En la primera Audiencia general del año el Santo Padre retomó su ciclo de catequesis sobre el Padrenuestro y explicó su relación con las Bienaventuranzas
Queridos hermanos:
Continuamos con la catequesis del Padrenuestro, y hoy nos fijamos en el contexto donde el evangelista Mateo coloca esta oración, que es el discurso de la Montaña. Ese relato que comienza con las bienaventuranzas resume la enseñanza de Jesús y se abre precisamente invirtiendo las categorías humanas corrientes, llamando dichosos a unas personas que ni entonces ni ahora tenían gran prestigio en la sociedad, pero que son capaces de amar, de trabajar por la paz y, por ello, de ser constructores del reino.
La ley llega a su cumplimiento en el mandato del amor y del amor a los enemigos, de ese amor que Dios nos enseña y que lleva hasta las últimas consecuencias. Nosotros somos hijos de ese Dios, no superhombres capaces de lo que nadie puede hacer; al contrario, somos tan pecadores como los demás, pero podemos ponernos delante de la zarza ardiente del misterio divino y llamarle Padre, dejándonos renovar por su potencia y reflejar un rayo de su bondad en este mundo sediento de bien.
Y en este contexto se encuadra la enseñanza del Padrenuestro. Dios no quiere ser “amansado” con largas retahílas de adulaciones, como hacían los paganos para captar la benevolencia de la divinidad; basta hablarle como a un padre que sabe lo que necesitamos antes incluso de decírselo. Del mismo modo, la oración no es un acto hipócrita, ateo, que no tiene otro interés que ser admirados por los demás. El único testigo de la oración cristiana es la propia conciencia, pues es un diálogo íntimo con el Padre que nos ama.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días y también feliz año! Proseguimos nuestra catequesis sobre el “Padrenuestro”, iluminados por el misterio de la Navidad que acabamos de celebrar.
El Evangelio de Mateo sitúa el texto del “Padrenuestro” en un punto estratégico, en el centro del discurso de la montaña (cfr. 6,9-13). Mientras, observemos la escena: Jesús sube a la colina junto al lago, se sienta; alrededor de sí tiene el grupo de sus discípulos más íntimos, y luego una grande muchedumbre de rostros anónimos. Esa asamblea heterogénea es la primera que recibe la oración del “Padrenuestro”.
La situación, como digo, es muy significativa; porque en esa larga enseñanza, que se suele llamar “sermón de la montaña” (cfr. Mt 5,1-7,27), Jesús condensa los aspectos fundamentales de su mensaje. El comienzo es como un arco decorado de fiesta: las Bienaventuranzas. Jesús corona de felicidad a una serie de categorías de personas que en su época −¡y también en la nuestra!− no estaban muy consideradas. Bienaventurados los pobres, los mansos, los misericordiosos, las personas humildes de corazón… Esta es la revolución del Evangelio. Donde está el Evangelio, hay revolución. El Evangelio no nos deja tranquilos, nos empuja: es revolucionario. Todas las personas capaces de amor, los agentes de paz que hasta entonces habían acabado al margen de la historia, son en cambio los constructores del Reino de Dios. Es como si Jesús dijese: ¡adelante los que lleváis en el corazón el misterio de un Dios que ha revelado su omnipotencia en el amor y en el perdón!
Desde este portal de entrada, que revoluciona los valores de la historia, surge la novedad del Evangelio. La Ley no debe ser abolida pero necesita una nueva interpretación, que la reconduzca a su sentido originario. Si una persona tiene el corazón bueno, predispuesto al amor, entonces comprende que cada palabra de Dios debe ser encarnada hasta sus últimas consecuencias. El amor no tiene límites: se puede amar al cónyuge, al amigo e incluso al enemigo con una perspectiva totalmente nueva. Dice Jesús: «Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores» (Mt 5,44-45).
He aquí el gran secreto que está en la base de todo el sermón de la montaña: para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos. Aparentemente estos capítulos del Evangelio de Mateo parecen ser un discurso moral, parecen evocar una ática tan exigente que parece impracticable, sin embargo descubrimos que son sobre todo un discurso teológico. El cristiano no es uno que se compromete en ser más bueno que los demás: sabe que es pecador como todos. El cristiano simplemente es el hombre que se detiene ante la nueva Zarza Ardiente, la revelación de un Dios que no trae el enigma de un nombre impronunciable, sino que nos pude a sus hijos que le invoquemos con el nombre de “Padre”, que nos dejemos renovar por su poder y que reflejemos un rayo de su bondad por este mundo tan sediento de bien, tan ansioso de buenas noticias.
Así es como Jesús introduce la enseñanza de la oración del “Padrenuestro”. Lo hace tomando distancia de los dos grupos de su tiempo. En primer lugar, de los hipócritas: «No seáis como los hipócritas, que son amigos de orar puestos de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse delante de los hombres» (Mt 6,5). Hay gente que es capaz de hacer oraciones ateas, sin Dios y lo hacen para ser admirados por los hombres. ¡Cuántas veces vemos el escándalo de esas personas que van a la iglesia y se pasan allí todo el día o van todos los días pero luego viven odiando a los demás o hablando mal de la gente. ¡Eso es un escándalo! Mejor no ir a la iglesia: vive así, como si fueses ateo. Pero si vas a la iglesia, vive como hijo, como hermano y da un verdadero ejemplo, y no un anti-testimonio. La oración cristiana, en cambio, no tiene otro testigo creíble que la propia conciencia, donde si establece un intensísimo continuo dialogo con el Padre: «Cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo oculto» (Mt 6,6).
