Durante la Audiencia general de hoy, el Santo Padre ha iniciado un ciclo de catequesis sobre el ‘Padre Nuestro’
Queridos hermanos y hermanas:
Iniciamos hoy un nuevo ciclo de catequesis centradas en el “Padre nuestro”. Los evangelios nos presentan a Jesús como un hombre de oración. Si bien experimentaba la urgencia de predicar y de salir al encuentro de la multitud, buscaba momentos de soledad para rezar.
El Evangelio de san Marcos nos narra una jornada de Jesús, en la que pasó todo el día predicando y curando enfermos, sin embargo, la noche la dedicó a la oración. Para él, la oración era entrar en la intimidad con el Padre, que lo sostenía en su misión, como sucedió en Getsemaní, donde recibió la fuerza para emprender el camino de la cruz. Toda su vida estaba marcada por la oración, tanto privada como litúrgica de su pueblo. Esa actitud se ve también en sus últimas palabras en la cruz, que eran frases tomadas de los salmos.
Jesús rezaba como cualquier hombre, pero su modo de hacerlo estaba envuelto en el misterio. Esto impactó a sus discípulos y por eso le pidieron: «Señor, enséñanos a rezar». Jesús se convirtió así en maestro de oración para ellos, como quiere serlo también para nosotros.
Hoy iniciamos un ciclo de catequesis sobre el “Padrenuestro”. Los Evangelios nos han dejado retratos muy vivos de Jesús como hombre de oración: Jesús rezaba. A pesar de la urgencia de su misión y la premura de tanta gente que lo reclama, Jesús siente la necesidad de apartarse en soledad y rezar. El Evangelio de Marcos nos cuenta ese detalle desde la primera página del ministerio público de Jesús (cfr. 1,35). La jornada inaugural de Jesús en Cafarnaún había concluido de manera triunfal. Caído el sol, multitud de enfermos llegan a la puerta donde vive Jesús: el Mesías predica y cura. Se realizan las antiguas profecías y las expectativas de tanta gente que sufre: Jesús es el Dios cercano, el Dios que nos libera. Pero ese gentío es aún pequeño si se compara a tantas otras muchedumbres que se reunirán en torno al profeta de Nazaret; en ciertos momentos se trata de asambleas oceánicas, y Jesús está en el centro de todo, el esperado por las gentes, el resultado de la esperanza de Israel.
Pero él se desvincula; no acaba rehén de las expectativas de quien ya lo ha elegido como líder. Que es un peligro de los líderes: apegarse demasiado a la gente, no tomar distancias. Jesús se da cuenta y no acaba rehén de la gente. Desde la primera noche de Cafarnaúm, demuestra ser un Mesías original. En la última parte del la noche, cuando ya se anuncia el alba, los discípulos lo siguen buscando, pero no logran encontrarlo. ¿Dónde está? Hasta que Pedro finalmente lo encuentra en un lugar aislado, completamente absorto en oración. Y le dice: «¡Todos te buscan!» (Mc 1,37). La exclamación parece ser la cláusula añadida, un éxito plebiscitario, la prueba del buen éxito de una misión.
Pero Jesús dice a los suyos que debe ir a otra parte; que no es la gente la que le busca a Él, sino que es Él quien busca a los demás. Por lo que no debe echar raíces, sino permanecer continuamente peregrino por los caminos de Galilea (vv. 38-39). Y también peregrino hacia el Padre, es decir, rezando. En camino de oración. ¡Jesús reza! Y todo sucede en una noche de oración.
En alguna página de la Escritura parece ser ante todo la oración de Jesús, su intimidad con el Padre, la que gobierna todo. Lo será por ejemplo sobre todo en la noche del Getsemaní. El último tramo del camino de Jesús (en absoluto el más difícil de los que hasta entonces realizó) parece hallar su sentido en la continua escucha que Jesús hace del Padre. Una oración ciertamente no fácil, es más, una auténtica “agonía”, en el sentido del agonismo de los atletas, pero una oración capaz de sostener el camino de la cruz. Ese es el punto esencial: allí Jesús rezaba.
Jesús rezaba con intensidad en los momentos públicos, compartiendo la liturgia de su pueblo, pero buscaba también lugares recogidos, separados del remolino del mundo, lugares que permitiesen bajar al secreto de su alma: es el profeta que conoce las piedras del desierto y sube a lo alto de los montes. Las últimas palabras de Jesús, antes de expirar en la cruz, son palabras de salmos, o sea de oración, de la oración de los judíos: rezaba con las oraciones que su madre le había enseñado.
Jesús rezaba como reza todo hombre del mundo. Pero, en su modo de rezar, había también encerrado un misterio, algo que claramente no escapó a los ojos de sus discípulos, si en los Evangelios encontramos esa súplica tan sencilla e inmediata: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). Ellos veían a Jesús rezar y tenían ganas de aprender a rezar: “Señor, enséñanos a orar”. Y Jesús no se niega, no es celoso de su intimidad con el Padre, sino que vino precisamente para introducirnos en esa relación con el Padre. Y así se convierte en maestro de oración de sus discípulos, como con toda seguridad quiere serlo para todos nosotros. También nosotros deberíamos decir: “Señor, enséñame a rezar. Enséñame”.
