Durante la Audiencia general de hoy, el Santo Padre ha continuado con su catequesis sobre el Padrenuestro, indicando el modo cómo un cristiano debe mirar a Dios: como un Padre con el que poder desahogarse
Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos con nuestra reflexión sobre el Padrenuestro. Jesús enseña esta oración a sus discípulos, es una oración breve, con siete peticiones, número que en la Biblia significa plenitud. Es también una oración audaz, porque Jesús invita a sus discípulos a dejar atrás el miedo y a acercarse a Dios con confianza filial, llamándolo familiarmente «Padre».
El Padrenuestro hunde sus raíces en la realidad concreta del hombre. Nos hace pedir lo que es esencial, como el “pan de cada día”, porque como nos enseña Jesús, la oración no es algo separado de la vida, sino que comienza con el primer llanto de nuestra existencia humana. Está presente donde quiera que haya un hombre que tiene hambre, que llora, que lucha, que sufre y anhela una respuesta que le explique su destino.
Jesús no quiere que nuestra oración sea una evasión, sino un presentarle al Padre cada sufrimiento e inquietud. Que tengamos la osadía de convertirla en una invocación gritada con fe, a ejemplo del ciego Bartimeo que gracias a su llamado perseverante, «Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10, 47), obtuvo del Señor el milagro de recobrar la vista. La oración no solo precede la salvación, sino que ya la contiene, porque libra de la desesperación de creer que las situaciones insoportables no se pueden resolver.
Proseguimos el camino de catequesis sobre el “Padrenuestro”, iniciado la pasada semana. Jesús pone en labios de sus discípulos una oración breve, audaz, hecha de siete peticiones −un número que en la Biblia no es casual, indica plenitud. Digo audaz porque, si no la hubiese sugerido Cristo, probablemente ninguno de nosotros −es más, ninguno de los teólogos más famosos– osaría rezar a Dios de esa manera.
Jesús invita a sus discípulos a acercarse a Dios y dirigirle con confianza algunas peticiones: en primer lugar respecto a Él y luego respecto a nosotros. No hay preámbulos en el “Padrenuestro”. Jesús no enseña fórmulas para “congraciarse” con el Señor, es más, invita a rezarle haciendo caer las barreras del temor y el miedo. No dice que nos dirijamos a Dios llamándolo “Omnipotente”, “Altísimo”, “Tú, que estás tan distante a nosotros, yo soy un miserable”: no, no dice eso, sino simplemente «Padre», con toda sencillez, como los niños se dirigen a su padre. Y esta palabra “Padre”, expresa la seguridad y la confianza filial.
La oración del “Padrenuestro” hunde sus raíces en la realidad concreta del hombre. Por ejemplo, nos hace pedir el pan, el pan de cada día: petición sencilla pero esencial, que dice que la fe no es una cuestión “decorativa”, separada de la vida, que interviene cuando se han satisfecho todas las demás necesidades. Si acaso, la oración comienza con la vida misma. La oración −nos enseña Jesús− no inicia en la existencia humana después de que el estómago esté lleno: más bien anida donde hay un hombre, cualquier hombre que tenga hambre, que llore, que luche, que sufra y se pregunte “por qué”. Nuestra primera oración, en cierto sentido, fue el gemido que acompañó al primer aliento. En aquel llanto de recién nacido se anunciaba el destino de toda nuestra vida: nuestra continua hambre, nuestra continua sed, nuestra búsqueda de felicidad.
Jesús, en la oración, no quiere apagar lo humano, no lo quiere anestesiar. No quiere que evitemos las preguntas y las peticiones aprendiendo a soportar todo. En cambio, quiere que todo sufrimiento, toda inquietud, se lance al cielo y se convierte en diálogo. Tener fe, decía una persona, es un hábito al grito.
Deberíamos ser todos como el Bartimeo del Evangelio (cfr. Mc 10,46-52) −recordamos aquel pasaje del Evangelio, Bartimeo, el hijo de Timeo–, un hombre ciego que mendigaba a las puertas de Jericó. En torno a él había mucha buena gente que le intimaba a callar: “¡Cállate! Está pasando el Señor. Estate callado. No molestes. El Maestro tiene mucho que hacer; no lo molestes. Eres molesto con tus gritos. No molestes”. Pero él no escuchaba esos consejos: con santa insistencia, pretendía que su mísera condición pudiese finalmente encontrar a Jesús. ¡Y gritaba más fuerte! Y la gente educada: “¡Pero no, es el Maestro, por favor! ¡Estás quedando fatal!”. Y él gritaba porque quería ver, quería ser curado: «¡Jesús, ten piedad de mí!» (v. 47). Jesús le devuelve la vista, y le dice: «Tu fe te ha salvado» (v. 52), como explicando que lo decisivo para su curación fue aquella oración, aquella invocación gritada con fe, más fuerte que el “sentido común” de tanta gente que quería hacerlo callar. La oración no solo precede la salvación, sino que de algún modo la contiene ya, porque libera de la desesperación de quien no cree en una vía de escape de tantas situaciones insoportables.