Luego Jesús toma distancias de la oración de los paganos: «No empleéis muchas palabras […]: que piensan que por su locuacidad van a ser escuchados» (Mt 6,7). Quizá aquí Jesús alude a esa “captatio benevolentiae” que era la necesaria premisa de tantas oraciones antiguas: la divinidad debía ser de algún modo amansada por una larga serie de alabanzas, también de oraciones. Pensemos en aquella escena del Monte Carmelo, cuando el profeta Elías retó a los sacerdotes de Baal. Ellos gritaban, bailaban, pedían tantas cosas para que su dios les escuchase. En cambio Elías estaba callado y el Señor se reveló a Elías. Los paganos piensan que hablando, hablando, hablando, hablando se reza. Y también yo pienso en tantos cristianos que creen que rezar es −perdonadme− “hablar a Dios como un papagayo”. ¡No! Rezar se hace desde el corazón, desde dentro. Tú en cambio −dice Jesús−, cuando reces, dirígete a Dios como un hijo a su padre, el cual sabe de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis (cfr. Mt 6,8). Podría ser incluso una oración silenciosa, el “Padrenuestro”: basta en el fondo ponerse bajo la mirada de Dios, acordarse de su amor de Padre, y eso es suficiente para ser escuchados.
¡Es bueno pensar que nuestro Dios no necesita sacrificios para conquistar su favor! No necesita nada, nuestro Dios: en la oración solo nos pide que tengamos abierto un canal de comunicación con Él para descubrirnos siempre sus hijos amadísimos. ¡Y Él nos quiere tanto!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa y deseo para cada uno y para vuestros seres queridos un feliz año. Bajo la guía de la Madre de Dios, que celebramos ayer, que cada uno pueda crecer en intimidad con el Padre y en amor y servicio al prójimo. ¡Dios os bendiga!
Doy la bienvenida a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Irlanda, Australia, Corea, Canadá y Estados Unidos de América. Agradezco a los coros por su alabanza a Dios mediante el canto. A cada uno y a vuestras familias deseo que conservéis la alegría de este tiempo de Navidad, encontrando en la oración al Salvador que desea hacerse cercano a todos. ¡Dios os bendiga!
Un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo hemos inaugurado este nuevo año. Encomendémonos a su bondad y a su amor y estemos seguros de que Él completará el bien que hemos comenzado en su nombre. ¡Dios os bendiga y os proteja! ¡Feliz Año a todos!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Los animo a que mantengan siempre abierto ese canal de comunicación con Dios, pues Él los ama, los espera y no quiere nada más que darles su amor. Les deseo a ustedes y a sus familias un año nuevo lleno de la cercanía y de la ternura de Dios. Muchas gracias.
Queridísimos peregrinos de lengua portuguesa, os saludo a todos de corazón, deseando a cada uno que siempre brille, en vuestros corazones y en vuestras familias y comunidades, la luz del Salvador, que nos revela el rostro tierno y misericordioso del Padre celestial. Estrechemos en los brazos al Niño Jesús y pongámonos a su servicio: Él es fuente de amor y serenidad. ¡Que Él os bendiga para un sereno y feliz Año Nuevo!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, nuestra oración podría ser también una oración silenciosa, basta en el fondo ponerse bajo la mirada de Dios, acordarse de su amor de Padre, y eso es suficiente para ser escuchados. ¡Que el Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, al inicio del año os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la protección de María, Madre de Dios, y −por su intercesión− pido a nuestro Señor Jesucristo que os dé todas las gracias necesarias para una vida serena y santa, llena de paz, fruto del amor a Dios y al prójimo. ¡Que os acompañe siempre su bendición!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a las Capitulares de la Unión Santa Catalina de Siena de las Misionarias de la Escuela y a los Participantes en el Campo promovido por la Asociación Lions Club International. Saludo a los grupos parroquiales, en concreto a los de Caserta; Santa Croce di Torre del Greco y San Michele di Aprilia; a los monaguillos de San Buenaventura de Cadoneghe −sois muchos−; a los Amigos y voluntarios de la Fraterna Domus y de modo especial quiero saludar y agradecer a los Artistas del Circo de Cuba. Con su espectáculo llevan belleza; una belleza que requiere mucho esfuerzo −lo hemos visto−, mucho entrenamiento, mucho ir y venir… Pero la belleza eleva siempre el corazón, la belleza nos hace más buenos, a todos; la belleza nos lleva a la bondad, nos lleva también a Dios. Muchas gracias y seguid así, ofreciendo belleza a todo el mundo. Gracias.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. El domingo que viene celebraremos la solemnidad de la Epifanía del Señor. Como los Magos, alcemos también nosotros la mirada al cielo; solo así conseguiremos ver la estrella que nos invita a recorrer las sendas del bien. ¡Feliz años a todos!
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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