En la solemnidad del Bautismo del Señor, el Papa ha administrado el Sacramento del Bautismo a 27 bebés durante la tradicional Misa con rito bautismal en la Capilla Sixtina del Vaticano
Durante su homilía, expresada espontáneamente, el Santo Padre ha ofrecido algunos consejos a los padres.
Al inicio de la ceremonia, se os ha preguntado: “¿Qué pedís para vuestros hijos?”. Y todos habéis dicho: “La fe”. Pedís a la Iglesia la fe para vuestros hijos, y hoy recibirán el Espírito Santo y el don de la fe cada uno en su corazón, en su alma. Pero esa fe luego debe desarrollarse, debe crecer. Sí, alguno podrá decirme: “Sí, sí, tienen que estudiarla”. Sí, cuando vayan a la catequesis estudiarán bien la fe, aprenderán el catecismo. Pero antes que estudiarla, la fe hay que trasmitirla, y esa es una labor que os toca a vosotros. Es un deber que recibís hoy: trasmitir la fe, la trasmisión de la fe. Y eso se hace en casa. Porque la fe siempre se trasmite “en dialecto”: el dialecto de la familia, el dialecto de la casa, en el clima de la casa.
Esa es vuestra tarea: trasmitir la fe con el ejemplo, con las palabras, enseñando a hacer la señal de la Cruz. Esto es importante. Mirad: ¡hay niños que no saben hacerse la señal de la Cruz! “Haz la señal de la Cruz”: y hacen una cosa así, que no se sabe ni lo qué es. Como primera cosa, enseñadles eso.
Pero lo importante es trasmitir la fe con vuestra vida de fe: que vean el amor de los esposos, que vean la paz de la casa, que vean que Jesús está allí. Y me permito un consejo −perdonadme, pero yo os aconsejo esto−: nunca peleéis delante de los niños, jamás. Es normal que los esposos peleen, es normal. Sería extraño lo contrario. Hacedlo, pero que ellos no os oigan, que no os vean. ¡No sabéis la angustia que pasa un niño cuando ve pelear a sus padres! Esto, insisto, es un consejo que os ayudará a trasmitir la fe. ¿Es malo pelear? No siempre, pero es normal, es normal. Pero que los niños no lo vean, no os oigan…, por la angustia.
Y ahora continuaremos la ceremonia del Bautismo, pero meteos esto en la cabeza: vuestro deber es trasmitirles la fe. Trasmitirla en casa, porque ahí se aprende la fe; luego se estudia en la catequesis, pero en casa la fe.
Y antes de acabar quería deciros otra cosa: sabéis que los niños se sienten hoy en un ambiente un poco raro para ellos: demasiado calor, están muy abrigados, y sienten el aire sofocante. También lloran porque tienen hambre. Y un tercer motivo para llorar es el “llanto preventivo”. Es algo raro: ellos no saben lo que pasará, y piensan: “Primero lloro, y luego ya veremos”. Es una defensa. Os digo: que estén cómodos. No los abriguéis demasiado. Y si lloran de hambre, amamantadlos. A las madres les digo: amamantad a los niños, tranquilas, que al Señor no le importa. Porque, ¿dónde está el peligro? En que también tienen una vocación polifónica: empieza a llorar uno, y el otro le hace el contrapunto, y luego otro, y al final ¡es un coro de llanto!
Sigamos adelante con la ceremonia, en paz, conscientes de que os toca a vosotros la trasmisión de la fe.
Hoy, al término del Tiempo litúrgico de Navidad, celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. La liturgia nos llama a conocer más plenamente a Jesús del que hace poco hemos celebrado el nacimiento; y por eso el Evangelio (cfr. Lc 3,15-16.21-22) ilustra dos elementos importantes: el trato de Jesús con la gente y el trato de Jesús con el Padre.
En el relato del bautismo, administrado por Juan el Bautista a Jesús en las aguas del Jordán, vemos ante todo el papel del pueblo. Jesús está en medio del pueblo. Y no es solo el fondo de la escena, sino un componente esencial del evento. Antes de sumergirse en el agua, Jesús se “sumerge” en la muchedumbre, se une a ella asumiendo plenamente la condición humana, compartiendo todo, excepto el pecado. En su santidad divina, llena de gracia y de misericordia, el Hijo de Dios se hizo carne precisamente para cargar sobre sí y quitar el pecado del mundo: tomar nuestras miserias, nuestra condición humana. Por eso también la de hoy es una epifanía, porque al ir a bautizarse por Juan, en medio de la gente penitente de su pueblo, Jesús manifiesta la lógica y el sentido de su misión.
Uniéndose al pueblo que pide a Juan el bautismo de conversión, Jesús comparte también el deseo profundo de renovación interior. Y el Espíritu Santo que desciende sobre Él «con apariencia corporal semejante a una paloma» (v. 22) es la señal de que con Jesús inicia un mundo nuevo, una “nueva creación” de la que forman parte todos los que acogen a Cristo en su vida. También a cada uno de nosotros, que hemos renacido con Cristo en el Bautismo, se dirigen las palabras del Padre: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco» (v. 22). Ese amor del Padre, que hemos recibido todos el día de nuestro Bautismo, es una llama que se encendió en nuestro corazón, y requiere ser alimentada mediante la oración y la caridad.
El segundo elemento que subraya el evangelista Lucas es que, después de la inmersión en el pueblo y en las aguas del Jordán, Jesús se “sumerge” en la oración, es decir, en la comunión con el Padre. El bautismo es el inicio de la vida pública de Jesús, de su misión en el mundo como enviado del Padre para manifestar su bondad y su amor por los hombres. Esa misión se cumple en constante y perfecta unión con el Padre y con el Espíritu Santo. También la misión de la Iglesia y la de cada uno de nosotros, para ser fiel y fructuosa, está llamada a “acoplarse” a la de Jesús. Se trata de regenerar continuamente en la oración la evangelización y el apostolado, para dar un claro ejemplo cristiano no según los planes humanos, sino según el plan y el estilo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, la fiesta del Bautismo del Señor es una ocasión propicia para renovar con gratitud y convicción las promesas de nuestro bautismo, comprometiéndonos en vivir diariamente en coherencia con él. Es muy importante también, como os he dicho muchas veces, saber la fecha de nuestro bautismo. Yo podría preguntar: “¿Quién de vosotros sabe la fecha de su bautismo?”. No todos, seguro. Si alguno no la sabe, cuando vuelva a casa, que la pregunte a sus padres, abuelos, tíos, padrinos o a los amigos de la familia… Que pregunte: “¿Qué día fui bautizado?”. Y luego no olvidarla: que sea una fecha guardada en el corazón para celebrarla cada año.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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