la amó. Quien ama a la Iglesia sabe perdonar, porque sabe que él mismo es pecador y necesita el perdón de Dios. Sabe arreglar las cosas, porque el Señor quiere arreglar bien las cosas, pero siempre con el perdón: no se puede vivir toda la vida acusando, acusando, acusando a la Iglesia. ¿De quién es el oficio de acusador? ¿A quién llama la Biblia el gran acusador? ¡Al diablo! Y los que pasan la vida acusando, acusando, acusando, son −no diré hijos, porque el diablo no los tiene− pero sí amigos, primos, parientes del diablo. Y no, eso no va; hay que señalar los defectos para corregirlos, pero al señalar los defectos, al denunciarlos, se ama a la Iglesia. Sin amor, ¡eso es del diablo! Ambas cosas tenía San Padre Pío, amaba a la Iglesia con todos sus problemas y adversidades, con los pecados de sus hijos. No os olvidéis de esto.
Os animo a comprender y acoger cada vez más el amor de Dios, fuente y motivo de nuestra verdadera alegría. Estamos llamados a dar ese amor que cambia la vida, sobre todo a las personas más débiles y necesitadas. Cada uno de nosotros, difundiendo la caridad divina, contribuye a construir un mundo más justo y solidario. Siguiendo el ejemplo del Padre Pío, por favor, no os canséis de encomendaros a Cristo y anunciar su bondad y su misericordia con el testimonio de vuestra vida. Eso es los que los hombres y mujeres también en nuestro tiempo esperan de los discípulos del Señor. Testimonio. Pensad en san Francisco −a quien vuestro obispo conoce bien−, ¿qué dijo a sus discípulos? “Id, dad testimonio, no hacen falta palabras”. A veces hay que hablar, pero comenzad con el testimonio, vivid como cristianos, manifestando que el amor es más bello que el odio, que la amistad es más bella que la enemistad, que la hermandad entre todos es más bella que la guerra.
Gracias de nuevo por esta visita. De corazón imparto a todos mi Bendición, que extiendo a vuestras familias, comunidades y a toda la archidiócesis de Benevento. ¡Muchas gracias!
Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo la catequesis sobre el Padrenuestro, hoy vemos cómo el primer paso de toda oración cristiana es el de introducirnos en el misterio de la paternidad de Dios. Aunque hayamos tenido unos buenos padres nuestra experiencia familiar no es suficiente para entender esta paternidad, porque sabemos que todo lo humano, también el amor, es imperfecto ya que está sujeto al egoísmo personal y a los límites propios de nuestra condición de hombres y mujeres.
Todos somos “mendicantes de amor” y experimentamos un gran deseo de amar y ser amados; pero al mismo tiempo encontramos que nuestro amor humano es débil e inconstante; es una promesa difícil de mantener, un intento que se seca rápido y se evapora, «como una nube mañanera, como el rocío que al alba desaparece», dice el profeta Oseas.
En cambio, el amor de Dios, nuestro Padre que está en los cielos, es diferente. Es un amor cercano, total y fiel; destinado a todos y a cada uno. Y aunque todos nuestros afectos terrenos se esfumaran, incluso el amor de nuestros padres, el amor de Dios permanece siempre. Es un amor del que no podemos dudar, porque la experiencia fundamental del cristiano es la certeza de saber que somos sus hijos amados.
La audiencia de hoy tiene lugar en dos sitios. Primero me he encontrado con los fieles de Benevento, que estaban en San Pedro, y ahora con vosotros. Y esto es debido a la delicadeza de la Prefectura de la Casa Pontificia que no quería que pasaseis frío: agradezcámoslo a los que han hecho esto. Gracias.
Seguimos las catequesis sobre el “Padrenuestro”. El primer paso de toda oración cristiana es entrar en un misterio, el de la paternidad de Dios. No se puede rezar como papagayos. O entras en el misterio, consciente de que Dios es tu Padre, o no rezas. Si quiero rezar a mi Padre Dios, empiezo el misterio. Para entender en qué medida Dios es nuestro padre, pensemos en las figuras de nuestros padres, pero siempre debemos, de algún modo, “refinarlas”, purificarlas. Lo dice también el Catecismo de la Iglesia Católica: «La purificación del corazón concierne a imágenes paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios» (n. 2779).