Aunque quizá rezamos desde hace muchos años, ¡siempre debemos aprender! La oración del hombre, ese anhelo que nace de manera tan natural de su alma, es quizá uno de los misterios más densos del universo. Y no sabemos tampoco si las oraciones que dirigimos a Dios son efectivamente las que Él quiere escuchar. La Biblia nos da incluso testimonio de oraciones inoportunas, que al final son rechazadas por Dios: basta recordar la parábola del fariseo y del publicano. Solamente este último, el publicano, vuelve a casa desde el templo justificado, porque el fariseo era orgulloso y le gustaba que la gente lo viese rezar y disimulaba que rezaba: el corazón estaba frío. Y dice Jesús: este no es justificado «porque quien se exalta será humillado, y quien se humilla será exaltado» (Lc 18,14). El primer paso para rezar es ser humilde, ir al Padre y decir: “Mírame, soy pecador, soy débil, soy malo”, cada uno sabe qué decir. Pero siempre se empieza con la humildad, y el Señor escucha. La oración humilde es escuchada por el Señor.
Por eso, iniciando este ciclo de catequesis sobre la oración de Jesús, lo más bonito y mas justo que todos debemos hacer es repetir la invocación de los discípulos: “¡Maestro, enséñanos a orar!”. Será bueno, en este tiempo de Adviento, repetirlo: “Señor, enséñame a rezar”. Todos podemos ir un poco más allá y rezar mejor; pero pedirlo al Señor: “Señor, enséñame a rezar”. Hagámoslo, en esto tiempo de Adviento, y Él ciertamente no dejará caer al vacío nuestra invocación.
Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de Francia y de diversos países francófonos, en particular a los jóvenes del Colegio de Vertou. En este tiempo de Adviento, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a repetir la invocación de los discípulos: “¡Maestro, enséñanos a orar!”. De ese modo estaremos seguros de que Él no dejará caer al vacío nuestras peticiones. ¡Dios os bendiga!
Doy la bienvenida a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos de América. Dirijo un saludo particular a los numerosos grupos de estudiantes y profesores aquí presentes. Sobre todos vosotros y vuestras familias, invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un saludo y un deseo de buen camino de Adviento a los peregrinos de lengua alemana. Nos acercamos a la Navidad. Dios se hizo hombre; en Jesús vino a compartir nuestra vida. A través de la oración queremos mantener viva esta relación con Él. El Señor os dé su Espíritu Santo.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Los animo a pedir a Dios como hicieron los discípulos: «Señor, enséñanos a rezar», para que nuestra oración no sea ni rutinaria ni egoísta, sino encarnada en nuestra vida y que sea agradable a nuestro Padre del cielo. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos peregrinos provenientes de Brasil, de Portugal y de otros países de lengua portuguesa, bienvenidos. De tantas cosas −tan a menudo difíciles− de la vida, aprended a elevar el corazón hasta el Padre del Cielo, descansando en el seno de su bondad infinita, y veréis que los dolores y aflicciones de la vida os harán menos daño. ¡Que nada pueda impediros vivir en esa amistad con Dios y manifestar a todos su misericordia! Sobre vosotros y vuestra familia descienda, generosa, su Bendición.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, eduquémonos en un trato con Dios intenso, en una oración constante, llena de confianza, capaz de iluminar nuestra vida, como nos enseña Jesús. Y pidámosle poder comunicar a las personas que encontremos en nuestra vida, la alegría del encuentro con el Señor, luz para nuestra existencia. ¡El Señor os bendiga!
Doy la bienvenida a los peregrinos polacos. Saludo en particular a los redactores de la Sección Polaca de Radio Vaticana, que en estos días celebra el 80° aniversario de fundación. Os agradezco vuestro servicio al Papa y a la Iglesia. El domingo que viene en Polonia se celebrará la XIX Jornada de Oración y de Ayuda a la Iglesia del Este. Con reconocimiento pienso en todos los que con la oración y las obras concretas, sostienen las comunidades eclesiales de los países vecinos. A todos deseo un tiempo de Adviento sereno y lleno de gracias. Os bendigo de corazón.
Con alegría saludo y bendigo a los peregrinos croatas, de modo particular a las parejas de esposos de la Diócesis de Dubrovnik, acompañadas por su Pastore Mons. Mate Uzinić. Queridos cónyuges, ayer renovasteis las promesas matrimoniales en la Basílica de San Pedro, confesando que el Señor os ha asistido en las vicisitudes alegres y tristes de la vida. Os animo a vivir el amor conyugal, signo del amor entre Cristo y la Iglesia, profundizando diariamente la mutua entrega de sí en los pequeños gestos. En este tiempo de Adviento, que la Virgen María sea para vosotros ejemplo de cómo acoger al Señor y confiarse a Él. ¡Sean alabados Jesús y María!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y a los grupos parroquiales, en particular a los de Sant’Elia a Pianisi, de Roma y de Pescara. Saludo al Regimiento Nizza Caballería, de Bellinzago Novarese; a los círculos pensionistas de ancianos de la provincia de Trento y a los “setentañeros” de Paterno di Lucania.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. El sábado próximo celebraremos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. ¡Encomendémonos a la Virgen! Ella, como modelo de fe y de obediencia al Señor, nos ayude a preparar nuestros corazones a acoger al Niño Jesús en su Navidad. Gracias.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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