Cierto, además, los creyentes sienten también la necesidad de alabar a Dios. Los Evangelios recogen la exclamación de júbilo que prorrumpe del corazón de Jesús, lleno de agradecimiento al Padre (cfr. Mt 11,25-27). Los primeros cristianos incluso sintieron la exigencia de añadir al texto del “Padrenuestro” una doxología: «Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos» (Didaché, 8,2).
Pero ninguno de nosotros está obligado a abrazar la teoría que alguno en el pasado lanzó, es decir, que la oración de petición sea una forma débil de la fe, mientras que la oración más auténtica sería la alabanza pura, la que busca a Dios sin el peso de petición alguna. No, eso no es verdad. La oración de petición es auténtica, es espontánea, es un acto de fe en Dios que es el Padre, que es bueno, que es omnipotente. Es un acto de fe en mí, que soy pequeño, pecador, necesitado. Y por eso la oración, para pedir algo, es muy noble. Dios es el Padre que tiene una inmensa compasión de nosotros, y quiere que sus hijos le hablen sin miedo, directamente llamándolo “Padre”; o en las dificultades diciendo: “Pero Señor, ¿qué me has hecho?”. Por eso le podemos contar todo, hasta las cosas que en nuestra vida son torcidas e incomprensibles. Y nos ha prometido que estará con nosotros siempre, hasta el último día que pasemos en esta tierra. Recemos el Padrenuestro, comenzando así, simplemente: “Padre” o “Papá”. Y Él nos comprende y nos quiere mucho.
Saludo cordialmente a los peregrinos francófonos, en particular a los jóvenes de Quimper. Mientras nos preparamos para celebrar la venida del Señor entre nosotros, no temamos, hermanos y hermanas, dirigirnos a Dios con confianza en todas las circunstancias de nuestra vida ordinaria. Somos hijos suyos; Él nos ha prometido estar con nosotros todos los días, hasta el fin de nuestra vida. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de los Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y vuestras familias, invoco la alegría y la paz del Señor. Dios os bendiga.
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. Saludo en particular a la Delegación de Parlamentarios austríacos venidos con ocasión del bicentenario del villancico “Stille Nacht”. Con su profunda sencillez, dicho canto nos hace entender el evento de la Noche Santa. El Salvador Jesús, nacido en Belén, nos revela el amor de Dios Padre. A Él queremos confiar toda nuestra vida. Buen camino de Adviento a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. De modo especial saludo a los latinoamericanos y a los mexicanos en este día de nuestra Patrona, la Madre de Guadalupe. Que el Señor Jesús nos dé la gracia de una total confianza en Dios, Padre compasivo que nos ama y permanece siempre a nuestro lado. Que Nuestra Señora de Guadalupe nos ayude a entregarnos al amor providente de Dios y a poner en Él toda nuestra esperanza. Muchas gracias.
Un querido saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de Braga, Nova Oeiras, São Julião da Barra y a los miembros de la Orquestra sinfónica y Coro de la Universidad Federal del Rio Grande do Norte: os deseo de todo corazón un tiempo de Adviento lleno de luz, pidiendo a la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, que sea la estrella que protege la vida de vuestras familias. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Egipto, Tierra Santa y Medio Oriente. El “Padrenuestro” no es una oración que debamos aprender de memoria y rezar a Dios, sino que es el ejemplo de cómo debemos rezar, dar gracias y pedir. San Pablo nos enseña: “No os preocupéis por nada; al contrario: en toda oración y súplica, presentad a Dios vuestras peticiones con acción de gracias. Y la paz de Dios que supera todo entendimiento custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4,6-7). El Señor os bendiga y os proteja del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Encomiendo a la Santísima Virgen de Guadalupe, cuya memoria celebramos hoy, a vosotros aquí presentes, a vuestras familias y, de modo particular, a las que están esperando el nacimiento de sus hijos. San Juan Pablo II encomendaba a su materna protección, la vida y la inocencia de los niños, sobre todo los que corren el peligro de no nacer. Por su intercesión, en este tiempo de Adviento, impetramos el don de la prole para las familias sin hijos, el respeto por la vida concebida y la apertura de los corazones a los valores del Evangelio. Sea alabado Jesucristo.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegra recibir a los peregrinos de la diócesis de Sabina-Poggio Mirteto y a los grupos parroquiales, en particular a los de Apice y de Perito. Saludo al grupo “Chaminade” de Campobasso, acompañado por su Arzobispo, Mons. Giancarlo Maria Bregantini, a los Militares del 2° Regimiento de Aviación de Ejército “Sirio”, de Lamezia Terme; al Personal de la Comisaría di Isernia; al Grupo St. Petr’s Cricket club; a los Institutos de enseñanza, en particular al de Altamura, y al grupo de enfermos con síndrome de Sensibilidad Química Múltiple.
Un pensamiento especial para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Hoy en la celebración litúrgica de la Santa María Virgen de Guadalupe pidamos que nos acompañe a la Navidad y reavive en nosotros el deseo de acoger con alegría la luz de su Hijo Jesús, para hacerla brillar cada vez más en la noche del mundo.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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