Ninguno ha tenido padres perfectos, nadie; como nosotros, a su vez, nunca seremos padres, o pastores, perfectos. Todos tenemos defectos, todos. Nuestras relaciones de amor las vivimos siempre bajo el signo de nuestras limitaciones y de nuestro egoísmo, por lo que a menudo son contaminadas por deseos de posesión o de manipulación del otro. Por eso, a veces las declaraciones de amor se convierten en sentimientos de ira y hostilidad. “Mira, esos dos se querían tanto la semana pasada, y hoy se odian a muerte”: ¡eso lo vemos todos los días! Es por eso, porque todos tenemos raíces amargas dentro, que no son buenas y a veces salen y hacen daño.
Por eso, cuando hablamos de Dios come “padre”, mientras pensamos en la imagen de nuestros padres, especialmente si nos han querido mucho, al mismo tiempo debemos ir más allá. Porque el amor de Dios es el del Padre “que está en el cielo”, según la expresión que nos invita a usar Jesús: es el amor total que en esta vida saboreamos solo de manera imperfecta. Los hombres y mujeres son eternamente mendicantes de amor −somos indigentes de amor, necesitamos amor−, buscan un lugar donde ser finalmente amados, pero no lo encuentran. ¡Cuántas amistades y cuántos amores desilusionados hay en nuestro mundo; tantos!
El dios griego del amor, en la mitología, es el más trágico de todos: no se sabe si es un ser angélico o un demonio. La mitología dice que es hijo de Poros y de Penia, es decir, de la astucia y de la pobreza, destinado a llevar consigo la fisionomía de sus padres. De ahí podemos pensar en la naturaleza ambivalente del amor humano: capaz de florecer y vivir prepotente una hora del día, e inmediatamente después marchitarse y morir; lo que agarra, siempre se le escapa (cfr. Platón, Simposio, 203). Hay una expresión del profeta Oseas que define sin piedad la debilidad congénita de nuestro amor: «Vuestro amor es como una nube de la mañana, como el rocío que al alba se desvanece» (6,4). Así es a menudo nuestro amor: una promesa que cuesta mantener, un intento que pronto se seca y se evapora, como cuando por la mañana sale el sol y se lleva el rocío de la noche.
Cuántas veces los hombres hemos amado de esa manera tan débil e intermitente. Todos tenemos experiencia: amamos, y luego ese amor cae o se vuelve débil. Deseosos de amar, nos hemos encontrado luego con nuestras limitaciones, con la pobreza de nuestras fuerzas: incapaces de mantener una promesa que en los días de gracia nos parecía fácil de cumplir. En el fondo, hasta el apóstol Pedro tuvo miedo y debió huir. El apóstol Pedro no fue fiel al amor de Jesús. Siempre hay esa debilidad que nos hace caer. Somos indigentes que, en el camino, corremos el riesgo de no hallar nunca del todo ese tesoro que buscamos desde el primer día de su vida: el amor.
Pero, existe otro amor, el del Padre “que está en el cielo”. Nadie debe dudar de ser destinatario de ese amor. Nos ama. “Me ama”, podemos decir. Aunque nuestro padre y nuestra madre no nos hubieran amado −es una hipótesis−, hay un Dios en los cielos que nos ama como nadie en esta tierra ha amado jamás ni podrá nunca amar. El amor de Dios es constante. Dice el profeta Isaías: «¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aunque ellas se olvidaran, yo nunca te olvidaré. Mira: te he grabado en las palmas de mis manos» (49,15-16). Hoy están de moda los tatuajes: “Te he grabado en las palmas de mis manos”. Me he hecho un tatuaje de ti en mis manos. Yo estoy en las manos de Dios, así, y no puedo quitarlo. El amor de Dios es como el amor de una madre, que jamás se puede olvidar. ¿Y si una madre se olvida? “Yo nunca me olvidaré”, dice el Señor. Ese es el amor perfecto de Dios, así somos amados por Él. Y aunque todos nuestros amores terrenales se desmoronan y no quedase más que polvo, siempre estará para todos, ardiente, el único y fiel amor de Dios.
