En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción el Santo Padre se dirigió a la Basílica de Santa María Mayor, para rendir un homenaje a la Virgen ‘Salus Populi Romani’
Seguidamente, y como es tradición se dirigió a las cuatro de la tarde a la Plaza de España, al acto de oración y homenaje a la Virgen Inmaculada, donde pidió a la Madre de Dios, que se quede cerca de las familias que hoy en Roma, en Italia, y en el mundo entero viven situaciones de indiferencia, rechazo y a veces desprecio.
Oración del Santo Padre a la Inmaculada
Madre Inmaculada, en el día de tu fiesta, tan querida por el pueblo cristiano, vengo a rendirte homenaje en el corazón de Roma. En mi ánimo llevo a los fieles de esta Iglesia y a todos los que viven en esta ciudad, especialmente a los enfermos y a cuantos por diversas situaciones les cuesta ir adelante.
Ante todo queremos agradecerte el primor materno con que acompañas nuestro camino: ¡cuántas veces oímos contar con lágrimas en los ojos a quien ha experimentado tu intercesión, las gracias que pides para nosotros a tu Hijo Jesús! Pienso también en una gracia ordinaria que haces a la gente que vive en Roma: la de afrontar con paciencia las molestias de la vida cotidiana. Y por eso te pedimos la fuerza de no resignarnos, es más, de hacer cada día todo lo que podamos para mejorar las cosas, para que el cuidado de cada uno haga a Roma más bonita y habitable para todos; que el deber bien hecho por cada uno asegure los derechos de todos. Y pensando en el bien común de esta ciudad, te pedimos por los que tienen cargos de mayor responsabilidad: obtén para ellos sabiduría, amplitud de miras, espíritu de servicio y de colaboración.
Virgen Santa, deseo confiarte de modo particular a los sacerdotes de esta diócesis: los párrocos, los vice-párrocos, los curas ancianos que con su corazón de pastores continúan trabajando al servicio del pueblo de Dios, y tantos sacerdotes estudiantes de todo el mundo que colaboran en las parroquias. Para todos ellos te pido la dulce alegría de evangelizar y el don de ser padres, cercanos a la gente, misericordiosos.
A ti, Mujer completamente consagrada a Dios, encomiendo a las mujeres consagradas en la vida religiosa y en la secular, que gracias a Dios en Roma son tantas, más que en cualquier otra ciudad del mundo, y forman un mosaico estupendo de nacionalidades y culturas. Para ellas te pido la alegría de ser, como tú, esposas y madres, fecundas en la oración, en la caridad, en la compasión.
Oh Madre de Jesús, una última cosa te pido, en este tiempo de Adviento, pensando en los días en que tú y José estabais ansiosos por el nacimiento ya inminente de vuestro hijo, preocupados porque había un censo y teníais que dejar vuestro pueblo, Nazaret, para ir a Belén… Tú sabes, Madre, qué quiere decir llevar en el seno la vida y sentir alrededor la indiferencia, el rechazo, a veces el desprecio. Por eso te pido que estés cerca de las familias que hoy en Roma, en Italia, en el mundo entero viven situaciones similares, para que no sean abandonadas a su suerte, sino protegidas en sus derechos, derechos humanos que vienen antes que cualquier necesidad legítima.
Oh María Inmaculada, aurora de esperanza al horizonte de la humanidad, vela sobre esta ciudad, sobre las casas, las escuelas, las oficinas, los negocios, las fábricas, los hospitales, las cárceles; que en ningún lugar falte lo que Roma tiene más precioso, y que conserva para el mundo entero, el testamento de Jesús: “Amaos unos a otros, como yo os he amado” (cfr. Jn 13,34).