En el hambre de amor que todos sentimos, no busquemos lo que no existe: es la invitación a conocer a Dios que es padre. La conversión de San Agustín, por ejemplo, pasó por ese derrotero: el joven y brillante retórico simplemente buscaba entre las criaturas algo que ninguna criatura le podía dar, hasta que un día tuvo el valor de alzar la mirada. Y ese día conoció a Dios. Dios que ama.
La expresión “en el cielo” no quiere expresar lejanía, sino un amor radicalmente distinto, otra dimensión de amor, un amor incansable, un amor que siempre permanecerá, es más, que siempre está al alcance de la mano. Basta decir “Padrenuestro que estás en el cielo”, y ese amor viene.
Por tanto, ¡no temáis! Nadie está solo. Incluso si por desventura tu padre terreno se hubiese olvidado de ti y tuvieses rencor con él, no se te niega la experiencia fundamental de la fe cristiana: la de saber que eres hijo amadísimo de Dios, y que no hay nada en la vida que pueda apagar su amor apasionado por ti.
Saludo cordialmente a los francófonos, en particular a los jóvenes de Francia y a los peregrinos de Suiza y Mónaco. Os invito, con ocasión de vuestra peregrinación a Roma, a volver a experimentar ese inmenso amor paterno que Dios tiene por nosotros, con el fin de hacerlo descubrir a los demás. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los que vienen de Inglaterra, Escocia, Irlanda, Canadá y Estados Unidos de América. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. Dios os bendiga.
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. Ser hijos del Padre de los cielos significa amar al próximo y estar cerca de los que están solos y en dificultad. Por ese testimonio de la misericordia divina, que el Señor os dé a vosotros y a vuestras familias su Paráclito y su gracia.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica, en particular a los seminaristas de la Diócesis de Getafe acompañados por su obispo, Mons. Ginés García Beltrán, y que celebran 25 años de la creación de ese centro de formación. Bienvenidos. Que el Señor nos conceda la gracia de no tener miedo y de saber que no estamos solos, porque no hay nada en esta vida que pueda apartarnos de su amor de Padre. Que Dios los bendiga a todos. Muchas gracias.
Con gran afecto saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, deseándoos que todos os deis cuenta siempre de que la vida es de verdad un don maravilloso. Que vele sobre vuestro camino la Virgen María y os ayude a ser signo de confianza y esperanza entre vuestros hermanos. Sobre vosotros y vuestras familias descienda la Bendición de Dios.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en concreto a los que provienen de Jordania, Tierra Santa y Medio Oriente. El corazón inquieto del hombre encuentra su paz solo en el Amor fiel de Dios. Solo el amor de Dios Padre es capaz de colmar nuestra insaciable hambre de amor. El Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, nunca olvidéis que somos hijos amadísimos de Dios y que no hay nada que pueda apagar su amor apasionado por nosotros. La oración al Padre nuestro que está en el cielo, colme todo sentimiento de falta de amor en la vida de cada uno y de cada una. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a las Hermanas de María Auxiliadora y a los grupos parroquiales, en concreto al de San Arcángel de Romaña. Doy la bienvenida a los fieles de San Giorgio Lucano: bendeciré con mucho gusto la imagen de la Virgen de los Ángeles que se venera en vuestro Santuario. Saludo al Comité regional del Lacio de la Federación italiana de fútbol-Liga nacional de aficionados; al grupo de la Policía de Campobasso; a las familias del departamento de hematología oncológica pediátrica del Hospital Salesi de Ancona; a los estudiantes del Máster anticorrupción de la Universidad de Roma Tor Vergata y a los Institutos de enseñanza. A los de Campobasso me gustaría recordar una curiosidad histórica que os atañe. Yo soy del Sur, cerca de la Antártida. ¿Sabéis que el primer capellán que fue a la Antártida era un paisano vuestro, uno nacido en Campobasso? ¡Felicidades por ese honor!
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. El próximo viernes celebraremos la fiesta de la Cátedra de San Pedro Apóstol. Rezad por mí y por mi ministerio −también por el Papa Benedicto−, para que confirme siempre y en todas partes a los hermanos en la fe.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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